lunes, 2 de marzo de 2020

Abril Castillo Cabrera: “Callémonos y vamos a bailar”

Ya sea en su libros de dibujo (Las mujeres de mi vida, Chet, y Sobremesa), en su programa de radio (Canal de Panamá, NoFMradio), en su blog mensual #CuotaDeGénero en la revista Este País o en su cuenta de Medium, Abril Castillo Cabrera (Morelia, 1984) habla de las personas que conoce, también de libros, dibujos y películas que le gustan. Su trabajo toma la forma de una bitácora en constante reelaboración. Esa misma lógica atraviesa su primera novela, Tarantela, publicada por Antílope, un libro sobre el dolor y el duelo de una familia, pero también sobre el proceso de escritura y los límites de la no-ficción. A propósito de la novela nos reunimos a platicar con ella una mañana nublada en la colonia Narvarte.

Abril Castillo, autora de Tarantela

Imagen – Abril Castillo Cabrera

  

A lo largo de Tarantela hay una insistencia en los silencios, las aliteraciones, una suerte de juego constante con el sonido de las palabras. Por otro lado fragmentas los párrafos de manera peculiar. Aunque parezca evidente, ¿por qué escribes como escribes?

Al querer contar una historia, hasta que no haya algo que me dicte el orden de cómo va a ser narrada, no puedo comenzar a contarla. Necesito de un primer impulso que tiene que ver con la belleza de las frases, como si fuera una dinamita que le va a dar vuelo a la historia; de repente hay una frase que te arroba, puedes ir en el metro o estar bañándote y de pronto tu mente la configura de tal modo que la quieres atrapar, piensas quiero fotografiar esta frase así como está dicha. Me pasa a veces que estoy en el chat con una amiga y de pronto escribe algo de tal modo que le digo “¿ya viste qué bonito dijiste esto?”, y le devuelvo la frase para que vea que casi acaba de decir un poema. Creo que esta fragmentación consiste en mirar el mundo desde un encuadre nuevo. No es que yo lo invente, solo hace falta recogerlo. La belleza me ayuda para seguirme de largo. A veces escribir es igual que meter la primera velocidad en una subida, y el texto no arranca; otras ocasiones te encuentras con una bajada y el carro se va solo. Esas frases son como esa bajada, pero las tienes que agarrar en el momento y seguir el impulso. Con Tarantela me pasó que no conseguía decir nada al principio y luego no podía callarme. Como cuando ves algo que te impacta mucho y no puedes verbalizarlo, pero después no paras de llorar.

La historia de Tarantela era algo que tenía muy atorado, durante muchos años no había encontrado la forma adecuada de narrarlo. Lo había intentado de un montón de formas. Fue hasta que leí un poema de María José Ferrada, que escribió para la exposición Vivan las mujeres, cuando encontré mi primera frase: «tengo cuatro años y se hace tarde para salir». El presente de la infancia, breve y total. A partir de ahí empecé a unir fragmentos que escribía, igual que mi abuelo hacía con sus fichas diarias, y comencé a entender que todo pertenecía a lo mismo. Podemos sentirnos perdidos, pero luego aparecen maneras de configurar a partir de las piezas existentes. Había escrito fragmentos sobre la hipocondría, sobre mi hermano, sobre la familia; encontré fragmentos que escribí a los 12 años sobre mi abuelo enfermo en el hospital, por ejemplo. Fui recuperando fragmentos de diarios de la adolescencia y muchos otros lugares, juntando todo para que tuviera sentido. Cuando escribí la primera frase de la novela tuve la certeza de que ahí empezaba la historia, fue como encontrar el cabo de una madeja totalmente enmarañada y poder empezar a desenredarla.

Por momentos me daba la impresión de que Tarantela es un monólogo con silencios sonoros, pausas dramáticas para sentir de una manera propia las frases. El libro como objeto, por otro lado, pregunta cosas todo el tiempo, su portada es un misterio; al principio no entiendes el uso del color azul, tampoco los intrigantes espacios en blanco. Desde un inicio el libro está diciéndote cosas que no comprendes y que te hacen leer más para entenderlo.

Sí, exacto, sí tenía ese sentido. Sobre la puntuación, la verdad es que algunos fragmentos empezaron así porque muchas veces se me ocurría algo que quería escribir mientras venía caminando o en el metro y no podía detenerme a poner comas y puntos; entonces, en su lugar, ponía un enter. Con las relecturas vi que muchos de esos cortes bruscos funcionaban como silencios, me gustó juntar así forma y fondo. Hay dolores que no puedes enunciar de corrido, se muestran como una respiración entrecortada que también necesita ser vista en la página. El silencio no sólo es sonoro, es todos los sentidos a la vez. Necesitaba que el silencio también fuera visible. Un silencio marcado por una coma o un punto y seguido no se lee ni se siente igual que al verlo en el blanco del papel.

¿A partir de todo esto Tarantela es parte de alguna corriente o tendencia de la literatura contemporánea? 

La no-ficción es tendencia ahora mismo, también las formas híbridas. Me gusta escribir o dibujar desde ahí. Creo que llegué a ese lugar por necesidad, no en el sentido comercial. Tiene que ver con el alma de la época y quizá con el feminismo, las redes sociales y el interés creciente por el yo, que no se reduce al egocentrismo. En todas las épocas se ha dicho que se debe escribir de lo que se sabe, pero creo que reconstruir la historia de una familia implica cierta sensibilidad para entender que hablar del yo ni siquiera es hablar de tu propia memoria y tus propias verdades, porque hay muchos datos sueltos que no se ligan directamente a nada y tienes que reconstruirlo todo. Cuando juntan los restos de un dinosaurio, por ejemplo, hay un montón de partes que se deben imaginar. Ahí se cuela el propio deseo y la visión que se tiene del mundo. Durante la escritura de Tarantela pensaba que tener acceso al diario de mi abuelo me revelaría la verdad. Cuando lo leí me di cuenta de que era su versión de las cosas, además de que esa versión estaba incompleta. Me hacía falta mucha información para completarla.

Desde el punto de vista del feminismo, hablar de no ficción o de autoficción consiste en hacernos parte de un mundo donde quienes hablaban eran los hombres. Eso puede incomodar. Si la mujer siempre estuvo reducida a la esfera de lo privado, las verdades y las grandes historias ocurrían afuera, en el mundo de lo público. En mi clase de collage, como parte de la mis estudios de maestría, vimos obras de mujeres de la era victoriana: collages que luego escondían en libros, vedados a los ojos de sus esposos. Los diarios, un escondite tradicional, siempre ha sido un género relacionado con la mujer. Mi proyecto de tesis de maestría tiene que ver con los diarios de dibujo, con las bitácoras, con la reflexión del proceso creativo. Cuando le mostré a mi profesor los avances, me hizo ver cómo el formato de cuaderno implicaba una secrecía, no mostrarlo todo. Y es cierto, un cuaderno, una libreta o un diario pertenece al ámbito de lo privado. Es algo que puedes cerrar y no mostrarle a nadie. El hecho de abrirlo y decidir mostrarlo dice algo. Que alguien lo abra sin consentimiento, quiere decir otras cosas. Creo que de ahí viene mi forma de escribir, el hecho de que desde niña he tenido diarios. Volver público lo privado al escribir nuestras historias, al no negar nuestro yo, dejar de guardar silencio se vuelve un acto político. Todos tenemos derecho a contar nuestras versiones de la historia. Me encanta que esto sea tendencia, poder leer a más mujeres que escriben autoficción, que escriben desde el yo y la memoria.

El interés actual por la no-ficción, la autoficción, el yo y mostrar lo privado, responde a una búsqueda de la verdad; la verdad puede estar en la poesía o en el periodismo. Sin embargo, no estoy en busca de verdades, sino de preguntas. Creo que a nivel generacional muchos coincidimos: no se trata de dar respuestas, sino de encontrar la pregunta precisa que eche a andar las que siguen. Aceptar la falta de certezas. De la frustración de no encontrar una verdad única, florecemos con las formas híbridas.

“Al hacernos preguntas, configuramos un mapa propio que nos permite entender dónde estamos y qué sentimos. Luego vendrá la tarea de cómo comunicarlo. En un libro, un dibujo o un baile. Cada quien”.

¿Tarantela es ficción, no-ficción, autoficción? 

El punto de partida de la novela era una anécdota familiar que fui modificando. Cuando escribí Tarantela no estaba pensando en que fuera como tal una auto-ficción, pensaba que sería una crónica que reconstruyera los hecho familiares. Luego quise volverla ficción, pero me di cuenta de que sólo podía ser una autobiografía y que mientras no tomara esa decisión, mientras insistiera en enmascararlo todo y volverlo ficción, no iba a fluir la historia; si cambiaba alguno de sus factores no iba a significar lo mismo. Todo giraba en torno al misterio doloroso de la muerte de un familiar.

Después de que escribí la novela, me acerqué a creadores con temas afines. Por ejemplo Alejandro Zambra, autor de una obra con una pulsión personal, sentida; Laia Jufresa, que escribió Umami (2015); y Jazmina Barrera y su Cuaderno de faros (2017). Leí Mi abuelo y el dictador (Caballo de Troya, 2017), de César Tejeda, un intento de reconstrucción de cómo su abuelo se salvó de ser fusilado en Guatemala. César se convirtió en el editor de mi novela junto con Jazmina, por cierto. Leí muchos ensayos de Oliver Sacks, Phillip Lopate, Vivian Gornick. Releí Memoria por correspondencia (2012), de Emma Reyes, y otras historias de personas intentando explicar su lugar en el mundo. Con esos libros te dan ganas de contar tu propia historia.

César Tejeda y yo comenzamos un taller de autobiografía que de broma nombramos El Club de Autobiógrafos Anónimos. Él ha desarrollado una teoría, sobre la que está escribiendo un libro (próximamente publicada en Alacraña), según la cual toda autobiografía tiene un centro gravitacional en torno al que gira la historia. En Tarantela puede ser la muerte del tío o el veneno, como una fuerza que sostiene al resto. El autor mismo no es como tal ese centro. Me parece ingenuo pensar que estamos hablando exclusivamente desde el yo, la autoficción habla del mundo reconociendo el filtro desde el cual pasa. La objetividad no existe. 

Lo que pasa es que a diferencia de otras épocas, ahora mismo somos más conscientes de que nosotros mismos somos un filtro, vemos desde horizontes o visores específicos de los que no nos podemos deshacer. Reconocer limitaciones y bondades nos permite utilizarlos con mayor libertad. Se trata de usar esa fuerza a tu favor, ser consciente de tu filtro (visión, época, voz, género, privilegios) y no tratar de ocultarlo. Antes hablaba de que lo que mueve a la escritura son preguntas, no respuestas. Entonces, si las verdades no existen, si ya sé que no voy a llegar a ninguna verdad, puedo sugerir una serie de preguntas desde la vulnerabilidad. Lo que mueve a la escritura, lo que la anima, lo que le da gasolina, es seguir teniendo dudas. Por eso cuando se te acaban las preguntas de pronto te quedas en silencio. A veces no es que se te hayan acabado realmente, sino que llegaste a la pregunta: una que duele o que no puedes responder de bote pronto. Ser conscientes de nuestros límites o no saber frente a qué nos encontramos, puede evidenciar la resistencia a seguir preguntando. Hacerle frente a esa fibra puede volver a hacer girar la bola.

 En Tarantela el centro gravitacional (eso que atraviesa y une la historia de Jano, el tío que muere envenenado, la historia de tu hermano y tus historias) es el dolor y el duelo. Por otro lado, pienso que la estructura de la novela parece revelar el proceso de escritura de la misma.  

Hay una idea que es un lugar común en las TedTalks de escritura: se dice que si estás atravesando un bosque oscuro, si ya estás en medio, es mejor terminar el recorrido. Ya no lo puedes des-escribir. O pones una tienda de campaña ahí, en medio del bosque, o llegas al otro lado y ves lo que hay. Creo en el arte como una herramienta, aunque tiene un doble filo. Para mí escribir no es explícitamente una terapia, pero creo que la introspección ayuda. Los artistas deben tener ciertas herramientas para evitar salir demasiado raspados. Hay una cita de J. M. Coetzee, en su libro Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar (2007), que dice que el artista debe ser capaz de ir al lugar más oscuro de sí mismo, donde habitan las fieras peligrosas, y salir lo menos herido posible. Para mí se trató de una manera de deshacerse del veneno.

El baile de la tarantela es justo eso. La tarantela es la cura al tarantismo –hipocondría, histeria, ansiedad–, causada por el veneno de una tarántula. Que la solución sea justamente algo no verbal, me pareció perfecto. Al final se trataba de hacer un baile con la escritura o al menos decir ya callémonos y vamos a bailar. Creo que después de todo este recorrido en el que parece que no llegué a nada, lo que queda es guardar silencio y bailar.

Por otro lado, dejar los hilos de la escritura a la vista evidencia que no hay recetas secretas, que cualquier persona es capaz de contar su propia historia. 

¿Y te sientes mucho más libre ahora, después de haber atravesado el bosque? 

Pues no (risas), atravesé el bosque, pero no. Alejandro Zambra me dijo que cuando estás escribiendo un libro todo el tiempo quieres hablar de él, pero nadie te hace caso, porque nadie sabe qué es; pero cuando ya está publicado y quieres decirle hasta nunca, es cuando más tienes que hablar de él.

Quizá las verdades son dinámicas y cuando las alcanzas se convierten en mentira. En ciertos momentos sentí cierta paz. Ahora estoy escribiendo otro libro en el que mi objetivo, como experiencia de escritura, es pasármela bien. Hacer una suerte de stand up. Aunque sea sobre cosas tristes o agridulces estoy intentando reírme, llevarlo a la exageración para no sufrir mientras lo escribo (risas). 

Tarantela dialoga con otras obras, por ejemplo las películas Johnny tomó su fusil (Dalton Trumbo, 1971) y El show de Truman (Peter Weir, 1998). Esas referencias son anclas que sirven también para acompañar nuestra experiencia como lectores. Yo por mi lado pensaba en Dolor y gloria (Pedro Almodóvar, 2019) por el tema del duelo o en algunos fragmentos de 500 días con ella (Marc Webb, 2009) por su estructura no lineal; por el espíritu que transmite también me vino a la cabeza Frances Ha (Noah Baumbach, 2012).

De hecho el libro no sólo era más largo porque tenía fragmentos saltados y espacios en blanco, sino que la mitad del libro eran citas textuales. La primera versión estaba llena de referencias. Me gustaba la idea del libro-álbum, pensar qué pasa al poner mi texto junto a la imagen de un poema que escribió alguien más. En las primeras rondas de edición, Jazmina Barrera me sugirió quitar todas la citas textuales, parafrasear las que realmente tuvieran que estar, apropiármelas o volver explícito su motivo para estar en el libro y no dejarlo a la imaginación. Cuando me dijo eso sentí como si me hubieran bajado los pantalones en medio del patio de la escuela: sola y expuesta (risas).

Es verdad que me encanta hacer eco de otras lecturas y dejarlas a la vista. Pero el proceso fue de apropiación y creo que la novela ganó con la decisión de mi editora. Más allá de la obra misma, se trata de entender lo que resuena en ti. 

Constantemente estoy citando a Los Simpson. Eso hace que la gente me odie o me ame (risas), pero es inevitable porque todo eso me conforma. En las clases de escritura que doy les digo a los alumnos que no les dé pena decir quiénes son: si te gustan Los Simpson, te gustan Los Simpson, si creciste viendo telenovelas o yendo a la ópera, eso eres. Antes que todo tienes que asumir quién eres, luego te puedes enmascarar en la ficción. Me gusta el arte que deja a la vista los hilos. En ese sentido una obra puede funcionar más o menos como manual, pero no en un sentido prescriptivo. 

Al conectar más con nuestro interior podemos expresarnos mejor. El problema es que nos quedamos atrapados en nuestro dolor, no sabemos cómo contarlo, a veces no sabemos ni qué sentimos. Al hacernos preguntas, configuramos un mapa propio que nos permite entender dónde estamos y qué sentimos. Luego vendrá la tarea de cómo comunicarlo. En un libro, un dibujo o un baile. Cada quien.

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