En la intimidad del convento, Jean de Vennette hace una plegaria, pide al Señor que le envíe una señal. Tiene miedo. La enfermedad que ha llegado de tierras de infieles se extiende sobre la cristiandad y sus hermanos dicen que el Anticristo ya ha nacido, tiene diez años. Es 1348, segundo año de la peste bubónica. La novela El cuarto jinete recrea la atmósfera de desolación, horror y huida ante el contagio y la podredumbre, dando voz a seres dolientes y temerosos que ponen sus esperanzas en Dios, también en sus rituales, la medicina y la acción amorosa de otros. En noviembre de 2021, todavía durante el confinamiento por la epidemia de covid, se publicó ésta, la más reciente novela de la periodista y narradora mexicana Verónica Murguía, que meses después ganó el Premio Nacional Antonio García Cubas 2022.
En principio sorprende que el relato, basado en la investigación de crónicas, sociedad y medicina de los años de la gran mortandad en Europa, pudiese escribirse como reacción inmediata a la experiencia mundial que había iniciado apenas en diciembre de 2019, pero Verónica Murguía explica en el propio libro que, después de terminar su primera versión en 2003, la guardó porque no le pareció que pudiese interesar el tema. Con la propagación de la reciente pandemia la autora volvió a ella para revisarla. Hoy los lectores podemos llegar a la novela con una vivencia colectiva afín y reconocer lo que nos es común y lo que es diferente después de más de seis siglos. Un campo de sentidos se construye en el silencio que media entre el mundo descrito en la narración por voces que nunca llegaron hasta nosotros y nuestra experiencia mediada por la tecnología, el desarrollo científico y la información.
Si el primer narrador ruega a Dios, el segundo es un estudiante que solicita a la hija del molinero que ceda a sus besos y caricias. Más adelante son una monja que vuelca su amor por los enfermos que llegan a morir a un hospital, un ladrón ha recuperado la dignidad al ejercer el oficio de enterrador, un oficial de purificación funeraria que medita sobre la preservación de los rituales de la judería y un flagelante que viaja en caravana con otros muchos y ofrece su sangre y su dolor por la salvación de una multitud que se congrega en torno de ellos. Las voces se suceden en un itinerario que recorre caminos y pueblos de Francia y barrios de París para develar un mosaico de la vida cotidiana y el orden social al margen de la aristocracia y la autoridad eclesial en el siglo XIV. El recorrido tiene como telón de fondo la peste negra y la presencia del otro, que coincide en un espacio y en ocasiones toca la conciencia íntima de alguien a quien no conoce.
Los discursos de cada personaje tienen ecos de crónicas, cuentos y cantares, plegarias y libros de medicina de la época, y recrean las actitudes y creencias que pudieron manifestarse frente al riesgo de morir y la pérdida. Nos acercan a una humanidad variopinta que no ha legado en documentos su propia voz: niños, mujeres, mendigos, ladrones o bien practicantes de oficios despreciados, como porqueros, carboneros, lavanderas o comadronas que no pueden aspirar a practicar la medicina.
Dos personajes dan continuidad a la historia. El médico Abu Alí Ibn Mohamed de Ronda abandona su ciudad, comunidad de creyentes y mujer en Gibraltar. Huyendo de la peste pasa por Barcelona y llega a París. Quiere encontrarse con Guy de Chauliac, médico del Papa que rige la Iglesia desde Aviñón, pues se dice que ha encontrado la cura de la peste. Con el nombre de Pedro de Hispania, el rondeño consigue incorporarse a la Universidad, ocultando su identidad. Hacen falta médicos y el arrepentimiento lo lleva a aceptar su misión, así que recorre los barrios de pobres e incluso la judería procurando aliviar el dolor de los enfermos, aunque no puede sanarlos.
El médico se hace acompañar de un ayudante, Guy de Comminges, estudiante que no puede ocultar su repulsión y el temor al contagio. Cuando llega el momento de continuar por su cuenta la obra de atención de los apestados, él también huye por los caminos, uniéndose a otros muchos que buscan refugio, apartándose más tarde. Los niños que lo ven deambulando en solitario dan la noticia y entre los sencillos habitantes de un llano se le toma por eremita, en un mundo de seres que pueden ceder al pecado, pero tienen fe en la oración de los hombres santos. La relación que se deriva lo llevará a una decisión propia.
Verónica Murguía ha construido un homenaje al mundo de finales de la Edad Media, cuando la amenaza de supervivencia iguala a los seres humanos, y ha explorado el sentido de la fe y la caridad –hoy diríamos la solidaridad o la ética del cuidado– a través de tres religiones en contacto, no por sus verdades sino por el consuelo y la cohesión social que ofrecen, así como la necesidad de los ritos compartidos, desde la oración hasta la reliquia, el legado de un conocimiento o el servicio a un cuerpo doliente o ya fallecido, acciones de esperanza y compasión que reconcilian a quien las practica con su propia dignidad.
El cuarto jinete es la novela de una historiadora que recrea un período dominado por los poderes de reyes y de la religión desde una perspectiva contemporánea, que incluye el valor de la conciencia individual y la compasión. La narración ágil y llena de detalles y conocimientos de época, los personajes frágiles y a la vez generosos y la mirada esperanzadora son facetas que quizá permiten entenderla como una novela juvenil, pero sin duda son una puerta de entrada a la historia social del siglo XIV y a la valoración de la atención compasiva del otro que puede confortar a cualquier lector.
Verónica Murguía, El cuarto jinete, Era, México, 2021
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