Relatos con árboles
Al hablar sobre las múltiples dificultades que tuvo al empezar su carrera literaria pasados los setenta, con los relatos que conforman la colección de nouvelles llamada A River Runs through It (traducida al español como El río de la vida), Norman Maclean describió muy bien cierto prejuicio: “Para añadir más problemas, estas historias resultaron ser westerns, o, como lo planteó un editor al devolverlas, son ‘relatos con árboles’”. Con contadas excepciones (Willa Cather o John Williams, por ejemplo), la narrativa norteamericana del siglo XX parece haber dejado de lado la naturaleza y optado por entornos urbanos o semiurbanos. Los entornos como los que aparecen en las historias de Maclean carecen del glamour de las novelas de Fitzgerald o de las multitudes de las de Saul Bellow. Con una blanca y enorme excepción, los grandes clásicos norteamericanos tienden a ser novelas citadinas.
Maclean aborda el tipo de escepticismo sobre cierta escritura postwaldeniana que prevalecía entre los editores. Una posible explicación de la negativa a publicar “relatos con árboles” la da Edward Abbey al explicar que él no considera que escriba sobre la naturaleza, y que tampoco ve mucho provecho en hacer arte sobre la naturaleza cuando basta con salir a caminar y contemplarla. Existe también, claro, una explicación cínica de esta negativa. Las historias sobre árboles, no obstante, siguieron brotando discretamente a lo largo del siglo XX: tenemos Los vagabundos del Dharma de Kerouac y La pesca de la trucha en Norteamérica de Richard Brautigan, como ejemplos populares, o Into the Wild de John Krakauer. En el siglo XXI también es posible encontrar novelas que continúan con esta tradición discreta, como Sukkwan Island de David Vann, novela con una visión más desencantada sobre el regreso de los humanos a la naturaleza que cualquiera de las anteriores. El caso paradigmático, no obstante, es El clamor de los bosques, novela con la que Richard Powers ganó el premio Pulitzer en 2019 y que Alianza de Novelas editó en español al año siguiente.
El clamor de los bosques se mueve en múltiples direcciones. Al igual que otras novelas del autor, como Galatea 2.2, busca ser un diálogo, a la manera de C.P. Snow, entre “las dos culturas”, es decir las ciencias y las humanidades. Uno de sus personajes principales, Patricia Westerford, se basa parcialmente en Suzanne Simmard, la autora de una investigación sobre el funcionamiento de los bosques como ecosistemas e inteligencias colectivas en comunicación constante. Westerford se aparta durante un tiempo de la comunidad científica, pues ésta rechaza no sólo sus hipótesis sino incluso la posibilidad de que puedan ser probadas por medio de experimentos y observaciones. Sólo hasta tiempo después descubre que parte de su investigación ha inspirado a biólogos más jóvenes a seguir por el camino que había trazado.
Richard Powers pone en perspectiva diversos aspectos de la civilización humana y su dependencia histórica de los árboles. Otra de sus preocupaciones son las diferencias que hay entre los tiempos de vida de los humanos y de los árboles.
Powers pone en perspectiva diversos aspectos de la civilización humana y su dependencia histórica de los árboles. Otra de sus preocupaciones son las diferencias que hay entre los tiempos de vida de los humanos y de los árboles. Nicholas Hoel, uno de sus personajes, hereda, junto a un juego de fotografías de un castaño tomadas por sus antepasados, la tarea de seguir fotografiando a mismo árbol. El narrador omnisciente recurre a diversos recursos para poner en perspectiva estas diferencias temporales: “Varios kilómetros más abajo y tres siglos antes, una avispa cubierta de polen se introdujo por un agujero en el extremo de un higo y puso huevos por todo el intrincado jardín de flores oculto en su interior”. O: “Bajo tierra, los troncos octogenarios tienen, como poco, cien mil años. No le sorprendería que esta enorme criatura clónica, única y compuesta que parece un bosque hubiera estado aquí desde hace un millón de años”.
La novela sigue temáticas científicas pero no es presa del realismo, y es posible encontrar en ciertos puntos trazos de melodrama e incluso de realismo mágico (un personaje muere y luego resucita gracias a unos seres que le indican que debe defender los bosques). Tiene nueve personajes principales, cuyos intereses sirven como distintos modos de abordar tres temas principales: la deforestación, los bosques como entidades y el ecoactivismo. Las historias convergen cuando los protagonistas deciden actuar en contra de los intereses corporativos y estatales para defender los bosques.
El clamor de los bosques entra de lleno en lo que hoy se conoce como “ecoficción”, concepto relativamente nuevo pero cuyos orígenes se remontan al menos hasta el romanticismo. Una de sus principales temáticas es la crítica al cinismo con el que suelen abordarse cuestiones ecológicas como la destrucción industrializada de los bosques. Adam Appich, un psicólogo que busca estudiar el perfil de los ecoactivistas, es el personaje en el que se encarnan algunos de los puntos de vista más cínicos de la novela, pero finalmente termina uniéndose a su propio objeto de estudio. A Powers no se le escapa que uno de los argumentos más comunes para defender la deforestación es que esta actividad industrial “genera empleos”: “En los últimos quince años un tercio de los puestos de trabajo han pasado a realizarlos las máquinas. Ahora se talan más árboles y hay menos gente trabajando”.
La banda de la tenaza
El arco iris de gravedad no sería el compendio temático-estilístico posmoderno que es si no incorporara preocupaciones ecológicas dentro de su multitud de temas. Ya avanzada la novela, durante un ataque de culpa, Tyrone Slothrop se pregunta qué puede hacer si su familia “hizo su fortuna matando árboles, amputándolos, separándolos de sus raíces, rajándolos, triturándolos hasta convertirlos en pulpa, blanqueando esa pulpa hasta transformarla en papel, por el que les pagaban con más papel”, a lo que un pino cercano contesta: “La próxima vez que te tropieces con una tala por aquí, procura encontrar alguno de los tractores que no esté vigilado y quítale el filtro del aceite. Es algo que está a tu alcance”. Remover el filtro de aceite… o quizá también es posible verter algo de arena o jarabe de maple en el tanque de la gasolina o simplemente subirse a una de las máquinas, encenderla y, ceremoniosamente, provocar que caiga por un barranco.
Y qué hay de las presas, ¿no afean tremendamente el paisaje? Los proyectos del grupo de amigos que forman La banda de la tenaza (The Monkey Wrench Gang) no son menos ambiciosos que esto. Con la publicación de esta novela en 1975, Edward Abbey dio al mundo el que posiblemente sea el primer clásico de la ecoficción. El libro ha inspirado a diversas agrupaciones, entre ellas Earth First!, que tuvo nexos directos con Abbey en sus inicios y cuyas acciones, como la defensa de árboles y bosques usando escudos humanos, inspiraron en parte El clamor de los bosques.
En la novela de Abbey un grupo informal, que incluye a una estudiante semihippie, un ex boina verde, un Jack Mormon que trabaja como guía de turistas y un doctor cascarrabias, comete diversos delitos contra individuos, corporaciones e iniciativas gubernamentales que atentan contra el ambiente y el paisaje de zonas de Arizona, Utah, Colorado y Nuevo México. La narración y la caracterización hiperbólicas que utiliza Abbey en esta novela funcionan en parte como recursos dramáticos y en parte para no obviar que aboga por diversas acciones que podrían calificarse sin problema como ecoterrorismo (aunque todas pertenecientes a la variante “sin muertos”). Estos recursos caricaturescos encontraron su complemento perfecto en las ilustraciones que hizo Robert Crumb para acompañar una de las tantas reediciones del libro.
En El camino de Ida de Ricardo Piglia una descripción de la novela de Abbey lleva los aspectos caricaturescos al extremo: uno de los personajes hace “su tesis sobre The Monkey Gang [sic], la novela de Edward Abbey, con dibujos de Robert Crumb, sobre la banda de forajidos anarquistas medio punks que defendían la naturaleza matando a los que devastaban los bosques y destruyendo las máquinas excavadoras, las palas mecánicas y las motosierras […] una violenta ficción gore que retomaba, según él, las tradiciones de las country songs y el bandolerismo rural”.
La narración y la caracterización hiperbólicas que utiliza Edward Abbey en esta novela funcionan en parte como recursos dramáticos y en parte para no obviar que aboga por diversas acciones que podrían calificarse sin problemas como ecoterrorismo.
La novela deja claro que sus intereses son abiertamente luditas, otra cosa que la emparienta con Pynchon. Al igual que al autor de Vineland y a Richard Powers, a Abbey le interesa hablar abiertamente de la manera en la que los intereses corporativos y la avaricia han destruido el alma de las personas y el entorno en el que viven. Hay también una celebración de la destrucción y la violencia. La primera vez que encontramos a Doc Sarvis en la novela es acompañado de Bonnie Abbzug en un viaje en carretera en el que se dedican a quemar anuncios publicitarios. George Washington Hayduke, el ex boina verde, también es dado a buscar pelea en bares. Al huir del lugar en el que se encuentra un puente de ferrocarriles que van a volar, Abbzug les pide que se detengan y vuelvan pues no ve razón alguna para volar un puente y no quedarse a observar el espectáculo.
El personaje de Doc Sarvis sirve a Abbey para examinar algunos aspectos de la contracultura sesentera. Su evaluación del lugar en el que vive Bonnie Abbzug, edificio que cuenta con una de las cúpulas diseñadas por Buckminster Fuller, bastión cultural del “modernismo hippie” (según Greg Castillo, profesor asociado de arquitectura de la Universidad de Berkley), es negativa. De igual manera, Doc detesta a los grupos de rock como “los Konks, los Scarababs, los Hateful Dead, los Green Crotch”, pasión en la que encuentra un aliado en Robert Crumb, aunque Doc Sarvis también odie a Big Brother and the Holding Company.
En La banda de la tenaza (editada en español por Books4Pocket) hay un profundo odio hacia el mundo contemporáneo, con sus máquinas automatizadas y sus alambres de púas. Siguiendo el pensamiento de George Hayduke el narrador nos dice: “Cuando las ciudades se borraran y se hubiesen acabado todos los líos, cuando los girasoles llenaran las cintas de asfalto y cemento de las olvidadas carreteras interestatales, cuando el Pentágono y el Kremlin se hubieran convertido en residencias de ancianos para generales, presidentes y otros cabezas huecas, cuando los rascacielos de vidrio y aluminio de Phoenix Arizona fuesen cubiertos por dunas de arena, entonces, entonces, entonces por Dios que puede que por fin hombres libres y mujeres salvajes a caballo, mujeres libres y hombres salvajes a caballo, podrían vagar a gusto entre las artemisas de aquellas tierras –maldita sea– pastoreando el ganado salvaje, y darse atracones de carne cruda y putas vísceras, y danzar toda la noche a la música de los violines, y banjos, y guitarras aceradas a la luz de la luna renacida”.
La banda de la tenaza equipara y opone simultáneamente la fuga y el combate: los personajes buscan fugarse del mundo contemporáneo atacando directamente algunos de sus pilares, y su combate los obliga a huir de las autoridades, escondiéndose en la naturaleza y huyendo momentáneamente del mundo. Esta oposición continúa fuera de la novela, con el activismo y las agrupaciones inspiradas por Abbey y sus escritos. En ciertos círculos se utiliza aún el verbo to monkeywrench para referirse a un tipo específico de sabotaje.
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