Uno de los momentos más inquietantes de la publicidad de la década pasada fue el lanzamiento del comercial para Invictus, la colonia de la marca Paco Rabanne, que usaba como música de fondo “Power” de Kanye West, track de My Beautiful Dark Twisted Fantasy. En un verdadero momento al estilo They Live (John Carpenter, 1988) el anuncio parecía revelar uno de sus aspectos subliminales mediante el sampleo de King Crimson a partir del cual West construyó su canción: hace siete años, un comercial casi ubicuo para un perfume masculino gritaba a todo volumen “21st Century Schizoid Man”. Como cualquier paranoico, tiendo a sobreinterpretar las señales de mi entorno y esta no fue la excepción. Su recurrencia me hizo entender perfectamente a qué se refería Bruce Sterling cuando intentaba definir el concepto de slipstream:
Es un tipo de escritura contemporánea que confronta nuestra realidad consensuada. En parte es fantasía, en parte es surrealismo, incluso puede ser especulativo, aunque no de manera rigurosa. […] Éste es un tipo de escritura que simplemente te hace sentir realmente extraño, de la misma manera en la que vivir en el siglo XX te hace sentir extraño, si posees cierto tipo de sensibilidad.
El ensayo de Sterling (“CATSCAN 5: Slipstream”) fue escrito en los años ochenta del siglo pasado, pero podemos suponer que también se puede extrapolar el sentido de extrañeza del que habla hacia los habitantes del siglo XXI con “cierto tipo de sensibilidad”. Las aproximaciones de Sterling son, por supuesto, poco claras, incluso es difícil entender el factor que une a la lista de obras que menciona como slipstream o “slipstream adyacente” (lista que incluye no sólo a autores de ciencia ficción y fantasía sino también a quienes, desde el punto de vista de los estudios sobre ciencia ficción, son considerados mainstream, como Max Frisch o Thomas Pynchon).
En Feeling Very Strange, la antología del género realizada por James Patrick Kelly y John Kessel, éstos intercalan entre los cuentos reunidos fragmentos de una discusión sobre la pertinencia de la etiqueta, que apropiadamente lleva el título “I Want My 20th Century Schizoid Art”. El principal problema que encuentran en la definición de Sterling es su vaguedad, pero no ha habido una mejor. Por otra parte surge el cuestionamiento de si el slipstream es sólo realismo mágico arrancado de sus raíces latinoamericanas. También se sugiere que en realidad podría no existir. La tarea del slipstream, creo, es desorientar en primera instancia y, después, mostrar mediante esa desorientación cómo nuestra realidad tangible no corresponde a la realidad que intentan imponernos los diversos discursos que atraviesan nuestras vidas: la publicidad, la historia, la ideología, el capital, el Estado, etc.
Anna Kavan
Poco antes de morir de un infarto en 1968, Anna Kavan destruyó casi todos sus diarios y casi toda su correspondencia, con la intención de convertirse en uno de los secretos mejor guardados del mundo. Nacida Helen Woods, con su primer matrimonio se convirtió en Hellen Ferguson, nombre bajo el cual publicó algunas novelas. Pasó su infancia en Europa y Estados Unidos. Vivió en Birmania y en Nueva Zelanda. Del personaje de una de sus primeras novelas (Let Me Alone) tomó el nombre que usaría primero como seudónimo y después en su vida privada. También pintaba. Sus cuadros recuerdan a Max Ernst y a Modigliani, aunque también hacen pensar en pesadillas. Podría argumentarse que Kavan escribía relatos de terror. Preferiría el término “modernismo de pesadilla”, que también podría aplicarse a sus cuadros.
La literatura de Anna Kavan es pesimista. Sus novelas y relatos se caracterizan por el sentido del absurdo y la incorporación de aspectos surrealistas y góticos. De sus contactos con corredores de autos franceses (cultura que retrató en el relato de corte kafkiano “Mundo de héroes”) adquirió la adicción que la acompañaría a lo largo de su vida: la heroína. Al igual que Annemarie Schwarzenbach, la escritora, periodista y arqueóloga autora de La muerte en Persia, sufrió dependencia de los opiáceos y vivió fascinada por los autos deportivos. El mejor testimonio sobre su adicción es “Julia y la bazooka”, un experimento narrativo en donde la discontinuidad del tiempo da como resultado un relato cubista sobre las consecuencias del uso de la heroína. Su relación con la fama literaria fue irregular. El primer gran éxito como escritora le llegó con Asylum Piece (libro de relatos que Navona publicó en español como El descenso), en 1940. Su principal fuente de ingresos durante sus últimos años fue la decoración de interiores. Su mayor éxito editorial fue Hielo, novela que publicó un año antes de morir.
Hielo
Hielo (1967) es una obra de slipstream, aunque un entusiasta temprano como Brian Aldiss dijera que es un trabajo de ciencia ficción. Es una novela en la que elementos simples generan patrones y atmósferas complejos: una mujer, dos hombres, un mundo en ruinas en el que, producto de una guerra nuclear, el hielo de uno de los polos avanza rápidamente, devorando todo a su paso. Hielo fue inspirada por una estancia de la autora por Nueva Zelanda y la sensación de cercanía con la Antártida. También está emparentada con novelas sobre el cambio climático aparecidas por los mismos años, como The World in Winter de John Christopher o las de desastres naturales de J.G. Ballard (La sequía, Huracán cósmico, El mundo sumergido, El mundo de cristal). La trama es algo apenas esbozado: una serie de encuentros y desencuentros entre el narrador y la mujer y los obstáculos que pone el segundo hombre. Ninguno de los personajes tiene nombre, como en casi todos los relatos de Kavan.
El simbolismo es nebuloso. Hay quienes han querido ver en el hielo una metáfora de la adicción de Kavan a la heroína, lo que me parece una lectura forzada y simplona, que reduce las posibilidades de la novela. En textos como Hielo o Picnic en Hanging Rock –novela de la australiana Joan Lindsay en la que, a principios del siglo XX, un grupo de chicas de un internado que celebran un picnic desaparecen sin dejar rastro y sin que se halle explicación alguna– funcionan mejor la indeterminación y la falta de certezas –Lindsay optó por cortar un capítulo final en el que se daba una explicación de lo que ocurrió con las chicas y Kavan no dejó la menor indicación de que su obra fuera una alegoría sobre su adicción. Parece más plausible una interpretación desde el contexto sociopolítico: la novela es una extrapolación del aislamiento y la ansiedad que generaba la posibilidad de una guerra nuclear durante los años más duros de la Guerra Fría.
Una de las principales estrategias que Kavan usa en Hielo es la desorientación. Las palabras que abren el libro (“Estaba perdido”) resumen perfectamente a la novela y recuerdan a la que, según Kurt Vonnegut, es la oración más eficiente de la obra de James Joyce (“Estaba cansada”, del relato “Evelyn” de Dublineses). El narrador se encuentra perdido en múltiples instancias: se sabe en un planeta condenado, el mundo que conoce va cambiando rápidamente y cada vez le cuesta más trabajo orientarse; sin la mujer a la que sigue, se siente derrotado. La novela también incurre en anacronismos interesantes: hay teléfonos, aviones y automóviles pero también batallas en las que se emplean lanzas y espadas. Hay gente que cree en la existencia de dragones. La organización de algunas de las sociedades sobrevivientes hacen pensar en señores feudales, a pesar de que continuamente se insinúa la supervivencia de las antiguas organizaciones estatales.
Alguna vez, hace años, pedí al poeta Inti García Santamaría que me recomendara libros parecidos a Hospital Británico, el libro final del argentino Héctor Viel Temperley. “Es muy difícil. De esos sólo hubo uno”, me dijo. Jonathan Lethem comenta algo parecido acerca de la novela de Anna Kavan: Hielo “es un libro como la luna es la luna: sólo hay uno. Es frío y blanco y te devuelve la mirada, desafiante e impulsivamente, estático y siempre en movimiento, marcado por fases, fuera del alcance. Incluso pareciera que te sigue”. Al igual que obras que le son cercanas en intención y fechas, como El año pasado en Marienbad, Hielo es una novela que no termina de revelar sus misterios, ni siquiera después de múltiples lecturas. Es un thriller, un relato existencialista, un poema en prosa. Al desproveer de significados directos a su texto, Kavan se aseguró de que preservara su misterio. Es una novela única incluso dentro de la bibliografía de su autora. Pionera del slipstream, Hielo sentó las bases de un tipo de experimentación que sería replicado después por autores británicos más jóvenes: la mezcla de literatura de género (ciencia ficción, fantasía) y un estilo derivado del Nouveau Roman.
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