La cartelera nos ha traído casi a la par, en teatros distintos, cinco obras de William Shakespeare: Hamlet, del director alemán Thomas Ostermeier (que se presentó en el Festival Cervantino); La trágica historia de Hamlet. Príncipe de Dinamarca. Primera parte, de José Caballero; Titus, de Angélica Rogel; Ricardo III. Versión 0.3, de la Compañía de Teatro Penitenciario de Santa Martha Acatitla, dirigida por Itari Marta; y El mercader de Venecia, de David Olguín. Cuatro tragedias y una comedia.
“A Shakespeare no le falta ninguna posibilidad”, escribía Victor Hugo hace más de 150 años en su ensayo titulado simplemente William Shakespeare. Y con razón: pasan los siglos y se siguen reinventado, resignificando y representando obras del dramaturgo inglés nacido en 1564.
Ahora, ¿por qué Shakespeare sigue retomándose? “Porque es uno de nosotros, dice cosas que son aplicables a cualquier lugar o persona”, señala José Caballero y porque sus obras “hablan de cómo procede el ser humano”, comenta Angélica Rogel. Traídas al contexto mexicano, estas puestas en escena interpelan al espectador mostrando el lado más descarnado del ser humano, la traición, la crueldad, la ambición por el poder y el dinero, la búsqueda de identidad.
A pesar de sus distintas interpretaciones, los cuatro montajes producidos en México coinciden en retratar uno de los problemas más graves que padece nuestro país: la violencia. En La trágica historia de Hamlet…, como apunta Caballero, el protagonista enfrenta la traición familiar para buscar su identidad; en la historia de Titus, ambientada en una carnicería, abundan las muertes; en Ricardo III 0.3 la muerte de cada rey sirve para que otro se adjudique la corona; del lado de la comedia, en El mercader de Venecia se exhibe la necedad del usurero Shylock (Mauricio Davison), que al no tener de vuelta el dinero prestado a Antonio (Iván Zambrano Chacón), exige su carne a cambio.
Pero, ¿cómo llegamos a la violencia y particularmente a la violencia de género en México a partir de Shakespeare? Titus es ya una obra con un alto calibre de violencia, por ejemplo, Lavinia (Inés de Tavira) –hija del guerrero Titus (Mauricio García Lozano)– es violada y mutilada por Demetrio (Emiliano Cassigoli) y Quirón (Rodolfo Zarco) en el oscuro bosque –que pone en escena el acoso oculto– y asesinada por su padre. “En la época de Shakespeare casi se ignora este acontecimiento, la violencia contra ella está presente pero como si fuera sido un animalito”, dice Rogel; esto adquiere un significado mayúsculo en nuestro contexto: hagamos cuentas: la Secretaría de Seguridad Pública cuenta 638 feminicidios de enero a agosto de 2019.
De igual manera, en el caso de la adaptación de Itari Marta ocurre que el personaje encarnado por Brenda Valeria del Angel Lemus, primero aparece como objeto de deseo al ser cortejada y luego es obligada a bailar sensualmente en contra de su voluntad, para finalmente ser violada por el rey y salir de escena; su muerte es mostrada en un ambiente carcelario que conmociona al público.
Sin embargo, también hay que (a)notar la sublevación femenina –cuantitativa y cualitativamente– en nuestro teatro. La vemos con el icónico personaje de Hamlet, interpretado soberbiamente por Julieta Egurrola; la perspicacia y el oportunismo de Tamora (Nailea Norvind) en Titus; la rebeldía y la traición de Jéssica (Marisol Castillo) y la noble amistad entre Porcia (Yenizel Crespo) y Nerissa (Simona Chirinos) en El mercader…; y la impresionante adaptación y dirección de Itari Marta, quien encauza a un grupo de internos de la prisión de Santa Martha para representar brutalmente a Shakespeare.
Encaramos un animal bifronte –máscara de la teatralidad– que por un lado denuncia y exhibe las prácticas represivas hacia la mujer, y por el otro, muestra la participación femenina que germina semillas de cambio. ¿Qué rostro mirar?
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