Hay conversaciones que encuentran grietas para salir a la luz, que sin importar diferencias horarias y circunstancias están destinadas a suceder. Para hacer una visita al estudio de Ana Hernández (Santo Domingo Tehuantepec, Oaxaca, 1991), a distancia, fue necesario ubicarnos en su geografía física y emocional: es una artista visual originaria del Istmo de Tehuantepec, a seis horas de la ciudad de Oaxaca. Su trabajo aborda temas como la memoria, el linaje, la migración, la comunidad y la naturaleza.
Para Hernández no hay presente si no hay un pasado u origen definido; en su trabajo el recuento del pasado y la atención al presente están intrínsecamente conectados, coexisten todo el tiempo. Su apuesta es desdibujar las fronteras imaginarias que se han impuesto en la sociedad contemporánea para sanar la colectividad. “Somos tan universales”, comenta, “y hay fronteras que pesan. Una de ellas es la mía, la de saber mi origen y preguntarme qué pasa con eso, qué implicaciones tiene”. La artista produce a partir de vivencias de la infancia, con un cuestionamiento como guía: ¿qué ha cambiado y por qué ha cambiado lo que conocía y lo que sucede en el presente? Más que establecer una verdad, le interesa despertar reflexiones. “Siempre estoy preguntándome cosas y creo que ése es mi trabajo: preguntarme qué está pasando y por qué está pasando”.
“Siempre estoy preguntándome cosas y creo que ése es mi trabajo: preguntarme qué está pasando y por qué está pasando”: Ana Hernández.
Su madre emigró hace años a Estados Unidos, para trabajar y que ella pudiera dedicarse a los estudios. A partir de esta vivencia, y la impronta de salir de su pueblo cuando era adolescente, se empezó a dibujar una línea muy delgada entre su cultura, su raíz, y la manera en que creció. “Cuando llegué a la ciudad era una adolescente que quería descubrir el mundo, pero con el tiempo me di cuenta de que tenía que cuestionarme qué estaba pasando, por qué se sentían como mundos diferentes, por qué mi mamá tenía que estar allá y yo acá”. Desde el inicio de la conversación hubo saltos al pasado, hacia un tiempo en el que aparecieron, como semillas, las preguntas que hasta hoy guían su investigación artística y personal. “No podría hablar de algo que no sé, de lo que no viví, de donde no soy. Ésa es la clave. En todos lados tengo ese pensamiento”.
Vestirse con trajes de tehuana, recogerse el cabello de cierta manera o usar detalles en color oro es para Ana Hernández una postura política. Además de una profunda sensibilidad hacia los cambios del mundo y los contrastes sociales, en ella destacan la franqueza y la empatía genuinas. Siempre habla en colectivo, hace mención de su familia, de la gente de su pueblo, de lxs niñxs que la buscan para llevarle flores. Es una artista que se mantiene en diálogo con las tradiciones. “Vengo de una familia que se dedica a los oficios, como el textil y la cocina, que me interesan mucho. Muchas veces me pregunto por qué los jóvenes ya no quieren ir al campo, por qué las mujeres ya no quieren bordar, es una forma de saber qué está sucediendo”.
Una de las posturas que defiende Ana Hernández es la de pensarse desde la universalidad: “No quiero que me categoricen. Yo no sabía que era indígena hasta que me nombraron indígena; esto de usar mi indumentaria es una posición política, quiero llevarlo más allá”.
Hernández cuenta que quería estudiar diseño de modas sin tener mucha noción de lo que eso implicaba, debido a que no llegaba mucha información a su comunidad, y que la primera vez que salió de ahí fue directamente a la Ciudad de México con 17 años. “A mí me interesaba cuestionar mis raíces y en la moda no me sentía cómoda”. Por circunstancias de la vida regresó a la ciudad de Oaxaca y supo que había una escuela de arte; así, ingresó al Instituto de Artes Gráficas (IAGO) y a los espacios formados por el maestro Francisco Toledo. “Ahí me empapé de toda esa información y creo que fue un buen lugar para desarrollar las preguntas que me hacía. Yo no era la única, no me sentía sola en este mundo queriendo hacer esas preguntas”.
Una de las posturas que defiende Ana Hernández es la de pensarse desde la universalidad: “No quiero que me categoricen. Yo no sabía que era indígena hasta que me nombraron indígena; esto de usar mi indumentaria es una posición política, quiero llevarlo más allá”. Consciente de que en el mundo del arte hay muchas divisiones, su energía creativa se orienta a un espacio en el que los temas sobre los que habla pueden traspasar las fronteras imaginarias que dividen a la sociedad: “Creo que hablo de temas universales. En cualquier parte, ya sea Estados Unidos o Japón, partimos de un origen, de una raíz”.
Respecto a las expectativas del medio artístico, a lo que éste espera del arte indígena, Hernández enfrenta las categorías ajenas como algo que acota la experiencia sensible y no reconoce la potencia, las posibilidades de su obra: “Tienes que saber cómo te están nombrando y que tú no estás decidiéndolo, sino que te van orillando”. Hay voces que no se encaminan a la universalidad sino a la división, a remarcar las diferencias: “Pareciera que por ser indígena estoy condicionada, así que mejor no lo soy para lograr que mi voz sea universal”.
Dos motores empujan la práctica de Ana Hernández: hablar desde el corazón y no dejar de trabajar. “En vez de pensar que las cosas no son posibles una sigue trabajando, y cuando esas cosas suceden te hacen saber que algo estás haciendo bien. Soy consciente de que lo que hago va a abrir una línea para las nuevas generaciones de mi pueblo, porque cuando me ven, ven que esto es posible”. La voz de la artista tiene una dirección clara: sanar las heridas producidas por la exclusión y el anonimato en algunxs artistas de comunidades originarias. Continuar el diálogo transgeneracional –con adultos mayores, contemporáneos o jóvenes– abona a la conciencia de que viene más gente detrás de nosotrxs.
En la producción de Hernández existe un proceso de selección y recuperación de materiales cercanos al Istmo. Piensa además en el efecto que tendrán las piezas en los espacios donde serán expuestas.
En la producción de Hernández existe un proceso de selección y recuperación de materiales cercanos al Istmo. Piensa además en el efecto que tendrán las piezas en los espacios donde serán expuestas. En el caso de Redasilú (Vendrá la memoria), la instalación que presentó en la edición 15 de la Bienal FEMSA, comenta: “Yo ya lo sabía, pero hasta que la vi montada me dije ‘Todo viene de la tierra’, fue muy difícil reunir esa jícaras. Todas las pláticas que se desarrollaban mientras las conseguía eran iguales: que ya no crecen, que ya no hay lluvia”. Los materiales –los bules, la cuerda, la cera– tienen significados.
A partir del trabajo con jícaras apareció una reflexión sobre la modernidad y el capitalismo. Las mujeres que solían cargarlas en el convite ahora portan bandejas de plástico y regalan cosas de este material. “La jícara se ha transformado en una voz que hace preguntas. Cuando uso oro, que también es muy representativo de mi trabajo, éste encarna un valor que pasa de generación en generación. La cuerda, el hilo, es algo que une, enmendador. Retomo los materiales porque han estado cerca de mí; ahora mi interés es ocuparlos de otro modo”.
“Muchos artistas trabajan con otras personas, pero éstas sólo producen las piezas; antes de ser artista eres humano, debes tener comunicación con las personas productoras. Eso hace que crean en su trabajo, que valoren su oficio”.
Las piezas de Ana Hernández suelen estar acompañadas por textos que guían sus inquietudes, para que el público sepa de dónde parte su producción, sus procesos de trabajo. “Me gusta trabajar con la gente de mi pueblo porque es un intercambio de conocimiento”: ellxs son lxs primerxs testigos de su labor. Las manos de lxs artesanxs participan del trabajo de resignificación de los materiales en su obra: “Muchos artistas trabajan con otras personas, pero éstas sólo producen las piezas; antes de ser artista eres humano, debes tener comunicación con las personas productoras. Eso hace que crean en su trabajo, que valoren su oficio”.
La conversación con Hernández creó una atmósfera de conexión con aquello que en realidad importa y trasciende: la naturaleza, los oficios, la comunidad. El complejo mundo del arte contemporáneo se especializa en crear etiquetas y seguir tendencias, pero el impulso de esta artista zapoteca, preocupada por hacerse preguntas y repensar las clasificaciones de lo social, podría dar pie a cultivar una sensibilidad distinta, para seguir construyendo desde ese lugar.
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