Por momentos aparenta ser una tienda que comulga con el contexto de Polanco, sin incomodar, casi como si el museo hubiera encontrado su verdadera vocación en una colonia de clase alta de la Ciudad de México. Resalta en la fachada el Pantone 1788 C, que reconocemos por una larga lista de apropiaciones a partir del trabajo de Barbara Kruger y que, tiempo después, ha sido mundialmente reconocido por una prestigiosa marca de ropa. Sobre ese rojo brillante se lee una palabra en blanco que ha sido intervenida con un gesto sutil y potente: un cambio de letra hace que el logo escape del deseo de consumo y le devuelva a la institución su condición de espacio que invita a la reflexión. Suprime, se lee en lo alto.
La Sala de Arte Público Siqueiros alberga, hasta el 26 de marzo de 2023, México bárbaro, la más reciente exposición de Néstor Jiménez (Ciudad de México, 1988), en la que se incluye un importante cuerpo de obra pictórica e instalación escultórica, así como un video de combate donde se utilizan las esculturas y algunos bocetos del proceso. Las piezas apuestan a dialogar con el espacio del museo y, sobre todo, con los murales de David Alfaro Siqueiros. La museografía está pensada como un recorrido libre, a pesar de que la distribución de las salas establece cierto orden en la lectura de las obras y el espacio. La exhibición se desarrolla a partir de una serie de reflexiones sobre la sociedad, la historia, la violencia y los relatos que crean los mitos del país.
Después de cruzar la intervención de la fachada vemos tambos de metal –que en su momento sirvieron para almacenar agua o arena– cortados por la mitad. Su función es ahora la de escudo, y su acomodo en la sala recuerda inevitablemente a una formación militar. Resuena la reflexión que dio origen al proyecto, relacionada con la noticia del secuestro de una pipa de agua en 2017 en Iztapalapa, cuando la gente se armó con lo que tuvo a la mano –escoba, sartén, machete– para obtener un camión cisterna ante la crisis de desabasto que estaban atravesando. Jiménez reflexiona sobre este mundo distópico, donde un objeto ya no se limita a su función original porque la realidad exige otras reacciones, otros métodos de protección.
Cada uno de los tambos de esta sala está intervenido pictóricamente con reinterpretaciones de imágenes prehispánicas sobre la guerra y el agua. Es una iconografía bélica que da pie a otro de los temas de interés de Jiménez: la historia de la violencia al alcance de todos. Los tambos, además de fungir como escudos, tienen frases de libros que han sido importantes en la investigación del artista: postulados de Marx, Revueltas o Makárenko, entre otros. Algunas son textuales, otras resultan de una interpretación libre.
Esta manera de pensar el mundo hace que en los gestos de Néstor Jiménez prevalezca la honestidad. A diferencia de los artistas, acostumbrados a trabajar en serie, reconoce que su obra toca temáticas y asuntos muy particulares que no tendrían sentido si se insertaran en un molde previo. Los tambos, por ejemplo, guardan la memoria de los golpes que recibieron en su vida pasada; la elección de cada uno de los trazos hechos a mano y la posibilidad latente de tomar uno de estos objetos para protegerse, de ser necesario, establecen una realidad alterna. Dicho así, la obra de Jiménez es de tendencia realista.
Tanto al artista como al curador de México bárbaro, Willy Kautz, les interesa dialogar con el espacio expositivo, por lo que las piezas están montadas de manera que hacen eco de las líneas de los murales de las SAPS y las funciones originales del espacio. Aunque Jiménez no suele mostrar su proceso de trabajo, el sentido pedagógico del museo fue un incentivo para hacerlo: en la segunda sala el artista expone sobre unas mesas iluminadas los bocetos de la iconografía que está pintada en los tambos-escudos; además presenta en una de las mesas dos propuestas sutiles para crear ¿un juguete?, ¿un arma casera?, dos versiones de una resortera, una de ellas creada con un pedazo de brocha –solución que salvaría a cualquier pintor en caso de revuelta.
“Es mucho más difícil plantear la construcción de algo que buscar maneras de terminar con ello”, reflexiona Néstor Jiménez. “Siqueiros planteó los trazos de la sala poliangular de la SAPS para demostrar de qué manera se podría ocupar el espacio o cuál era el sentido de esta composición, y aunque nunca fue su estudio formalmente tiene un carácter de proceso y enseñanza”. En México bárbaro se enseña iconografía, procesos creativos y métodos de supervivencia ante el contexto de violencia.
La tercera sala está compuesta, entre otras piezas, por una serie de pinturas que retoman la anécdota de la pipa robada. A partir de diversos relatos que van construyendo la noticia, Jiménez desarrolla, en un guiño a la pintura clásica, variaciones sobre un mismo tema. Dado que no presenció directamente el robo del camión cisterna, tiene sus propios acercamientos a la historia. El artista creó una colección de pinturas que retratan variantes de lo que sucedió en la revuelta: una pipa desvalijada con bloques de cemento como llantas, una pipa en llamas, una pipa robada y abandonada en un campo, una pipa… Se reconoce un juego de perspectiva tanto formal como conceptual: ¿qué es susceptible de historizar?, ¿bajo qué condiciones? El conflicto no llegó a los periódicos nacionales.
En la misma sala hay un mural de cinco metros de largo, resultado de una exploración con materiales como el rojo de cadmio –que ya no se comercializa en tiendas de arte por su alto índice de toxicidad– y el interés en hacer una suerte de homenaje anónimo a los combatientes de la pipa: no hay rostros, esta historia es de todos y para todos. El título de la obra, Las armas nos serán dadas por la providencia, hace alusión a que, en momentos de conflicto, cualquier objeto será el indicado para defenderse y atacar. La decisión de no dibujar con claridad las cabezas es una referencia directa al ensayo Un proletariado sin cabeza de José Revueltas, una crítica vigente ante la falta de liderazgo en los conflictos sociales.
Tres piezas recuerdan el origen de la práctica de Jiménez, cuando trabajaba en formatos pequeños hechos con objetos encontrados y material recuperado. Se trata de un tríptico que narra una historia sobre las carpinterías de inmigrantes que ejercen su oficio en caravanas. A medio camino entre la producción industrial y el trabajo artesanal, estos carpinteros rara vez diseñan un mueble, generalmente replican modelos dados. La primera pieza muestra una carpintería con carpas y, al fondo, el fuego que inicia (a menudo sufren atentados); la segunda, el momento de quema en la que aparecen todavía algunos muebles, pero donde la lumbre cobra protagonismo; la tercera es una imagen borrosa de lo que fue, de la falta de consuelo.
El último trabajo en la tercera sala hace eco de la propuesta de la fachada y de una obra de la colección de la SAPS. Se trata de una fotografía que retrata a su vez una selfie, resultado de un ejercicio performático que Jiménez llevó a cabo en Cuba, y dialoga con Nacimiento del fascismo de Siqueiros, una crítica mordaz a los regímenes de opresión de su tiempo.
En México bárbaro la apuesta de Néstor Jiménez es hacer escuchar historias de la periferia. Estos microrrelatos y reflexiones constituyen, también, la narrativa de la nación. Los conocemos por conversaciones que escuchamos en el metro, en la combi o en el taxi, o por el antiguo chismoso –el auto con parlante que pasa por las calles repartiendo noticias–, los periódicos o la necesidad de mantener en la memoria los conflictos sociales, para reconocer por dónde hemos caminado.
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