El 3 de octubre del año pasado el reportero Nicholas Casey de The New York Times Magazine publicó la investigación “Nuestra única defensa es una pluma. La violencia del narcotráfico y la corrupción gubernamental han puesto en peligro a los periodistas del país. Los reporteros de una ciudad intentaron resistir”. La historia relata el asesinato del periodista Armando Linares López en Zitácuaro, Michoacán, el 15 de marzo de 2022.
La prensa en México rara vez comparte un contexto más amplio de las muertes de periodistas a manos del narcotráfico, delincuencia organizada y sus múltiples ramificaciones. A menos que se trate de una figura que haya tenido visibilidad nacional e internacional –como los casos de Javier Valdez o Miroslava Breach en 2017– los asesinatos de periodistas en nuestro país merecen unos párrafos, la lógica indignación en las redes sociales y, después, desaparecen entre la avalancha de información diaria. A veces, cuando hay suerte, el nombre del periodista reaparece con la detención de los criminales que le quitaron la vida, aunque es excepcional que las autoridades detengan a los autores intelectuales.
La investigación de Casey sobre el asesinato de Armando Linares, director del portal informativo Monitor Michoacán, revela una buena parte de la biografía y los motivos del periodista para seguir denunciando los vínculos entre la delincuencia organizada y la casta empresarial y política de su localidad. Uno de los elementos que destacan en el perfil de Linares es su indignación ante la corrupción en Zitácuaro y la necesidad de denunciar esto por todos los medios posibles. Como se puede deducir, con base en lo que ha pasado durante los años recientes, la historia de Linares mezcla la convicción personal, la necesidad de supervivencia y la ineficacia gubernamental para defender a personas en riesgo. El texto del reportero de The New York Times Magazine se puede leer como una novela cuyo desenlace previsible no la hace menos trágica. Después de ser cercado por los delincuentes, sin más armas que su voluntad de escribir y comunicar, Linares decidió llevar su tarea hasta las últimas consecuencias, en lugar de huir o pactar con sus agresores. Temía, por supuesto, la muerte, pero eso no fue impedimento para seguir informando.
El caso de Armando Linares es similar a los recopilados por el periodista canadiense Terry Gould en su libro de 2010 Matar a un periodista. El peligroso oficio de informar (Los Libros del Lince). Gould viajó por el mundo para conocer las historias detrás de los asesinatos de Guillermo Bravo Vega (Colombia), Marlene García-Esperat (Filipinas), Manik Chandra Saha (Bangladesh), Khalid W. Hassan (Irak) y de Anna Politkovkaya, Valery Ivanov y Alexéi Sidorov (Rusia). Además de los motivos puntuales sobre los crímenes, el autor establece como guía una pregunta vinculada a lo que él llama “la psicología del sacrifico”: ¿por qué algunos periodistas deciden seguir adelante con sus investigaciones a pesar de los peligros inminentes que enfrentan? Para responder esta pregunta compleja, Gould se sumergió en la vida de los asesinados, entrevistó a personas y familiares cercanos y visitó los lugares en los cuales desarrollaron su labor.
Con excepción de Anna Politkovkaya, famosa en Occidente por sus fuertes críticas al gobierno de Vladímir Putin, los demás periodistas no eran conocidos más allá de las regiones en las que vivían. Una combinación de idealismo, indignación y redención por algunas circunstancias de su vida fueron algunas características comunes en todos ellos. El elemento más importante fue la necesidad imperiosa de buscar justicia en sociedades degradadas por la explotación económica que, a su vez, genera Estados de excepción donde sólo manda el poder del dinero y la violencia para eliminar cualquier contrapeso o resistencia. En medio de un contexto adverso, motivados por algunas victorias, los periodistas sobrevivieron algunos años hasta que fueron silenciados por los intereses que incomodaban.
Desde hace mucho el periodismo se ha degradado a una suerte de “formador de opinión” sujeto a los intereses económicos y políticos que dominan gran parte del mundo. La concentración de los medios de comunicación en empresas gigantescas al servicio del poder corporativo ha provocado, como nunca antes, la imposición de una agenda contraria a los intereses de la mayor parte de la población. Los periodistas responden a una visión de clase que lucra con la desigualdad y la explotación al servicio de la acumulación de capital. Las ciudades entregadas a una descomposición cada vez más acelerada son el resultado de décadas en las cuales los medios de comunicación locales se vuelven instrumentos de propaganda y ocultamiento.
Las historias recopiladas por Terry Gould y la biografía de Armando Linares son muestras de un espíritu de resistencia que, a su vez, dignifica al periodismo y las vidas de aquellos que nombraron lo que muchos prefirieron callar. Disputar el monopolio de la voz en sociedades que han normalizado la violencia es, para muchos, tarea de sujetos extravagantes, utopistas que buscaron un sacrificio inútil. Ante la rendición de las sociedades al silencio, estos personajes enseñan que la normalidad es la locura y que la locura puede reivindicarnos ante el temor y la deshumanización del otro.
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