viernes, 23 de febrero de 2024

La sombra que nos falta

Las ramas de la mulemba son frondosas y explosivas: se ensanchan con ímpetu, tomando la forma de las barbas de un viejo sabio. El verde de sus hojas es oscuro y la savia del tronco espesa, tanto que se utiliza para atrapar pájaros. Se trata de un árbol africano que es, también, un símbolo. Debajo, en la sombra, sobre las raíces acaso, se sentaban los reyes y los jefes de la comunidad para discutir sobre temas del porvenir. Era, dicho de otra manera, un lugar de palabras.

La sombra de la mulemba (Elefanta, 2023) es una antología que recoge el antiguo sentido que se le daba a la sombra de esta higuera como espacio de encuentro y propone que sea también para el disenso, la crítica, la memoria, la imaginación o la nostalgia. Se trata de una colección de cuentos africanos lusófonos, de cinco naciones cuya lengua oficial es el portugués: Angola, Cabo Verde, Guinea-Bisáu, Mozambique y Santo Tomé y Príncipe; los últimos del continente en conseguir la independencia.

Gracias al excelente trabajo de traducción y compilación a cargo de María Auxilio Salado, Ana Rita Sousa y Mirian Paredes Tavera es posible acercarse a relatos de autores de diversas generaciones, canónicos y jóvenes, que en algunos casos –la mayoría– son vertidos al español por primera vez, tras largas décadas de vacío que dan razón de la compleja tarea que es divulgar esta literatura en Latinoamérica. ¿Por qué, siendo abundante, con una tradición viva, fuerte y rica en estilos, la cuentística africana es tan desconocida? Sousa refiere una mirada colonizadora que muestra a un continente, con más de cincuenta países, a través de una visión sesgada y unificadora. Esta antología, dice en el prólogo, es un intento por “traer al español voces que nos dicen que no existen, o, en una versión más paternalista, que nos dicen que no podemos entender”.

La sombra de la mulemba

A diferencia de la literatura africana en lengua francesa o inglesa, que se reconoce en un terreno más sólido, la de lengua portuguesa deviene un páramo poco explorado. Así, la publicación de esta antología adquiere un valor reivindicativo, profundamente político, no sólo por los temas que atraviesan sus páginas –las revoluciones, los siglos de explotación humana, la desigualdad, la resistencia y las luchas sociales–, sino también por los elementos a los que da luz, elementos de una estructura cultural representada por la oralidad, por la sonoridad del lenguaje y sus posibilidades –virtudes, diría– ante la ficción y que rompen con arquetipos añejos con los que se ha representado el imaginario africano.

Destaco dos de éstas. La revelación del mundo de la infancia: Zito, que se mete en problemas en la escuela por escribir una nota polémica; un niño que relata la persecución de su padre por el ejército; una pequeña que es llevada con su tía tras sufrir abandono y violencia; la visita de una abuela a sus nietos en Navidad, o la convivencia de un niño con su mascota, un burro, cuya relación traspasa los años y se vuelve entrañable. Lo segundo que resuena en mi lectura es la presencia de uno (o de varios) lenguajes, que me hacen pensar en el papel de las traductoras, en la responsabilidad de llevar a otra partitura las notas originales de esa música, respetando la cadencia, el ritmo, la vida de las palabras: “Cierta vez, la familia Macie se reunió. El viejo Macie, subiendo la capulana hasta las rodillas juntas, la espalda confundiéndose con la pared de barro, fumando pipa; la vieja Nguanasse, aire sumiso, ojos en el suelo, esperaban al hijo”.

En La sombra de la mulemba. Cuentos africanos lusófonos se entrelazan el cuidado de la naturaleza, la conciencia social y la memoria como vínculo de las acciones sociales. Y, en el fondo, el relato como geografía necesaria para la comunión de ideas y silencios históricos.

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