Una película acorde con lo que nos toca: Ema (2019), de Pablo Larraín, enlaza los ritmos de hoy –el movimiento de los cuerpos, el reguetón y las luchas de las mujeres– a través de una puesta de cámara en la que domina el colorido neón, que recuerda al cine de Gaspar Noé, aunque se trata de su reverso. Si el argentino afincado en Francia apela al moralismo, el chileno Larraín recoge la energía de su país, cuyas mujeres se han convertido en emblema de la liberación en el que el baile es goce y también herramienta de acción política.
Ema, decíamos, recoge elementos de la cultura del reguetón, que como manifestación social hermana la música, el baile y la moda. Ema es, sobre todo, una película sobre un personaje: Ema es una joven bailarina que devolvió al hijo que adoptó con su pareja, el coreógrafo de la compañía de la que forma parte. La maternidad y la familia son los temas del filme. Lo que distingue al tratamiento de Larraín es la distancia que toma para seguir a la protagonista, que no es una mujer de una sola pieza. Se trata de una mujer con muchos matices, sombras y reflejos. Una mujer problemática. Todo lo que cabe en ese adjetivo se vuelve historia en la película.
Ema quiere restablecer el contacto con su hijo, para ello crea, más que nada con silencios, un plan que la hace pasar por villana. Estamos de lleno en el de la ficción: cada espectador teje en su cabeza su versión de la villanía, cada quien la relaciona con imágenes y arquetipos. Suena en la película “Vampira”, canción de Tomasa del Real, la cantante chilena de neoperreo, clave reguetonera para entender el espíritu del filme (y de la época): Es de noche / Vampira / Aparezco yo / Entre la neblina / Felina / Uñas largas negras / Nunca en la cocina. Ema no es un personaje bueno o malo, es una mujer que respira al interior del cuadro.
La otra mujer en llamas
¿Es posible pelar una cebolla sin llorar? Al ir quitando capas descubrimos a Ema, que tiene una doble vida (¿o varias?), que en las noches marca con fuego la ciudad de Valparaíso; una actitud de rebeldía que une la furia y la calma. El uso de este elemento nos lleva a otra película genial y reciente, Retrato de una mujer en llamas (2019), de Céline Sciamma. Este recurso incendiario ya no es temido: Ema lanza llamas que se enmarcan en un cielo neón; la protagonista de Sciamma hace del fuego un adorno de su vestido.
El filme de Larraín es una sentida ficción que reconoce la realidad, algo que se está moviendo, que está configurando las posibles formas de relación entre mujeres y hombres, que imagina un nuevo modelo de familia. Algo todavía imposible de calcular.
Ema se puede ver ahora en la sala de arte de Cine Tonalá.
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