Pocas cosas tan de pésimo gusto por parte de un escritor como estar vivo.
Es probable que la única forma que tenemos de paliar esa momentánea circunstancia sea poniendo epígrafes de grandes difuntos en nuestros textos literarios. Hay que intentar que la mejor página de nuestras novelas o poemarios o libros de relatos sea la del epígrafe. Un epígrafe es la primera prenda que nos quita el lector. Un epígrafe es la sombra del árbol bajo la cual se refresca lo que hemos escrito. Un epígrafe es un tapete de “Welcome”. Atención: es fundamental que no luzca ya bastante pisoteado. Bolaño era un maestro de los epígrafes. Suplico que quien esto lee vaya al rato a su librería de la esquina y, en la letra “B”, busque los epígrafes en cuanto libro del chileno encuentre. El de “Una novelita lumpen” es particularmente una selección brillante. Y es que Bolaño entendía a la perfección que un libro es el eslabón que te lleva a otro libro que te lleva a otro libro que te lleva a Hemingway quien a la vez te lleva a otro libro y que te lleva a otro libro y así hasta Homero esquina con Dostoievski.
Es trampa usar de epígrafe a Bolaño. (Ojo: esta regla caduca en el 2043).
Si tienes dos epígrafes y no sabes cuál elegir, mata ambos. Si no sabes qué epígrafe usar no pongas nada.
Sólo a Bolaño se le permite usar lo que escucha en la radio el cónsul Firmin antes de que lo asesine México. Esta regla jamás caducará.
Traduce tus epígrafes. No es responsabilidad de tus lectores saber latín o el francés de Baudelaire o el francés de Hugo.
López Páez usó ya a Melville. Tómalo en cuenta. Y lee a López Páez. Y lee a Melville.
Si meterás tu libro a un concurso, por ejemplo, al Julio Torri, no uses epígrafes de Julio Torri. Esto no aplica en el caso de que nombren a algún premio: Carlos Fuentes.
Por el amor de dios no entregues nunca el cuento ese cuyo título y epígrafe son más largos que el cuento en sí.
Siempre trae en la cartera una página con el epígrafe de Borges acerca de que la paternidad y los espejos son abominables. Ya sea si lo extrajiste de Historia Universal de la Infamia o de “Tlön, Uqbar…”. Preferentemente que te lo escriba a mano un ser amado.
Si usarás de epígrafe lo que siempre decía tu tía Lupe acerca de las canicas y la lluvia, asegúrate de que la tía Lupe haya sido una escritora impresionante en sus tiempos.
Pocos epígrafes envejecen tan rápido como los fragmentos de canciones de bandas cuya música nos late.
En resumen y sin ganas de ser reiterativo: recuerda que sólo serás recordado por tus epígrafes.
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