Hace algunas semanas se hicieron populares varias imágenes en las redes sociales relacionadas con el volcán Popocatépetl y el aumento de su actividad. El estado de Puebla, en particular, fue uno de los lugares más afectados por la expulsión de ceniza. En esos días los usuarios compartieron ilustraciones generadas por inteligencia artificial con herramientas como Bing Image Creator o Midjourney, entre otras. Las imágenes que resultaron fueron difundidas, incluso, por medios tradicionales como El Universal o Infobae. El problema con la situación, más allá de la espectacularidad de las escenas o la estilización de la supuesta erupción, es que los usuarios tomaron esas fantasías como una verdad respaldada por la ciencia. El tema de moda aparecía con leyendas como “Así se vería el volcán Popocatépetl si hiciera erupción, según la IA”.
Avanzamos a pasos acelerados hacia la posverdad. En el caso que describo la posverdad no es fruto de la manipulación política o una campaña abierta de desinformación. Estamos ante un fenómeno que podríamos llamar “ilusionismo tecnológico”, es decir, una suerte de truco de magia que engaña nuestra mirada y juega con la confianza que le otorgamos al mago, en este caso los generadores de imágenes de IA. La fe que le tenemos a la tecnología y, por supuesto, la noción de que es neutral y libre de sesgos nos lleva a un camino en el que la utopía es más una amenaza que una herramienta para imaginar nuestro futuro. Si creemos, por ejemplo, que un auto eléctrico puede ser una solución a la contaminación por combustibles fósiles –más allá de la falta de evidencia científica al respecto– podemos creer que un algoritmo puede predecir los alcances de una erupción y mostrarlos a través de una imagen. A esto se suman las reacciones automáticas que producen las redes sociales y la atención superficial que se le da a la información. Como afirma el sociólogo y economista William Davies en su libro Estados nerviosos, el consumidor digital está dominado por sus emociones y raramente analiza los anzuelos que ofrece la red con distintos propósitos.
No es sencillo, ya que el funcionamiento de la IA es cada vez más oscuro, pero se puede investigar cómo funciona este sistema aplicado a imágenes: el programa hace una búsqueda en Internet de los conceptos que introducimos. En este caso del Popocatépetl fueron “volcán”, “erupción” y “México”, entre otros. El criterio no es, en absoluto, científico sino basado en imágenes populares que son extraídas por el algoritmo y reformuladas hasta crear un marco coherente. El problema, como ya ha sido advertido desde hace tiempo por los investigadores, es que la IA se nutre de los sesgos que tienen las imágenes más populares en Internet. A Midjourney o Bing Image Creator no les interesa crear un mundo visual basado en una proyección en la que intervengan datos científicos como cantidad de lava, la altura del volcán o la distancia de centros urbanos importantes como Puebla; trabajan con la inacabable fuente de imágenes en la red.
De esta forma, una de las ilustraciones más difundidas en las redes sobre la erupción del Popocatépetl repitió los estereotipos más difundidos sobre México en el extranjero: un pueblo conformado por casas de un solo piso, de apariencia destartalada, y una calle recta –transitada por autos que parecen sacados de los años 50– que se dirige al volcán cuya erupción recuerda el hongo de una bomba atómica. Las imágenes que nutrieron esa fantasía son, justamente, los sesgos más populares sobre nuestro país que pasaron, sin muchos cambios, del cliché hollywoodense al diseño en apariencia artificial. La verdad se construye a base de likes sin que haya ningún otro intermediario.
James Bridle, periodista especializado en tecnología, habla en su libro La nueva edad oscura acerca del sesgo de automatización, es decir, de cómo confiamos en los productos que nos dan las máquinas a pesar de que entran en conflicto con nuestras propias experiencias de la realidad vistas a través de nuestros ojos. En el caso del volcán Popocatépetl fue increíble comprobar cómo los mismos habitantes de Puebla y municipios cercanos a la zona de peligro, como Cholula, dieron credibilidad a las fantasías presentadas por la IA a pesar de que no se parecían en nada a la visión cotidiana que tienen del volcán y de las zonas que habitan. Las imágenes incluso dejaron a un lado las fotografías turísticas de Cholula que muestran a la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios –arriba de la pirámide– y, atrás, la presencia abrumadora del volcán. Sin otra información que la imagen, la profecía eruptiva se ofreció como un detonante compartido por periodistas y comunicadores.
La fotografía nació como un intermediario entre la realidad y nosotros. Siempre fue manipulable y, por supuesto, susceptible de convertirse en una herramienta para la propaganda ideológica. En el ensayo Máquinas de vanguardia el investigador y académico Rubén Gallo describe el artificio de los primeros artistas de la lente que retocaban, como si fueran pintores, sus escenas. Esta dinámica se actualizó, mucho tiempo después, con los programas informáticos que ahondaron la brecha entre lo capturado y el producto final. Pero ahora la imagen se crea casi de la nada. Basta dar instrucciones someras a una máquina que, como un fetiche mágico, nos devuelve un estímulo con el que nos manipulamos a nosotros mismos, ya sea a través de escenarios idílicos que nos dan esperanza o pesadillas que atizan nuestros terrores, como erupciones volcánicas, inundaciones o guerras.
El problema es que nos hemos quedado sin materia prima porque ya no basta lo que ven nuestros ojos ni, tampoco, la experiencia que nos sirve como mapa para guiar nuestro conocimiento de lo real. Roland Meyer, investigador de los medios, afirma: “Hasta cierto punto, el mundo sólo nos proporciona los datos sin editar, todo lo demás sucede en la posproducción”. Este último concepto, me parece, es el más inquietante: estar rodeado de artificios sobrepuestos a otros artificios hasta lograr la “borradura” del evento que los originó. El ilusionismo tecnológico a través de la imagen es una copia que se lleva más allá en la posproducción hasta obtener una suerte de realidad aumentada que cobra vida a pesar de que sea cada vez más inverosímil.
La entrada El mundo como posproducción se publicó primero en La Tempestad.
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