La discusión va más allá de la vivienda de interés social. Durante demasiados años se ha hablado de mínimos, de los metros indispensables para que un espacio sea habitable. Pero ¿y si la cuestión fuera también de máximos, de la cantidad de espacio razonable para un grupo de personas al que solemos llamar familia? Este tipo de preguntas brotan durante la lectura de ¿Cuánta casa necesitamos? Thoreau, Le Corbusier y la cabaña sostenible (2016), de Urs Peter Flueckiger. Publicado en castellano por Gustavo Gili, el pequeño volumen invita a pensar, de nuevo, los elementos esenciales del espacio habitable.
El autor suizo, profesor de la Texas Tech University, dirigió entre 2008 y 2010 a un grupo de alumnos que diseñó y construyó una pequeña vivienda sostenible, a partir del análisis de dos casos: la cabaña que edificó y habitó Henry David Thoreau cerca de Walden Pond (Estados Unidos, 1845-47) y el Cabanon de Le Corbusier en Roquebrune-Cap-Martin (Francia, 1951-52). Son un par de casas ejemplares por su simplicidad y economía de recursos, cada una mítica por derecho propio. En la primera (de 14 m2), Thoreau escribió Walden, ensayo clásico, precursor del ecologismo; la segunda (16 m2), el “castillo” del arquitecto en la Costa Azul, es una pieza reverenciada por su propuesta ergonómica y funcional, para no hablar de sus valores plásticos. Hay que decirlo: ninguno de estos edificios fue la morada definitiva de sus creadores, ni pretendían ser modelos de vivienda futura. Se trata de ejercicios reflexivos sobre los fundamentos materiales del habitar.
Flueckiger arroja un dato impactante: en 2013, la superficie media de la vivienda estadounidense alcanzó los 240 metros cuadrados, a pesar de que el número de integrantes de la familia ha disminuido. ¿Cuánta casa necesitamos, entonces? Como sabe cualquiera con nociones de aritmética, su tamaño no podrá seguir creciendo indefinidamente, ni siquiera en los países más prósperos del planeta. La cabaña de 37 m2 de los estudiantes de la Texas Tech University manifiesta ansiedad medioambiental. Podría ser el habitáculo que permita a los futuros nómadas instalarse en lugares como las Altas Llanuras tejanas: energéticamente autónoma a través de paneles fotovoltaicos y un sistema solar pasivo, utiliza agua de lluvia y contempla el compostaje de residuos. Por ahora simboliza el deseo de una vida más sencilla, de vínculo con el entorno natural en tiempos de saturación informativa y productividad 24/7.
Al margen de algunas propuestas recientes, en las que se aprecia un cambio de enfoque en el diseño de vivienda social en México (pensada inevitablemente con el parámetro de lo mínimo), las amplias casas de los estratos más prósperos de la sociedad no son la respuesta más sensata a la necesidad de un uso más eficiente de los recursos. Como escribió Thoreau en una carta de finales del siglo XIX: “Para qué sirve una casa si no tienes un planeta tolerable dónde colocarla”.
La entrada La casa y sus fundamentos se publicó primero en La Tempestad.
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