miércoles, 9 de noviembre de 2022

Javier Marías, no descansen en paz sus lectores

Mucho tiempo quise mandarle una carta a su departamento en Madrid para agradecer lo mucho que le debo: las risas y sonrisas provocadas por Ruibérriz de Torres, Bertram Tupra y otros personajes suyos, incluido el filólogo Francisco Rico y el rey emérito de España, cuyo nombre no menciona en Mañana en la batalla piensa en mí (1994) pero queda claro que se trata de él; el disfrute de una curiosa sintaxis, nada fácil de imitar; su capacidad medio cubana de lograr frases largas sin caer en machincuepas y las digresiones a cuento; la lección de abstraer al narrador del escritor, aun si se utiliza la primera persona… Además, por Javier Marías me acerqué a Juan Benet y Laurence Sterne, lo que no es poco.

Quienes no lo han leído son los que más opinan. Los biempensantes de Twitter no lo querían, y esa francamente es una buena señal. Era un autor libre y divertido, inteligente y audaz. Por lo mismo ajeno a la moral imperante, aunque no necesariamente a contracorriente. Comoquiera, el mundo acabará por olvidar su obra bien pronto. Lo anticipaba él mismo en un artículo de opinión que no recuerdo si leí en El País Semanal o en la compilación Vida del fantasma (1995): cuando muere un escritor tanto medios de comunicación como editoriales tienden a olvidarse de él enseguida, lo mismo que el gran público. El personaje ya no da de qué hablar ni concede entrevistas ni firma libros y en consecuencia se vuelve un ente inservible. Desde luego no son palabras textuales y ni siquiera una paráfrasis, si acaso un recuerdo del cual han salido briznas.

Por otra parte, la prensa acostumbra aludir a él apoyándose en tópicos. Por ejemplo sus manías (la máquina de escribir, el fax), el Reino de Redonda, la conjeturales candidaturas al Nobel… Porque, de nuevo, no todos lo han leído con suficiencia y atención.

En México no cuenta con muchos lectores. Yo lo atribuyo a que aquí la gente que consume literatura contemporánea rara vez camina por la calle, no sé si esta explicación tenga sentido para alguien más. Adicionalmente no pueden conseguirse ni el primer volumen de su trilogía famosa, que no es trilogía, pero así se le conoce para efectos prácticos, ni sus primeras novelas, a no ser que se acuda a Amazon y servicios afines. Yo empecé Tu rostro mañana. 1 Fiebre y lanza (2002) en la Biblioteca Vasconcelos hasta que alguien fue capaz de traerme un ejemplar de España. Fui leyendo El siglo (1983) por partes, de pie, en una librería de Donceles, hasta que al fin pude comprarla.

Gran conocedor del Madrid de los Austrias, la Guerra Civil Española, Shakespeare y Eliot, Javier Marías también escribió sobre la Ciudad de México. Quien conozca Negra espalda del tiempo (1998) sabe a qué me refiero y tal vez se acuerde de los mexicanos Rafael Muñoz Saldaña y Sergio González Rodríguez, igualmente ya fallecidos. También está el cuento “Mala índole”, casi una novela corta, de 1998, lo primero que leí suyo en una banca del Jardín de San Fernando, en la colonia Guerrero. De humor medio galdosiano y cabrerainfantesco, su lectura me impactó desde la primera frase, larga y potente como en sus mejores novelas. En dicho cuento expresa el narrador sobre esta ciudad: “Doctor Lucio, Plaza Morelia, Doctor Lavista, se me grabaron esos pocos nombres”.

Ojalá pronto aparezca algún material inédito, pero lo dudo. Después de Tomás Nevinson (2021) tengo entendido que ya no tenía fuerzas o ganas de preparar una nueva novela. No era la primera vez que ocurría. Esta última, por cierto, me gustó más que Berta Isla (2017) por ofrecer un humor especialmente suelto.

Que no descansen en paz los lectores de Javier Marías (me pregunto si hay gente del MI5 y MI6 entre ellos) y se sumen más, gente que ame las ideas por encima del culto a la personalidad y cualesquiera coyunturas. Ahora toca leer, releer, ponderar.

Mucho tiempo quise dirigirle una carta a la Plaza de la Villa, no sé por qué nunca lo hice. Sirva este esbozo a manera de sucedáneo, un homenaje en el mejor de los casos.

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