Dentro de una década, los historiadores bien podrían llamar a la pandemia del coronavirus la gran desaceleración. Los cuerpos que han sido propulsados sin parar a través de las ciudades, en metros, autobuses, bicicletas y autopistas, ahora se mantienen en casa en un aislamiento autoimpuesto; los aviones que han cruzado continentes incansablemente pasan cada vez más tiempo en tierra, y los buques de carga que han agitado sin cesar las aguas de los océanos flotan ociosamente en los puertos costeros, boyando por la falta de cargamento. Las fábricas chinas se mantienen quietas y en silencio sin sus trabajadores, como reliquias de una era industrial pasada, mientras los ambientalistas escriben en línea sobre la reducción sustancial en las emisiones globales de dióxido de carbono. El capitalismo implacablemente acelerado parece, de manera bastante inesperada y abrupta, estar rechinando, volviéndose pesado y dando tumbos hacia una lánguida duermevela.
Siguiendo el abandono de oficinas, fábricas, universidades, restaurantes y otros lugares de trabajo, la suspensión histórica de la economía planetaria nos ha dado a todos tiempo para conversaciones largas en la sala o el teléfono, para cocinar intrincadas recetas y leer libros hace mucho abandonados en los estantes, para llevar comida y medicinas a vecinos necesitados, para jugar en el baño con los niños mandados a casa por las escuelas y para ver películas postergadas por años. La gente duerme, escribe, llora, baila, se ejercita, tiene sexo y ríe en la nueva pausa que nos contiene. La fragilidad, la vulnerabilidad y la interdependencia de la vida son sentidas más intensamente y comprendidas con más fuerza conforme el virus se propaga, abriendo el camino a nuevas intimidades, solidaridades y creatividades. Aún rodeados de crisis y miedo, momentos frágiles pero utópicos cobran vida.
Y sin embargo pareciera que, luego de algunos días de un interludio planetario caracterizado por la desaceleración sin precedentes en todos los continentes, donde la gente ha comenzado a cuestionarse el orden social que definía sus vidas hasta ahora, inmensas aceleraciones han sido puestas en marcha en un intento de compensar social, económica y políticamente la velocidad perdida en todas partes. El apagón de los sistemas de nuestro planeta parece que ya está siendo respondido con un reinicio del sistema que tiene como finalidad capturar los potenciales no materializados de tantos cuerpos inmóviles, para utilizar económicamente los muchos cuerpos que de forma inesperada han encontrado tiempo para experimentar la multiplicidad de usos de la vida.
Si se puede decir que un reinicio del sistema, al que podríamos llamar simplemente el reinicio corona, está teniendo lugar es porque el poder entiende que la sociedad está integrada en su totalidad como una vasta computadora que puede ser programada y reprogramada como sea necesario en respuesta a cualquier perturbación, contingencia o acontecimiento. En este sentido, la desaceleración de tantos cuerpos parece haber abierto el camino a la reorganización cibernética y la reaceleración de la vida planetaria, donde el distanciamiento social ha justificado la implementación de formas más intensas de conectividad digitalizada y control técnicamente viable en nuestro presente. Este texto es, en última instancia, un intento de pensar a través de la posibilidad de que el apagón y el subsecuente reinicio del planeta actualmente en marcha podrían de hecho no ser una colección de medidas ad hoc que se desvanecerán a la par del contagio, sino que el coronavirus podría servir como catalizador de un nuevo tipo de sociedad construida sobre las formas de una subjetividad digitalizada que son falseadas dentro de la circunstancia histórica única de la pandemia.
Como mínimo, en este momento todos debemos luchar para comprender las rápidas transformaciones de la vida social, el trabajo y la política actualmente en curso, no sólo para sobrevivir a esto juntos y defender nuestra humanidad común, sino también con la esperanza de establecer un tipo de sociedad distinto al imaginado por el poder en la actualidad. Si este reinicio planetario toma la forma de una recalibración total de la vida social, económica y política para preservar la continuidad del orden social, económico y político del capitalismo, ¿cómo podemos comenzar a imaginar la vida social de manera distinta en este momento difícil?
En esta primera etapa, parece que al menos dos nuevos tipos de subjetividad ya han comenzado a tomar forma, ambos mutuamente constitutivos, dependientes íntimamente uno del otro y moldeados por las infraestructuras informáticas y los aparatos que hoy ensayan y organizan buena parte de nuestra sociedad planetaria. De un lado tenemos al sujeto domesticado/conectado, que al estar confinado en su hogar es empujado a inventar nuevas formas de reconexión y de participar en una economía virtualizada. Por otra parte tenemos al sujeto móvil/desechable, que sirve como el sistema circulatorio de la pandemia, un sujeto que se vuelve cada vez más vulnerable y precario en tanto es obligado a moverse a velocidades cada vez mayores. Con el fin de que los sujetos domesticados/conectados puedan sostenerse materialmente a sí mismos, deben ser acoplados al sujeto móvil/desechable que satisface las necesidades materiales mínimas de la sociedad al tiempo que garantiza la posibilidad de una vida doméstica aislada pero en red.
El sujeto domesticado/conectado es amputado de la vida social de forma espantosa, pero está íntimamente enchufado a una economía en red de manera creciente. Es tan dócil como productivo, integrado en la sociedad pero sólo en tanto separado de ella. A oficinistas, profesores universitarios, programadores, reporteros y trabajadores de la cultura, entre otros, se les ordena permanecer en casa pero mantenerse conectados. Las plataformas de streaming luchan para manejar los nuevos volúmenes de tráfico mientras incrementan sus ganancias, y todos experimentan el entrenamiento en línea para poder seguir colaborando y trabajando en una red doméstica. El aislamiento del hogar depende de su grado de conectividad. El sujeto domesticado/conectado puede evitar el riesgo de estar cerca y en promiscuidad con otros cuerpos posiblemente infectados simplemente sumándose a la reunión laboral en Zoom, consumiendo cultura en Netflix, pidiendo comida en Postmates, distrayéndose en Facebook y pidiendo más desinfectante de manos en Amazon, mientras Trump anuncia que si tienes algunos síntomas del coronavirus todo lo que debes hacer es visitar un sitio diseñado por Google para programar un test remoto. Mientras la movilidad de los cuerpos se restringe a los espacios domésticos, los teclados de las computadoras danzan con la frenética actividad cinética al servicio de la disminución de los contagios y el mantenimiento de la tambaleante economía a través de las olas de la turbulenta volatilidad de los mercados.
Surgido para rimar con el sujeto domesticado/conectado, el sujeto móvil/desechable se desplaza a velocidades cada vez mayores con riesgos cada vez mayores que ya nadie debe tomar. La interrupción de la vida pública es excedida por la aceleración febril del sujeto móvil/desechable conectado y al servicio de las mismas redes informáticas que enchufan a los sujetos domesticados/conectados a las economías planetarias. Comandado por aplicaciones de teléfonos inteligentes que entregan un flujo incesante de sonidos y alertas que los llevan de una chamba a la siguiente a través de calles casi desiertas, los trabajadores migrantes en bicicletas eléctricas nunca han sido más solicitados, transportando cajas de comida de restaurantes, bolsas de alimentos de los supermercados y surtidos de farmacias, bodegas y vinaterías a los trabajadores asalariados domesticados/conectados que, confinados en casa, producen aluviones de pedidos en línea. Los choferes de camiones de Amazon atraviesan los barrios a toda velocidad, siempre por encima de su capacidad y siguiendo itinerarios generados por computadora casi imposibles de cumplir, llevando cajas llenas de pañales, baterías, toallitas desinfectantes, laptops y tapabocas. A los choferes de las ambulancias se les pide simplemente nunca dejar de manejar, mientras los recolectores de desperdicios acarrean bolsas de basura llenas con volúmenes cada vez mayores de desechos domésticos. Se espera de todos estos trabajadores que incrementen su velocidad para seguir el paso a la creciente demanda, con lo que se exponen de forma creciente al contagio y otras formas de riesgo asociadas a su aceleración encarnada. La contención y el aislamiento masivos del sujeto domesticado/conectado tienen como reverso al sistema de distribución de una nueva economía pandémica constituido por el sujeto móvil/desechable.
Tanto el sujeto domesticado/conectado trabajando en casa como el sujeto móvil/desechable corriendo por las calles son unidos no solamente por los inmensos aparatos interconectados de la economía digital, sino también por las amplias oleadas de abandono social que afectan ahora la totalidad de la vida. Cuando cuerpos de todo tipo pueden ser conectados como nodos aislados en una red, profundamente supeditados y sujetos al dominio de un algoritmo cambiante y estructuras de exigencia, el valor de cualquier cuerpo individual se acerca a cero pues cualquier nodo de una red puede ser sustituido algorítmicamente con otro. La gestión cibernética y la distribución del trabajo y las mercancías permite a la economía echar mano sólo de la población requerida, abandonando eficazmente al desperdicio restante. Cuando un sujeto domesticado/conectado se enferma por el coronavirus y ya no puede trabajar, los ocupantes aún sanos de otra casa están listos para conectarse y ocupar su lugar, como cuando un repartidor se rompe la pierna al caer de la bicicleta y otro es solicitado para correr a la puerta. El sistema económico emergente no pierde el tiempo pensando qué pasará con todos aquellos que no puedan arreglárselas por el motivo que sea para permanecer conectados y trabajar.
La desterritorialización masiva del trabajo estimulada por la respuesta pandémica ha permitido la implementación de una nueva organización laboral flexible que libera al capitalismo y al Estado capitalista de cualquier responsabilidad por la vida en general mientras la economía sobreviva. Proveer tests adecuados para el virus, garantizar el acceso universal a la salud y asegurar un alivio monetario a las nuevas poblaciones empobrecidas son acciones entendidas como innecesarias en tanto todos estén dispuestos a conectarse, ingresar y responder a la incesante llamada de las redes del capitalismo. La gestión poblacional se ha vuelto sinónimo de gestión de residuos, desperdicios y basura, y sólo aquellos con la capacidad de acelerarse tendrán el soporte y el respaldo de los sistemas logísticos y de infraestructura de la nueva economía cibernética posterior a la pandemia, que en realidad es una forma más extrema y refinada del capitalismo en el que ya nos hemos habituado a vivir.
En este momento es crucial que insistamos en que la reterritorialización de nuestra sociedad, el reinicio corona que está en marcha, no es inevitable ni invencible. En el interludio de la pandemia existe la oportunidad de rechazar la imposición de órdenes digitalizadas y conexiones coercitivas mientras defendemos y cultivamos distintos tipos de relación e interdependencia humanas. Tenemos la oportunidad de considerar cómo deberíamos recomenzar la sociedad de otra manera en lugar de permitir a la lógica del capital hacerlo irreflexivamente por nosotros. Probablemente estaremos en estas circunstancias pandémicas por varios meses, así que usemos este tiempo para desconectarnos de las presiones, exigencias y demandas de la economía y para reconectar con otros de formas que no se amoldan o someten a los nuevos tipos de aceleración y abandono que ya están siendo implementados a nuestro alrededor.
La pandemia del corona señala la primera vez en la historia en que una interrupción de este tipo y escala ocurre en una sociedad en red como la nuestra, pero eso no significa que debamos permitir que la lógica de las redes capitalistas sea lo que finalmente reorganice nuestros modos de vida. Vemos redes de ayuda mutua siendo constituidas, nuevas formas de trabajo digital siendo subvertidas, estructuras carcelarias siendo desmanteladas y lógicas de mercado siendo rechazadas. Debemos pensar en esto como un inicio. ¿Qué tan libre, salvaje y valientemente nos permitiremos soñar en este momento? ¿Qué maneras nuevas de vivir y de relacionarnos nos atreveremos a poner en práctica? ¿Cómo podemos superar la paranoia doméstica que hace correr a la gente a los supermercados, el miedo que nos mantiene alejados de los vecinos, la depresión que sigue a la lectura de las noticias, mientras unos a otros nos mantenemos a salvo y nos cuidamos conforme el virus se propaga? ¿Cómo podemos comenzar a actuar compasiva y colectivamente hacia el otro, en la lucha para llegar al otro lado de esta pandemia en un mundo que no esté estructurado por el abandono, el aislamiento y la aceleración sino por la inextinguible dignidad y el valor de la vida en sí? Cada uno de nosotros debe comenzar no sólo a articular sino a vivir las respuestas a estas preguntas en las diversas situaciones que nos encontramos viviendo.
Publicado originalmente en www.ianalanpaul.com
Traducción del inglés de Nicolás Cabral
La entrada El reinicio corona se publicó primero en La Tempestad.
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