I
Entre las conceptualizaciones estéticas contemporáneas el arte el paisaje es, quizás, el que presenta mayor diversidad de problematizaciones, lo que lleva su exploración más allá del cine o la pintura. En la apreciación del paisaje se involucran construcciones culturales, percepciones sensibles, propuestas estéticas y formas de experiencia. Para el filósofo alemán Martin Seel el paisaje puede entenderse como el aparecer de un espacio inabarcable, producto de una experiencia inter-ser, entre las cosas, que nos arrastra en un movimiento perpendicular, de direcciones cambiantes ya en la cercanía, ya en la lejanía.
II
Como se aprecia en distintas épocas del arte –de las cartografías de Pieter Brueghel o El Greco y la pintura paisajística de Turner o Friedrich al land art de Richard Long y, más recientemente, el cine de Lois Patiño–, el paisaje revela mundos significantes, relaciones del ser humano con la naturaleza, leyendas y mitos que recorren sus entornos, formas de habitar el espacio y la manera en que éste nos habita. El paisaje sigue siendo esa ventana por la que asoman la sensibilidad y el pensamiento. Una idea en constante transformación que estimula nuevos desafíos. Aparece entonces la problemática medioambiental, la crítica a la dominación y el exterminio de la naturaleza.
Este preámbulo nos ayuda a abordar el trabajo del artista francés Joanie Lemercier (Rennes, 1982). En sus proyecciones (videomappings), instalaciones y murales se traman juegos de sensibilidad e ingenio, de texturas geométricas y efectos lumínicos. Oscilando entre las pulsiones lúdica y estética, el espectador queda sobrecogido por la apariencia de las cosas y la puesta en duda de la realidad. Se cumple así el más hondo pensamiento sobre el paisaje, en un momento en que en diferentes regiones se abusa del suelo y de sus recursos.
El paisaje es en Lemercier el referente objetivo de una reflexión sobre la crisis ecológica, pero también sobre la inextricable relación entre el arte, lo humano, la tecnología y la naturaleza. Estos paisajes conforman un atlas, y proyectan uno sobre el otro el viejo y el nuevo mundos, ¿qué nueva tierra hay que medir? El espacio está cambiando, ¿necesitamos otros mapas? Entre estas transformaciones y desplazamientos, ¿cómo proponer otras formas de habitar la naturaleza? Lo cierto es que el mundo virtual conquista nuevos territorios y a menudo los sustituye, pero ¿podemos morar en estas virtualidades?
III
El lenguaje particular de Lemercier establece correspondencias o afinidades profundas entre el espacio humano y la topología del diseño. La diagonal, el cuadrado o el triángulo son formas heredadas del período protogeométrico; la primera geometría griega, por ejemplo, consideraba al segmento y al ángulo como las figuras más simples del espacio. Perceptibles en diversas obras del artista, estas nociones y su correlación simbólica con la idea de la luz como energía radiante constituyen acaso el núcleo de su búsqueda.
El lenguaje particular de Lemercier establece correspondencias o afinidades profundas entre el espacio humano y la topología del diseño. La diagonal, el cuadrado o el triángulo son formas heredadas del período protogeométrico.
En el punto luminoso de estos paisajes se cortan adherencias, se anudan duraciones, se yuxtapone lo familiar y lo extraño. Se trata de variantes perceptivas que oscilan entre la contemplación inmóvil y el desplazamiento inmersivo. Una sorprendente topología se ciñe al espacio utilizando las aperturas, la orientación, la cercanía, la distancia y la inmersión como condiciones fundamentales de las formas. En obras como Planos (2018) o Aristas (2020-21) Lemercier crea una imagen-red con vistas geométricas compuestas por rejillas, retículas y líneas, así como una imagen-luz constituida por intensidades y reflejos.
El diseño y las matemáticas devienen geografías imaginarias y paisajes tecnológicos deshumanizados, haciendo visible no sólo la plasticidad del trazo y de la luz sino la amplia red de agenciamientos entre la energía, la materia, la tecnología y la información. Pareciera como si, de pronto, por caminos extraños y laberínticos, nos encontráramos transitando por los pliegues de una cosmología protohistórica, un efecto semejante a lo que los pitagóricos, en referencia al poder de los números y en consecuencia de la música, denominaban armonía de las esferas.
IV
Dice Paul Ricœur, en La memoria, la historia, el olvido (2000), que colocarse y desplazarse remiten a actividades primordiales, experiencias propias de cuerpos humanos y no humanos que hacen del lugar algo que buscar; por tanto, implican un discurso anterior al espacio euclidiano, cartesiano o newtoniano. Joanie Lemercier parece seguir esta idea al deshojar el espacio euclidiano en trayectos vectoriales y grupos de desplazamientos, en donde es posible recibir información de diferentes micromundos. Como activista ecológico no deja de describir una topología de los lugares por los que los seres vivos pasan y permanecen conectados.
Realidades sin medida fija, pero con relaciones que describen posiciones y modos de afectación. Realidades en donde la proximidad se transforma en lejanía, intercambiando distancias que se vuelven elásticas. Imágenes que parecen estar al margen de las precisiones fronterizas, de lo de afuera y de lo de ahí. Imágenes reversibles, distorsionadas, que se reorganizan perpetuamente generando un espacio omnidireccional que no cesa de modificar sus coordenadas.
Esta estética hiperrealista nos devuelve a la capacidad de crear imágenes y se conecta con la forma algorítmica trazando una línea difusa entre lo real y lo simulado.
Se percibe esta peculiaridad en obras como Montaña, ciento catorce mil polígonos (2016-18) y Paisajes posibles (2018), donde Lemercier nos introduce en un paisaje nevado que va de lo humano a lo no humano, de lo liso a lo estriado. Esta estética hiperrealista nos devuelve a la capacidad de crear imágenes y se conecta con la forma algorítmica trazando una línea difusa entre lo real y lo simulado. La realidad como sistema tenso o sobresaturado que puede manifestarse como onda, corpúsculo, materia o energía; la simulación como modelo matemático que deriva en preguntas sobre la manera en que habitamos y construimos el mundo.
V
El extraordinario dinamismo de la obra de Joanie Lemercier juega con la espacialidad. Cada punto sobre la Tierra pareciera accesible desde cualquier otro poniendo en entredicho la distancia, la grandiosidad geográfica y la inmensidad de los espacios. Todo ello logra consumar un proceso heurístico que privilegia los signos intercambiables y móviles por encima de los objetos y las relaciones originales. Ese pulso vital se advierte en su serie de los volcanes Eyjafjallajökull (2010) y Fuji (2013), instalaciones que revelan la inconmensurable grandeza de la naturaleza frente al ser humano, una idea que pareciera dialogar con lo sublime dinámico –el poder de la naturaleza– y lo sublime matemático –lo gigantesco y lo inmenso– expresado por Kant, con elementos de la pintura de Friedrich –las montañas, las formaciones rocosas, la insignificancia humana.
Eyjafjallajökull se inspira en el volcán islandés que causó estragos en el tráfico aéreo de Europa en 2010. Fuji está compuesta por un dibujo a mano del monte japonés, a gran escala. La proyección de luz aumenta el dibujo, recreando una versión abstracta de El cuento del cortador de bambú, una antigua leyenda japonesa del siglo X sobre un viejo leñador que encuentra a una niña en el interior de un tallo. La memoria del mundo como efecto del eco en el bambú, resonancias y huellas de la relación hombre-naturaleza.
Lemercier plasma la indeterminación y el caos, los mitos y las leyendas que caracterizan a los paisajes naturales. Lo sonoro y lo visual entran en relaciones sin subordinación, generando un espacio complejo, heterogéneo y anárquico donde conviven lo imaginario y lo real, lo sutil y lo sublime, la luz y la sombra. Como si de pronto el arquetipo se emancipara de sus antecedentes y adquiriera una nueva realidad en la imagen y el sonido, que hacen visibles y audibles las fuerzas de la naturaleza, la transformación del paisaje, las catástrofes y los desastres.
VI
Esta búsqueda estético-formal basada en patrones matemáticos y contrastes de frecuencias acústicas se caracteriza por la fluidez y la continuidad; los elementos se funden entre sí y los límites se borran, creando un naturalismo inorgánico. Una poética del espacio que genera imágenes sintéticas, donde se combinan planos visuales (reales y virtuales) y materiales (pixeles y algoritmos), que a su vez generan tres niveles de visualidad o lectura: apariencias pictóricas, materialidades digitales y lógicas informáticas.
La imagen-ecología, símbolo de la lucha contra el calentamiento global y la preservación de la biodiversidad, es también la impronta de un giro estético-ético en la trayectoria del artista.
Las herramientas digitales de Lemercier son muy variadas. Utiliza Kinect, software de fotogrametría, y tecnologías creadas originalmente con fines militares. Al hackearlas con software de código abierto surgen usos inesperados, que conectan diferentes formas de codificación económicas, políticas, tecnológicas y sociales. El bosque de Hambach y lo Sublime Tecnológico (2019-21) pareciera encarnar esta incitación estética. Se trata de un ejercicio experimental que reflexiona sobre el error, la cicatriz y el impacto humano en la naturaleza, en contraste con la fascinación generada por los entornos construidos digitalmente.
La imagen-ecología, símbolo de la lucha contra el calentamiento global y la preservación de la biodiversidad, es también la impronta de un giro estético-ético en la trayectoria del artista, que desde la programación de algoritmos y la simulación computacional de montañas y desiertos expresa la urgencia de establecer una relación vinculante y comprometida con la naturaleza. Cada paisaje adquiere, así, una fisonomía singular, una atmósfera y un colorido que habla de un mundo propio. De pronto nuestro tejido de hábitos y conductas parece seriamente dañado, lesionado y cuestionado. El sentido que damos a la vida se transforma profundamente cuando tomamos conciencia de lo que implica habitar y ser habitado por el paisaje.
Paisajes de luz, de Joanie Lemercier, se exhibe en el Laboratorio Arte Alameda hasta el 30 de octubre. Curada por Juliette Bibasse, la exposición fue albergada originalmente por el Espacio Fundación Telefónica de Madrid
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