En el centenario del nacimiento de Joy Laville (Ryde, Reino Unido, 1923 – Cuernavaca, 2018), el Museo de Arte Moderno (MAM) de la Ciudad de México presenta, a partir del 3 de agosto, la exposición El silencio y la
Emigrada a México en 1956, Laville destacó en la escena artística local con una obra a la vez sutil y contundente, con una paleta cromática característica, donde los paisajes y los cuerpos transmiten las complejidades de la condición humana. Como escribió Lelia Driben, “Joy Laville no es abstracta, geométrica o realista; su pintura está hecha de insinuaciones cuyo enlace más nítido son las siluetas y huellas que habitan en la memoria, en sus múltiples capas y recovecos, allí donde pasado y presente se funden en un tiempo móvil: el que subyace en el espacio atemporal, fijo, de los objetos y figuras del cuadro”.
Menos conocido que su pintura es su trabajo escultórico: Joy Laville. El silencio y la eternidad presenta una selección de su obra tridimensional, donde se manifiestan sus preocupaciones formales por otras vías. La ilustración fue otro de los intereses de la artista, vinculada en algún sentido a la Generación de la Ruptura que a mediados del siglo pasado renovó las formas del arte producido en México. Su esposo, el escritor Jorge Ibargüengoitia, escribió sobre ella: “Joy Laville sabe ver, sabe recordar, sabe poner colores sobre una superficie plana, y tiene la rara virtud de poder participar en el pequeño mundo que la rodea”.
Organizada temáticamente, la retrospectiva del MAM podrá visitarse hasta el 29 de octubre. En el centenario de esta artista singular, asistir a esta selección de trabajos permite atestiguar la forma en que una artista hizo de sus recuerdos un paisaje melancólico y a la vez festivo.
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