Aquí estoy
En la primera página de Los errantes (2007), de Olga Tokarczuk, la atmósfera de un final, de un mundo clausurado: «La casa está a oscuras, en las estancias el aire, poco a poco, se enfría, se debilita. No hay nadie; se han marchado, han desaparecido, cada vez más tenues se pueden oír todavía sus voces, su arrastrar de pies, el eco de sus pasos y alguna risa lejana. Al otro lado de la ventana el patio aparece desierto. La oscuridad se desliza suavemente desde el cielo. Se posa sobre todas las cosas como un negro rocío. Lo más molesto es la quietud: espesa, visible; el frío crepúsculo y la luz mortecina de las lámparas de vapor de sodio que se sumerge en la penumbra apenas a un metro de su fuente. No ocurre nada, el avance de la oscuridad se detiene ante la puerta de casa… La oscuridad penetra en la piel. Los sonidos se han enroscado y han echado para atrás sus ojos de caracol; la orquesta del mundo se ha ido alejando hasta desaparecer en el parque… Han apagado las luces de la cocina del colegio, todo el mundo se ha marchado. Las losas de cemento del patio han empapado la oscuridad y desaparecido. Puertas cerradas, celosías y persianas bajadas». Quedo atrapado por la evocación literaria de esta escena —que se convierte en el primer fragmento del libro: «Aquí estoy».
La psicología de una isla
El libro se compone de unos ciento cincuenta fragmentos, cada uno con un título propio, independiente. Los fragmentos más largos son de varias páginas, veinte o treinta, quizá, y los más breves son de dos renglones. Están escritos, como en un muestrario, en todos los géneros imaginables: cuento, microcuento, diario, cuaderno de notas, diario de observación, registro de sueños, microensayo, ensayo (borrador de), autoficción, novela (trozos de), anécdotas, transcripciones, ficción histórica y otros. Hay también imágenes esparcidas entre los textos: varias cartografías —cuya aportación narrativa no es clara— ocupan páginas enteras. Los brincos entre un fragmento y otro son inesperados, casi aleatorios. Esos saltos entre memoria e imaginación, entre «realidad» y ficción, crean un terreno de lectura sumamente inestable: nos adentramos en una memoria problemática en donde el lector tiene que «trabajar» más de lo acostumbrado, a veces a marchas forzadas, generando fricción en los mecanismos con los que procesamos un texto, un sobrecalentamiento. Y entonces el libro comienza a sugerir algunas preguntas que quizá, o quizá no, puedan responderse en la lectura: ¿qué significa «hacer literatura» hoy? ¿Es posible aún escribir nueva literatura?
El tiempo y el lugar correctos
Pero no todos los fragmentos se relacionan entre sí —o fallé al tratar de encontrar el vínculo, directo o indirecto, que se supone debe estar ahí—, lo que me lleva a pensar en la dificultad o la imposibilidad de construir «correctamente» un libro así: ¿qué hacen ahí algunos fragmentos? ¿Qué debe permanecer y qué debe eliminarse? ¿En dónde hay que extenderse y dónde hay que abreviar? ¿Cabe «todo» en un libro así? Y, si así fuera, ¿cómo saber entonces dónde inicia y dónde termina el libro —la mejor versión posible, al menos? Es muy difícil contestar estas preguntas mientras se lee. En la novela «tradicional» se ve, se sabe qué tan trabajado está el texto. Aquí es mucho más difícil: las definiciones cualitativas y cuantitativas de lo que es una buena o mala edición son ya otras, ¿pero cuáles?
El mundo en tu cabeza
Esta nueva forma de texto necesita una nueva forma de edición. Autoedición, quizá. Digo «nueva» porque además de estar escrita de manera fragmentada y con una mezcla de géneros abrumadora, la mezcla de tiempos es muy libre (las historias suceden a lo largo de cinco siglos), las relaciones entre las ideas no siempre son obvias y el libro parece iniciar y terminar arbitrariamente. Pareciera que la objetividad que esperamos de un editor se somete a la subjetividad del autor, y no al revés. Hasta ahora hemos confiado en que el efecto que un libro así debe crear en el lector está en el encuentro de «un todo» —el resultado que se obtiene de la yuxtaposición—, y las partes, por lo tanto —si las analizamos de manera independiente—, serían inferiores a ese conjunto totalizador. Si así fuera, parece que cualquier idea puede tener cabida en la obra, no importa si es relevante al conjunto, pues la definición del conjunto es increíblemente subjetiva y fugaz.
Tu cabeza en el mundo
Aunque ya estamos familiarizados con la forma del texto fragmentado —desde Benjamin hasta Shields—, hay algo en Los errantes que elude esa clasificación. En la «tradición» del género, un pensamiento heterogéneo (que no alcanza el todo en un solo vistazo) deviene en una construcción fragmentada que en algún momento se solidifica. En este libro de Tokarczuk creo que pasa lo contrario: un pensamiento fragmentado deviene en una construcción heterogénea que no desea alcanzar ese todo. En Los errantes no entras, como al libro de Benjamin, a ese edificio del lenguaje, que se revela, poco a poco, un detalle a la vez, hasta hacerse concreto, pensamiento, espacio. El lenguaje de Tokarczuk simula más un espacio abierto, una planicie sin coordenadas físicas, fría, en donde no sabes a dónde ir ni te puedes perder porque siempre, desde el inicio de las páginas, estás perdido, o al menos no-situado.
Tokarczuk dice que Los errantes es una «novela-constelación», algo que no había escuchado nunca, y a la vez me hace dudar, puesto que en una constelación podemos encontrar una lógica en el azar, al menos a simple vista (Alexiévich, por ejemplo); podemos imaginar una totalidad más obvia con las piezas que la componen, pues comparten variables y categorías. Pero en Los errantes no es fácil encontrar esa «armonía» que asociamos generalmente con una constelación; pienso más bien en un collage de naturaleza muy libre, con rasgos más cercanos al arte contemporáneo —o la etnografía, a veces— que a la literatura «canónica». «Una constelación, y no una secuencia, contiene la verdad», escribe Tokarczuk. El argumento pierde fuerza: nos encontramos en pleno siglo XXI.
Instrucciones
Escribir en fragmentos es como viajar o hacer zapping, dice Tokarczuk en una entrevista en YouTube: hoy podemos ver diferentes partes del mundo simultáneamente, y eso se parece al acto de ver la televisión, el teléfono y otros medios impresos o digitales al mismo tiempo, aunque no haya una conexión directa o evidente entre ellos. Dice, también, que nuestra mente tiene el poder de conectar esas partes, que la sabiduría es el arte de conectar «todo con todo» y que es así como se encuentra la verdad y la forma real de las cosas. Tokarczuk traslada estos conceptos a su escritura, los convierte en positivos y necesarios. Los errantes muchas veces es eso: un cambio radical, caprichoso, de una idea a otra, de una voz o una intención o un género a otro; un ejercicio de escritura a modo de zapping en donde el todo nunca llega —a menos que deba entenderse como el mero contenedor (la televisión, el libro), pero no creo que sea esa la sabiduría de la que habla Tokarczuk. La unidad inalcanzable en la que el lector es parte clave: la sensación abrumadora —a veces ridícula— de la deconstrucción llevada al extremo.
Gabinete de curiosidades
El libro —el compendio— explora dos grandes temas: los viajes y el cuerpo. Hay extractos sobre migración, aeropuertos, personas que huyen (de ahí el título del libro), la psicología del viaje, etcétera. La posibilidad de viaje y movimiento (infinito) versus la preservación de un cuerpo (finito) después de la muerte para hacerlo inmortal (infinito). En algunos pasajes se unen ambos temas: los cuerpos que se mueven o se desplazan desde el nacimiento hasta la muerte, en el tiempo y en el espacio, o las peregrinaciones a lugares lejanos para poder contemplar las colecciones de especímenes anatómicos conservados en frascos. Cómo me relaciono con estos fragmentos en la lectura, más allá del nivel conceptual, no lo sé. Cuál parece ser la intención creativa detrás de la escritura, tampoco me queda del todo claro: ¿llenar un vacío… imaginar el mundo… un placer personal? Encontramos historias sobre un anatomista del siglo XVII que hace una disección de su propia pierna amputada; un esclavo africano del siglo XVIII que es disecado después de su muerte para ser exhibido como curiosidad; el corazón de Chopin que se traslada de París a Varsovia en el siglo XIX; un viajero que pierde a su esposa e hijo en una isla croata en el siglo XX.
¿Cuál es la génesis de estos fragmentos? Algunos provienen de la memoria y las experiencias de Tokarczuk, de sus diarios de viaje y las anotaciones que hace en transportes, terminales y ciudades desconocidas. Provienen también de lo que le cuentan otros pasajeros que conoce fugazmente: de dónde vienen, a dónde van, qué están pensando o alguna historia peculiar sobre su profesión. Los pasajes más largos, secciones de novelas históricas que no existen, provienen de investigaciones. Casi al inicio del libro, revela parte de su proceso: «He aprendido a escribir en trenes y en hoteles y en salas de espera. En las mesitas plegables de los aviones. Tomo notas en la comida, bajo la mesa o en el baño. Escribo en los cubos de escaleras de los museos, en cafés, en el auto a la orilla de la carretera. Anoto cosas en trozos de papel, en cuadernos, en postales, en mi otra mano, en servilletas, en los márgenes de los libros. Por lo general son oraciones breves, pequeñas imágenes, pero a veces copio citas de los periódicos. A veces una figura se distingue de la multitud y me desvío de mi itinerario para seguirla por un momento, comenzar a escribir su historia. Es un buen método. Lo hago muy bien. Con los años, el tiempo se ha hecho mi aliado, como lo hace con cada mujer —me he vuelto invisible, transparente. Como un fantasma, escucho las discusiones de las personas, o cuando hablan con ellos mismos; no se dan cuenta de mi presencia, los veo mover los labios, formar las palabras que pronto pronunciaré por ellos».
Bolsas para el mareo
No me cuesta nada dejar un libro si la lectura no me emociona. Nunca termino un libro por disciplina —a menos que tenga que hacerlo. Terminé Los errantes, pero no sé por qué. Quizá porque había partes, pequeñísimas, y cada vez menos frecuentes, que sí disfrutaba. Pero quizá lo hice por la curiosidad del Nobel (y del Booker: este libro lo ganó en 2018, que fue la razón por la que lo compré originalmente), de querer saber qué había pasado, qué había llevado a un grupo de personas a otorgarle esos premios. Cuando llegué a la página trescientos me di cuenta que había comenzado a saltarme algunas partes (las ficciones históricas) y a buscar los microensayos —que siempre deseaba que se extendieran más (pues creo que ahí está su mejor voz), pero esto nunca sucedía. Me encontré leyendo como en un buffet: esto sí, esto no; de esto solo un poco, de esto mucho más. ¿En dónde reside entonces, para mí, el atractivo o la gracia de su trabajo?
En todos lados y en ninguno
Llegué, en la lectura, a un momento desesperado. ¿Que está pasando?, ¿qué estoy leyendo? Y la respuesta era: «No lo sé». Hay ahí un suspenso o un misterio que podría cautivar a algunos. Hacia el final me di cuenta (aunque no sé cuándo cambió el objetivo) de que estaba leyendo el libro buscando en él las razones por las que alguien escribiría algo así. Y las iba encontrando de vez en cuando, casi como pistas que la autora fue dejando, quizá intencionalmente. Encontré angustia… y vacío… y obsesión. Lo entiendo ahora como un libro sobre la desgracia del hombre en un mundo totalmente desbordado —o en la víspera de uno nuevo. Y va más allá: no es una crítica a la modernidad, a la posmodernidad, sino un asumirla, abrazarla, ignorarla, incorporarla, un comenzar de cero, con esa desgracia como punto de partida compartido, no como pasado. Como si el mundo hubiese ya terminado y este fuera un primer acto de creación, el primer libro de un mundo nuevo, del trauma, sin humor ni placeres, un mundo de cenizas. «Los pueblos sedentarios —dice Tokarczuk—, las personas del campo, prefieren los placeres del tiempo circular, en el que cada cosa y evento debe regresar a su propio inicio, reducirse de nuevo a una forma embrionaria y repetir el proceso de maduración y muerte. Pero los nómadas y los mercaderes, al emprender sus viajes, tuvieron que pensar en una forma distinta del tiempo para ellos, una que respondiera mejor a las necesidades de sus viajes. Ese tiempo es el tiempo lineal, más práctico, porque podía medir el progreso hacia un objetivo o un destino y se incrementaba en porcentajes. Cada momento es único; ningún momento puede repetirse. Esta idea favorece la toma de riesgos, vivir la vida al máximo, aprovechar el día. Sin embargo la novedad es también profundamente amarga: cuando el cambio a lo largo del tiempo es irreversible, la pérdida y el duelo se hacen cosas de todos los días». Doscientas páginas más adelante: «Las postales de paisajes, de panoramas de antiguas ruinas, esas postales que en el menor espacio posible desean mostrar lo más posible de manera ambiciosa están siendo desplazadas poco a poco por fotografías centradas en detalles. Esto sin duda es una buena idea, pues mitigan a las mentes cansadas. El mundo es muy grande, así que es mejor concentrarse en las particularidades que en el conjunto».
Tu cabeza en el mundo II
Seguramente leí Los errantes con ojos «del pasado». Seguramente (¿o no?) hará más sentido en el futuro —o con lectores más jóvenes. Quizá necesitamos leer una obra así con ojos nuevos, sin la carga —y el placer— de las lecturas que nos preceden, pero ¿es posible hacerlo? «Nunca me convertí en una escritora de verdad —leemos casi al inicio del libro—. La vida siempre conseguía eludirme. Lo único que siempre encontraba eran sus huellas, la piel de la que se iba desprendiendo. Cuando había logrado determinar su ubicación, ya se había marchado a otro lugar. Y todo lo que encontraba eran señales de que había estado ahí, como esos garabatos en los troncos de los árboles en los parques que indican solo la presencia pasajera de una persona. En mi escritura, la vida se transformaba en historias incompletas, cuentos oníricos, se revelaba desde lejos en extraños paisajes dislocados o en cortes transversales —lo que hacía imposible llegar a conclusiones sobre el conjunto». Y esto, me parece, podría ser la suma del proceso —de escritura y lectura— de este libro. El lector, como la autora, nunca llega a esa conclusión de conjunto; se acerca, pero nunca llega. Y ese intento por alcanzarla genera más que un desasosiego: un cansancio o un hartazgo, una desilusión. Un libro «inquieto», en palabras de Anagrama, que lo publicará en español en los próximos días.
Los errantes parece una versión «previa» de las formas literarias reconocibles, un estado de trabajo anterior a la publicación tradicional. ¿O podría ser una nueva literatura? Una literatura de la velocidad, la angustia, lo inacabado, la contaminación, la imposibilidad, el afuera, el vacío; en suma, de lo contemporáneo más estridente, más incomprensible. O tal vez es solo una versión más extraña o «más libre» de una forma que ya existía. Pues ¿cuál es la función del arte en una sociedad como la nuestra —politizada e inquieta en la superficie, superficial y errante en el fondo? Quizá la literatura de Olga Tokarczuk sea eso, justo eso: una literatura extrema, híbrida, la consecuencia lógica de un pensamiento fragmentado, de un mundo en donde parece no hacer cabida para el humor.
¿Cómo se clasifica un libro así —en las editoriales, en las cadenas de almacenaje y distribución, en las librerías, en las bibliotecas? Novela, al parecer. Yo podría leerlo como un ensayo sobre los géneros literarios, no desde la teoría, sino desde la escritura. Lleva el concepto híbrido al extremo y se vuelve así inclasificable. Al escribir esto, antes de que el libro haya salido a la venta, dice Amazon —que no tiene una sección de inclasificables— que es el título «más vendido #1 en misterios históricos». ¿Misterios Históricos? Nunca lo hubiera pensado. Eso no nos importa, claro, solo quiero hacer evidente que esa imposibilidad o torpeza cuando hay que asignar una categoría revela que las definiciones, generales y particulares, alrededor de la literatura, son movibles. Y esto es lo que va marcando sus épocas históricas.
Notas
(1) Todos los pasajes citados fueron traducidos del inglés al español por el autor de este artículo, excepto el primero, que está traducido del polaco al español por Agata Orzeszek Sujak para Anagrama.
(2) Los títulos de los fragmentos de este artículo son los títulos de algunos de los fragmentos del libro.
(3) Este artículo se escribió antes de que Anagrama publicara la traducción al español: Los errantes, 2019. Se basa en la versión inglesa de la novela: Flights, traducción de Jennifer Croft, Fitzcarraldo, Londres, 2017. La versión original es: Bieguni, Wydawnictwo Literackie, Cracovia, 2007.
La entrada El ‘zapping’ de Olga Tokarczuk se publicó primero en La Tempestad.
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