El pasado abril la Alcaldía Cuauhtémoc de la Ciudad de México mandó borrar los rótulos que decoraban los puestos callejeros. Los coloridos juegos ópticos, las variedades tipográficas y los fantasiosos retratos de tortas, jugos y cocteles de frutas fueron cubiertos por el triste y gris escudo de la alcaldía.
Fue una de las acciones de la Jornada Integral de Mejoramiento del Entorno Urbano, que entre sus objetivos contempló “que los comerciantes en vía pública conserven siempre limpia su área de trabajo –frente, atrás y a los lados–, con un metro de distancia”. La alcaldesa Sandra Cuevas dijo que con este programa “se podrá coexistir en paz y armonía entre todos”, y que “la limpieza y belleza de la alcaldía es tarea de todos”. Por lo visto, para esta administración la gráfica popular se opone a la limpieza y es una amenaza para la convivencia en armonía.
La tradición de este género de pintura promocional no sólo es parte esencial del espacio público de la Ciudad de México, es también un importante integrante de su cultura visual. Muchos la consideramos una expresión de arte popular que debe de estudiarse, protegerse y documentarse.
Una historia de incomprensiones
Históricamente los gobiernos de la ciudad han tratado de controlar la imagen de calles y plazas, casi siempre por razones arbitrarias, lo que ha provocado una sistemática pérdida de oficios y expresiones artísticas.
A principios de los años cuarenta, por ejemplo, el gobierno del entonces Distrito Federal prohibió los murales de las pulquerías. Preocupado por esta decisión, el arquitecto y pintor Juan O’Gorman escribió: “En México, con anterioridad, todas las pulquerías estaban pintadas. Eran lugares en donde los artistas populares mexicanos ejecutaban obras importantes de pintura mural. […] El nuevo reglamento oficial prohibía pintar el exterior de las pulquerías porque se suponía que afeaban la calle, prohibición gubernamental que eliminó una de las expresiones de arte popular de mayor importancia en México”.
Acciones por el estilo continuaron durante todo el siglo XX. El regente Ernesto P. Uruchurtu odiaba los letreros de tubos de neón, ya que los veía muy cercanos a los de burdeles y cantinas que su moral reprobaba. Al comenzar su gestión, en 1951, empezó a limitarlos y a negar permisos para nuevos diseños. Más adelante, en 1971, el gobierno de Octavio Sentíes Gómez uniformó los letreros de todos los comercios del Centro Histórico, atacando la diversidad cromática de marquesinas y escaparates; la medida ordenaba que se sustituyeran por anuncios en blanco y negro, desplazando a los anteriores sin importar su antigüedad o calidad artística.
Adiós a los rótulos
La actual alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, quiso estandarizar lo que carece de estandarización: los puestos callejeros. A pesar de las incomodidades que causan, del obstáculo que representan en las banquetas y los arroyos o del desorden con el que irrumpen en los vecindarios, los ciudadanos hemos aprendido a vivir con ellos. El ambulantaje, nos guste o no, forma parte de nuestras vidas cotidianas. Incluso somos clientes asiduos de puestos específicos, y establecemos relaciones con los comerciantes.
Los rótulos formaban parte de esta experiencia. Eran, en cierta medida, un puente que generaba empatía e incluso cariño. Volvían amigable el espacio público y daban fe de un lenguaje visual lejano del diseño genérico que ha invadido los barrios gracias a la gentrificación voraz que a ninguna autoridad parece preocuparle. Curiosamente los puestos pintados con logotipos de periódicos o de marcas comerciales no fueron intervenidos por la alcaldía, por alguna razón lo rótulos de Milenio, Coca-Cola o Esto merecieron ser conservados.
La destrucción de estos murales es un verdadero atentado contra el arte popular de nuestra ciudad. La prueba de que esto preocupa a muchos es el sinnúmero de publicaciones en redes sociales celebrando los intrincados e innovadores diseños pintados en las láminas de los puestos. Estos posts se han multiplicado en días recientes como muestra de inconformidad. Incluso se ha convocado a crear un archivo de rótulos, para rescatarlos aunque sea en la memoria: la Red Chilanga en Defensa del Arte y la Gráfica Popular (RECHIDA) recibe colaboraciones en su perfil de Instagram (@re.chida).
Oportunidades perdidas
Sandra Cuevas no sólo parece tener prioridades muy distintas a las de los habitantes de Cuauhtémoc, ignora la importancia cultural de expresiones que incluso podrían tener potencial turístico. La gráfica popular ha sido objeto de investigaciones académicas y ha sido catalogada en publicaciones y exposiciones, basta revisar el diseño gráfico de años recientes o las acciones de artistas contemporáneos que han revisitado más de una vez el lenguaje de los rotulistas chilangos.
La decisión de la Alcaldía Cuauhtémoc acelera la pérdida de un oficio y un arte populares que ya estaban en riesgo, y hace que la imagen de los espacios públicos de la Ciudad de México sea cada vez más árida, menos amigable con los usuarios y, finalmente, menos atractiva para todos (foráneos o locales). La capital ya ha perdido tradiciones y elementos que componían una imagen característica: los castillos de fuego y la quema de judas en las plazas, los globos decorados a mano o los murales de las pulquerías cuya prohibición lamentó O’Gorman.
Con la eliminación de los rótulos no sólo se insulta a sus autores y se despersonaliza a los puestos, también se nos priva del derecho a una ciudad que integre a quienes la usamos y la hacemos funcionar: lo mismo el rotulista y quienes disfrutamos de sus composiciones que el tortero y quien come sus alimentos. Los rótulos son un arte popular que las autoridades deben proteger y catalogar como una expresión artística de la Ciudad de México.
Aldo Solano Rojas es historiador del arte especializado en arquitectura y espacio público; candidato a doctor por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM
La entrada Cuauhtémoc contra la gráfica popular se publicó primero en La Tempestad.
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