jueves, 10 de noviembre de 2022

Nada en contra de las fiestas: la vuelta de Mutek

Recordamos, o creemos recordar, un festival multifacético organizado con precisión absoluta, con una identidad basada en el descubrimiento y no en la apuesta de los headliners, y a un público dispuesto a encontrarse expresiones artísticas no pavimentadas de antemano en su cabeza. Recordamos, o creemos recordar, los Nocturnos, las inauguraciones en el Domo Digital del Papalote Museo del Niño, los escarpados afters y la cabeza liviana en calmo balanceo un domingo por la tarde a las afueras del Museo Tamayo. Un par de sabáticos forzados después, Mutek México sigue andando, también parte de su público, aunque las cosas sean un poco diferentes.

Puede que el recuerdo alcance a confundirnos, pero la idea principal siempre ha estado ahí. Ante la marea de festivales, clubes, fiestas y dancefloors, urge señalar una inevitable conclusión: Mutek es mucho más que una pista de baile. Llamarlo festival musical es incluso una equivocación, una limitación poco pertinente dada la poca o nula diferencia que eso puede establecer frente a una escena capitalina cada vez más atiborrada de opciones que se presentan a sí mismas como necesarias y únicas.

Plataforma de creatividad digital

En Mutek, fiesta y expresión son casi siempre entidades inseparables, sólo que la relación entre ambas tiende a ajustarse según la perspectiva que se desea imprimir en el público.

Damián Romero, director general del festival, lleva un tiempo batallando con la idea de presentar a Mutek –en su diseño, en su comunicación, en su cartel, en su identidad– como algo más que un festival de música. Quiere que pueda ser leído como un “ecosistema de arte y creatividad» y no tanto como una fiesta. Nada en contra de las fiestas. En Mutek, fiesta y expresión son casi siempre entidades inseparables, sólo que la relación entre ambas tiende a ajustarse según la perspectiva que se desea imprimir en el público. En este sentido, Romero y el equipo apuestan en 2022 por una sola noche festiva, mientras que para el resto buscan “presentar contenidos que no tengan ese posicionamiento aún y que marquen lo que está sucediendo en el mundo en cuanto a técnicas, herramientas y expresiones tecnológicas”. Lo transdisciplinario se muestra como un ethos que da sentido al festival entero y lo modifica verticalmente.

Mutek

Robin Fox en la edición 15 de Mutek. Cortesía de Mutek México

Digamos, pues, que Mutek no es estrictamente un festival de música, porque la música es sólo uno de sus pilares. Inmersión: una fuerte revalorización del arte y sus efectos, que va desde la contemplación pasiva hasta la agitación irrefrenable de los sentidos bajo los efectos de estupefacientes y presentaciones artísticas –a veces más, a veces menos– complejas, parece ser la definición que mejor le acompasa. Esto no es nuevo, desde siempre ha sido de esa forma, sólo que tras la suspensión temporal del dancefloor capitalino –que si bien nunca se apagó del todo, sí sufrió algunas modificaciones trascendentales que delinearon nuestra relación con los artistas, los foros y las calles que alguna vez ocuparon nuestras noches–, Mutek ha entrado, quizá con pocas dudas, a un espacio y tiempo ideales. 

Propuestas por conocer

El baile y la experimentación pueden ser leídos como formas de resistencia ante nuestros hábitos de consumo, cada vez más simplificados por los conceptos de aceleración y contenido. Mutek no se detiene en la presentación de un cierto número de artistas que ayudan a saldar la nómina y vender boletaje. Dice Damián Romero que este festival lo que quiere es “mostrarte artistas más allá de lo que estabas buscando o, mejor, artistas que no sabías que estás buscando”. La intensidad de ediciones anteriores está presente, pero el diseño de la experiencia apela a un involucramiento más detallado: el espacio digital, el espacio sonoro así como los espacios festivo y artístico se conjugan para proponer a los asistentes un detonador que pueda desactivar la persecución y el automatismo de un público cada vez más habituado a no perderse nada. 

El baile y la experimentación pueden ser leídos como formas de resistencia ante nuestros hábitos de consumo, cada vez más simplificados por los conceptos de aceleración y contenido.

No deja de ser, sin embargo, una edición de transición, donde nos estamos reencontrado con sitios que parecían haber sido condenados al desecho y la nostalgia, y que ahora regresan con las mismas condiciones bajo las cuales la música de Burial se le presentó a Mark Fisher: “como fragmentos de letras de amor abandonadas que soplan a través de calles marchitadas por una catástrofe sin nombre”. El asunto, y a reserva de contradecir lo dicho por Fisher, es que la brutalidad de la experiencia de los últimos años nos enseñó a nombrar esa catástrofe, incluso a hacerle frente.

Ante este panorama, Mutek propone divergencias. “Mejor que no conozcas a ninguno, para que realmente te pase algo”, comenta Romero mientras trata de recordar los distintos nombres que conforman el cartel de esta edición. Muchos son artistas en proceso de reafirmarse como una alternativa genuina, la promesa de una fiesta donde podremos vivir algo verdaderamente nuevo.

MUTEK celebra este año, del 21 al 27 de noviembre, su edición número 18 con más de 30 artistas repartidos en tres grandes eventos. Los boletos pueden aún comprarse aquí

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