Es una realidad que, desde que se instauró el encierro pandémico hace más de un año, me tardo en ver una película más de lo que dura. Una de hora y media la concreto en dos y cacho. Una de dos horas y media acaba segmentándose en dos bloques a diferentes horas del día. Estoy convencido de que a muchos nos ocurre lo mismo y, mientras siga siendo insensato meterse a una sala de cine, mientras el bicho siga entre nosotros, no nos queda de otra: ver cine en el hogar.
Ver películas a la par que el teléfono no deja de vibrar con necesidades laborales a deshoras. Pones una peli y de pronto pasa el camión de la basura, ¡hay que bajar a tirarla! O en pleno filme se te antoja algo que venden en el Oxxo de la esquina, los hijos traen un escándalo, es imposible ver a Bergman mientras los vecinos oyen a Bunbury a todo volumen. Las distracciones tienen mano. El botón de pausa es el enemigo. Esto es peligroso porque está despoblando al cine de una de sus características todopoderosas: que en una sala, una vez inicia una película, se vuelve imparable.
Reitero con otras palabras: en la oscuridad de la sala de cine, rodeados de una inquieta tribu y presenciando el milagro de la luz transformándose en un collage de imágenes vivas, nada detiene a una película que ha principiado. Pero quitar una película que no nos está gustando, que nos desespera o aburre, se vuelve más común desde el sillón en casa.
Vienen a mi mente tres películas que exigen al espectador que no se distraiga, filmes que te cansan en sus arranques de manera que estés debilitado y con el cerebro adormecido para, con su narrativa impecable, cambiante la vida para siempre. Tres películas heroicas, porque existen en contra de sus tiempos, estos tiempos neuróticos de notificaciones sin fin. No olvidemos que ver una película es acceder a una ucronía, es otra forma de prescindir de la realidad. Al cine llegamos cansados de tanta vida.
Estos tres directores usan esa condición para tomarnos de la mano y hacernos parte de una paciente exaltación. Estoy diciendo que hay películas que no pueden ser detenidas, que son prioridad, que son irrefrenables porque nos necesitan dispuestos desde el segundo uno.
Meek’s Cutoff
Kelly Reichardt, 2010
Western hermoso y vanguardista en su lentitud. Todo está pacientemente armado para concluir en un momento que raya prodigiosamente entre lo bíblico y lo llanamente humano. Una historia de clemencia y un grito feminista y espiritual de empatía. Es la misma directora de First Cow, otra película fundacional de ambientes aletargados. En general todo el cine de esta dama usa nuestra paciencia como trampolín.
Días
Tsai Ming-Liang, 2020
Imposible definir la magia que esconde esta película en la que la vida misma se nos muestra sin dobleces ni maquillajes: lenta, aburrida, plana. Es necesario ver a un hombre prepararse sus alimentos por media hora para posteriormente entenderlo acariciando un cuerpo ajeno. Este diminuto drama doméstico deviene un milagro cinematográfico. Días confirma algo que llevamos rato sospechando: es cierto que el cine son los pestañeos de un dios ubicuo.
Érase una vez en Anatolia
Nuri Bilge Ceylan, 2011
Un grupo de policías buscan, en medio de una noche cerrada y desagradable, dónde fue sepultado un cadáver. Su búsqueda es agotadora, nos cansamos con ellos. Le película nos marea y extenúa combativamente, es como si estuviéramos en una pausa de guerra. Lo más cerca que el cine ha estado de provocar esa alegre sensación juvenil de desvelarse leyendo un libro que no nos suelta.
El botón de pausa es el enemigo. Reto a quien esto lee a ver cualquiera de estas tres experiencias cinematográficas apagando el celular, ignorando el entorno, bostezando si es necesario. Dedicándoles, pues, el tiempo que duran de corrido. Qué bello es aguantarse las ganas de hacer chis porque la película nos tiene prendidos a ella. ¡Qué bello es acabar de ver una película completamente empapado de sudor!
La entrada A propósito de lo imparable en el cine se publicó primero en La Tempestad.
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