martes, 23 de abril de 2024

Damián Ortega: el juego del espacio

Durante el tiempo que se extendió la charla con Damián Ortega (Ciudad de México, 1967), en la azotea de su estudio se escucharon varios aviones cruzar el cielo. Aunque Tlalpan parece un mundo aparte y marcha a un ritmo distinto de la Ciudad de México, el ruido sirve como recordatorio de que estamos en ella. “En Tlalpan no hay tantas actividades. Aquí hay conventos y psiquiátricos, y eso me funciona para entrar en otra dinámica. Esto era un departamento que rentaba y se fue expandiendo, primero sólo usaba la planta baja y el garage, después el dueño se fue y me ofreció quedarme con la parte de arriba. Ha sido un proceso de irlo colonizando y entendiendo. No es bonito, no es del todo funcional pero es muy orgánico porque se ha ido haciendo solito”. 

El estudio del artista está compuesto por diversas habitaciones en las que se encarnan varios talleres de producción, una oficina con archiveros, el espacio en donde se hacen las mezclas de color y el cuarto dedicado a Alias, la editorial que fundó hace 17 años. En los muros y techos hay diagramas, rezagos de obras; se reconocen (aunque no para alguien ajenx a ese universo) anotaciones y dibujos para montajes, memorias: los puntos anaranjados son de una pieza, los azules de otra. El oficio de Ortega es primordialmente manual: aunque realice procesos de digitalización, se mantiene atravesado por lo físico, por lo artesanal, y ahí radica la importancia de tener esas notas a la vista.

En los muros y techos hay diagramas, rezagos de obras; se reconocen (aunque no para alguien ajenx a ese universo) anotaciones y dibujos para montajes, memorias: los puntos anaranjados son de una pieza, los azules de otra.

Hice cálculos sobre el paso del tiempo y los encuentros: hace más de nueve años coincidí por primera vez con el artista en una galería donde yo era becaria. Él supervisaba la gestación de un compilado de textos críticos sobre su obra bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. Años después volvimos a encontrarnos, esta vez en una entrevista vía telefónica con motivo de Damián Ortega: Pico y elote, primera retrospectiva del artista en el país, montada en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO). Se trata de la misma exposición que hoy ocupa cuatro salas del Museo del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, con las respectivas modificaciones en función del espacio. Bajo el cielo de primavera, en el abril más caluroso de la historia (hasta ahora), nos reencontramos para hablar de sus procesos creativos, la dinámica del taller en el que trabaja, inquietudes y anécdotas.

Damián Ortega

Diagramas en el techo del estudio de Damián Ortega. © Ignacio Ponce

Damián Ortega ha dicho en varias ocasiones que su fuerte nunca fue la academia, “era un pésimo estudiante, sabía que no lo estaba haciendo bien y empecé a buscar hacia dónde moverme porque sentía que no estaba aprendiendo”. Su hermano mayor conocía a Gabriel Orozco de tiempo atrás y le sugirió buscarlo. Orozco acababa de regresar del extranjero, donde había estudiado una maestría, y llegó deseoso de problematizar diversos tópicos. “Ahí empezamos todos y empezamos a pintar, porque eso era ser artista, pero tuvimos mucha conciencia de lo que estábamos haciendo y vimos que la pintura también era un material que tenía algo de escultórico: la tela, la lámina o la tabla con la que pintábamos podían ser un soporte”. Entender el mundo desde la plasticidad le hizo saber hacia dónde desplazarse; en algún punto de la conversación mencionó que se le cruzó por la mente ser muralista, pero que en el proceso del desdoblamiento de la pintura supo que podría sacarla de su formato original y volverla objeto.

En esos primeros años lo acompañó también un cuestionamiento sobre la noción de lo mexicano: “Había una efervescencia por el mexicanismo, pero era un mexicanismo exótico y turístico, un cliché. ¿Cómo asumir lo mexicano desde un lugar más honesto, más comprometido con el día a día y no una convención de lo que ya no era? Fue justo cuando volteamos a ver los objetos, lo que teníamos alrededor, para tratar de hacer arte no con materiales académicos o históricos sino a partir de la basura, de lo que había en los mercados de segunda mano, para tratar de ubicar esa nueva identidad”.

En el trabajo de Ortega hay una pregunta constante por los efectos formales que aporta cada material, para problematizarlo. Entre muchos otros gestos se ha valido del humor, que lo encaminó como caricaturista al inicio de su carrera.

En el trabajo de Ortega hay una pregunta constante por los efectos formales que aporta cada material, para problematizarlo. Entre muchos otros gestos se ha valido del humor, que lo encaminó como caricaturista al inicio de su carrera y que anima diversas piezas de su producción. “Mandaba las caricaturas por fax y ya hasta tenía un personaje que aparecía adolorido por las veces en que se trababa el fax”. En la escultura el humor apareció un poco después: “Tenía una pintura de esmalte muy densa, que estaba sobre una lámina, y no me gustaba. Entonces le puse un removedor, raspé todo y la pintura quedó compactada. Me gustaba la idea de hacer una pintura al cubo, cambiarle la materialidad y volverla algo tridimensional”.

Damián Ortega

Damián Ortega enmascarado. © Ignacio Ponce

Otro factor que sobresale en su trabajo, y que revela mucho de su personalidad, tiene que ver con la espacialidad: “Me parece interesante estudiar el espacio como niño, y esto sucede siempre a través del juego”. Damián Ortega ha llevado a gran escala maquetas o manuales que corresponden a otras dimensiones. Cosmic Thing (2002), el famoso vocho desmantelado, por ejemplo, surgió de su fascinación por entender cómo se componen las cosas: “Cuando hicimos la pieza, la armamos en este taller, pero no había dónde colgarla completa. Teníamos algunas armellas en el techo donde enganchábamos una parte u otra, pero fue hasta que llegamos al museo en Filadelfia que la montamos entera. Durante el montaje me decían: ‘¿No tienes un plano?’, y yo les contestaba: ‘No, pero yo me pongo aquí y te digo: más para arriba o más para abajo, ahí mero. Ahora échate un pasito para atrás…’”. Una o dos instalaciones más se hicieron con la milenaria técnica del “ojímetro”, en parte porque una de las características de la pieza es que se adapta al espacio donde se expone de manera orgánica.

“Me parece interesante estudiar el espacio como niño, y esto sucede siempre a través del juego”. Damián Ortega ha llevado a gran escala maquetas o manuales que corresponden a otras dimensiones.

De Cosmic Thing destacan muchas cosas, y entre ellas no deja de maravillarme el no-lugar que ocupa en su definición: es una obra que existe entre lo escultórico, por ser un cuerpo tridimensional que habita el espacio, y lo pictórico, porque corresponde a un diagrama que originalmente es una impresión 2D. Al verla en el museo la dimensión de la pieza nos refiere a un mural. Aunque el proceso de concepción y creación de las obras pertenece al artista, hay algo más profundo en este trabajo: icono en sí, el vocho aparece como una pieza con vida autónoma.

“Mi papá era muy obsesivo con eso y me preguntaba ‘¿Cuál es tu postura? Defínela, es importante, dila’, etcétera… Tengo esa formación y trato de pensar cómo creo que deben ser las cosas al concebirse, cuál es el sentido para mí en la hechura de las piezas. Después, en el espacio público, el espectador es un librepensador. Tiene el derecho de pensar y hacer lo que quiera. Mientras produzco no, pero una vez que las muestro, las piezas ya no me pertenecen”.

Damián Ortega

Una maqueta de Cosmic Thing (2002), obra señera de Damián Ortega. © Ignacio Ponce

Sobre los tiempos que pasa en el taller, Ortega menciona que va casi diario. Por lo general hay invitaciones o proyectos concretos a desarrollar: “Antes lo hacía por necesidad, por ganas de hacer cosas. Ese gusto no era muy bien remunerado. Cuando surgió la galería Kurimanzutto empezó a haber más eventos y más trabajo. En el taller hay un equipo pequeño de gente, algunos llevan conmigo muchos años. Es una forma de aprendizaje: creo que la gente que ha estado aquí sale con una forma de trabajar. Somos casi como una forma renacentista de taller”.

Durante la entrevista el artista recibe una llamada y, a partir de ahí, reflexiona sobre la necesidad de articular lo público y lo privado: “A veces la gente me dice ‘¿Así te vistes?’ o ‘¿Ése es tu coche?’. Y sí, no sé qué imagen tienen de lo que yo o alguien debería ser. Hay un mundo de necesidades familiares que te aterrizan, a veces el arte cumple o resuelve estas necesidades. Es también muy sano, muy humano”.

El intercambio con Damián Ortega se entabló desde la genuina sorpresa por la creación, que comienza con una idea y encuentra cabida en las posibilidades inherentes de los materiales. La concepción del espacio, las maquetas que habitan los recovecos de las habitaciones y la arquitectura improvisada de tipo racionalista dan a la visita la sensación de haber formado parte de un proceso vivo, siempre cambiante, lúdico. El estudio transmite el gusto de seguir sorprendiéndonos.

Damián Ortega

Damián Ortega retratado en su estudio por Ignacio Ponce

Damián Ortega: Pico y elote puede visitarse en el Museo del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, hasta el 30 de junio

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