jueves, 22 de septiembre de 2022

Notas sobre ‘El secreto’

La recuperación orgánica de un libro debe ser uno de los fenómenos literarios más extraños que existen. Con “recuperación orgánica” me refiero a un tipo de rescate o revitalización que no fue planeado editorialmente, sino que ocurrió por otros medios. A treinta años de su publicación, El secreto (1992), la novela de Donna Tartt, parece estar ganando nuevos adeptos gracias, en gran parte, al surgimiento (ca. 2019) de la aesthetic llamada dark academia.

El culto contemporáneo al debut de Tartt (que no debe confundirse con el éxito inicial de la novela) no se extiende, sin embargo, a sus otras dos novelas. Juego de niños (2002), la segunda, consiguió que las ventas se mantuvieran, pero la recepción crítica fue más tibia; El jilguero (2013) continuó con este patrón. A pesar de que esta última obtuvo el Pulitzer, su reputación contemporánea no es necesariamente buena (algo que, de hecho, tienen en común las novelas ganadoras de ese premio), y la adaptación cinematográfica fue destruida por la crítica en su momento.

En la academia oscura

Los entusiastas de la dark academia han encontrado en El secreto el urtext de sus búsquedas estéticas: campus universitarios con arquitectura gótica como escenario; el estilo preppy, derivado de las prendas que los alumnos de Oxbridge usaban en los cuarenta; el estudio de los autores clásicos griegos. Esta moda tuvo auge durante la pandemia debido a que los jóvenes universitarios, forzados a tomar sus cursos en línea, comenzaron a idealizar los entornos y la experiencia académica humanista. Otros referentes de esta estética son las películas La sociedad de los poetas muertos (1989) y Kill Your Darlings (2013), así como la serie How to Get Away with Murder (2014-20). Todos tienen en común con la novela de Tartt la atmósfera oscura y melancólica, además de los entornos universitarios. Como El secreto, la trama de Kill Your Darlings y How to Get Away with Murder se desarrolla alrededor de un homicidio.

La dark academia ha sido acusada de reaccionaria o conservadora debido a su fascinación por autores principalmente masculinos y canónicos, así como por objetos y experiencias relacionados con las élites económicas de Inglaterra. Como consecuencia han surgido variantes como la brown academia, que sigue algunos de sus parámetros pero con la integración de personas afrodescendientes y latinoamericanas. Las obras que la tendencia de la dark academia ha adoptado como sus textos principales también han sido acusadas de clasismo y de representar a personajes exclusivamente blancos.

Sería fácil, como prueban algunxs críticxs literarixs de TikTok y Twitter, asumir que la novela de Donna Tartt representa élites académicas, con sus prejuicios y privilegios, porque la autora siente una identificación plena con ellas. No obstante, el personaje-narrador de la novela, Richard Papen, funciona como un filtro crítico. Como su creadora, Papen procede de una familia de clase media baja, y su interés por el estudio del griego procede más de sus inclinaciones estéticas que del intento de reafirmar su posición. Al personaje le resulta exótico el lujo desmedido de los compañeros, como cuestionables sus excesos. Sin embargo Papen, como Pip en Grandes esperanzas, cae fascinado por la nueva clase a la que accede, aunque el dinero siga siendo para él una preocupación mayor.

Más allá de lo literario

Los motivos de la recuperación del libro de Tartt son literarios sólo parcialmente. Si se ha escogido a El secreto como representante de la dark academia es porque la atraviesa un sentido de la moda afín a los entusiastas de esta tendencia. Si se busca el término en Google o YouTube, gran parte de los resultados tienen que ver con prendas de vestir. El éxito mediático de Tartt tiene que ver en buena medida con que ha sabido presentarse como un icono de la moda, en trajes sastre con toques masculinos y ropa de invierno predominantemente negra. En la temporada otoño-invierno de 2015, la diseñadora Kate Sylvester presentó la colección Tartt, inspirada en la novelista.

A lo largo de su carrera Donna Tartt ha practicado una variante de la imagen pública de Thomas Pynchon –reclusión, excentricidad, novelas cada diez años, pocas fotografías– con el añadido de la moda y la fotogenia. La recuperación de El secreto implica una nueva manera de consumir aquello que críticos como Jérôme Meizoz, Dominique Maingueneau y Ruth Amossy llaman “imagen de autor”. A grandes rasgos, este concepto se refiere a la suma y la concreción de los discursos que se generan y circulan alrededor de un nombre autoral: opiniones de la crítica, fotografías, entrevistas y la propia obra, entre otros. La imagen de autor condiciona la recepción y la lectura de la obra, y puede ser utilizada para impulsar las ventas.

No obstante sus méritos, El secreto es sintomática del conservadurismo formal en el que ha caído la novela mainstream en los últimos años. Donna Tartt nunca ha ocultado que sus principales influencias son canónicas (su autor favorito es Dickens), y la estética que cultiva, como autora y personaje público, es un tanto conservadora (o retro). El virtuosismo narrativo de la autora (necesario para desarrollar una trama como la de El secreto, que consigue tensión narrativa y misterio pese a revelar desde el inicio la identidad de la víctima) está más del lado de lo que Virginia Woolf llamó “el campamento eduardiano” (“Mr. Wells, Mr. Bennet y Mr Galsworthy”) que del “campamento georgiano” (“Mr. Forster, Mr. Lawrence, Mr. Strachey, Mr. Joyce” y Mrs. Woolf misma); es decir, sus herramientas son tan conservadoras que preceden al modernismo inglés.

El autor como mercancía

Donna Tartt (Greenwood, Mississipi, 1963) comenzó su carrera literaria en un momento en el que las editoriales estadounidenses experimentaban con la saturación mediática como estrategia de ventas (quizá el mejor ejemplo sea la campaña “casi presidencial” que Little, Brown and Company realizó para vender La broma infinita). El exceso también se manifestaba en los adelantos: la editorial, Knopf, pagó supuestamente 450 mil dólares por los derechos de un libro que originalmente llevaba el título The God of Illusions.

La irrupción de Tartt en el ámbito literario, hace treinta años, fue un evento mediático y cultural en el que se manifestaron algunas tendencias que con los años se volvieron la norma, por ejemplo la manera en la que la comunidad lectora consume tanto las obras como los autores. Si bien la imagen autoral había funcionado en el pasado como mediadora entre la obra y el público, en los ochenta y los noventa las editoriales buscaron alejarse de la “mística autoral” para enfocarse principalmente en los méritos de la obra. Al invertir en la proyección mediática de la imagen de Tartt la editorial apostaba por igual a la venta de la novela y de la autora. La esperanza era que el público, más que acercarse a una obra literaria por sus valores estéticos, la consumiera como un producto cultural relacionado a una celebridad.

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