viernes, 18 de marzo de 2022

La escenificación de la luz

La belleza no está en la forma exterior,

sino en el significado que ella expresa.

Suzuki Daisetsu

 

La oscuridad es una no-presencia, una ausencia que escapa a toda compresión, certeza y límite, similar al reposo y a la quietud del silencio. No obstante, del mismo modo que el sonido nos arranca de nosotros mismos, la vibración de la luz es el reverso de la oscuridad, designa una zona en la que la privación se convierte en afirmación visible y presente de la materia. La luz es la intimidad y la violencia de movimientos simultáneos, quizá contrarios e inconciliables, pero que en su contradicción afirman su plenitud. El desgarro de la oscuridad es el florecimiento de lo que se oculta.

Estas relaciones se hacen notar en El sembrador de estrellas, de Lois Patiño. Del encuentro turbador entre la oscuridad y la luz, del caos y el cosmos, emerge un paisaje deslumbrante en el que la luz se convierte en un medio para reflexionar sobre la existencia. En este cortometraje, filmado en Japón, el autor gallego explora la conexión entre la quietud del paisaje y la oscuridad de la noche, la soledad y la infinitud, el tiempo y la cámara, encontrando su proximidad en el gesto fulgurante que testimonia la presencia metamórfica de la luz. Gesto que acompaña el estilo y el modo de pensar de Patiño haciendo visibles y audibles diferentes huellas que no fijan nada; la forma y el vacío del paisaje sugieren la ausencia de lo que apenas estuvo ahí.

Es posible, tal vez, hablar de un estilo que desafía cualquier clasificación simple. La práctica artística de Lois Patiño es heterogénea, ya que conjuga la videoinstalación y el cine, los pensamientos y las palabras. El efecto de sus poemas-ensayos consiste en el poder de la imagen y el sonido. Y ese poder construye un espacio para lo insólito y lo inesperado. El sembrador de estrellas alude a un juego de elementos expresivos vinculados con el haiku, la pintura japonesa y la filosofía zen. El mismo título de este cortometraje cita un fragmento de “Tal vez la mano, en sueños” del poeta andaluz Antonio Machado:

Tal vez la mano, en sueños,
del sembrador de estrellas,
hizo sonar la música olvidada
como una nota de la lira inmensa,
y la ola humilde a nuestros labios vino
de unas pocas palabras verdaderas.

Lois Patiño

Fotograma de El sembrador de estrellas (2022), de Lois Patiño

A nivel estético pareciera un guiño al paisaje zen y sus tres notas características: sabi (la soledad), wabi (la sinceridad) y schibumi (lo inacabado). Una simplicidad esencial en donde el encuentro cromático entre lo negro y lo blanco, los juegos y contrastes entre colores, la intensidad y la luminosidad de los objetos adquieren una belleza espiritual nacida de la cotidianidad que los rodea. El sembrador de estrellas propone una meditación profunda en la que el plano fijo revela algo fortuito que se mantiene al margen de cualquier régimen textual. Testimonia lo real como fenómeno de la luz. La ausencia como fenómeno de la presencia.

Esto supone una aproximación filosófica a la idea zen de lo ilimitado y a la concepción de la totalidad del cosmos. Virtuoso equilibrio que al conjugar la luz natural y la luz artificial crea asociaciones intersticiales que hacen visibles formas que surgen del abismo. Formas a las que se ve dueñas del espacio por el poder que tienen de sustituir la profundidad de la noche. Este punto nos lleva a pensar el vacío como un medio de intercambio y encuentro. Es el pasaje de la suprema apertura, la ilimitación y la totalidad, es el poder del vacío de convertirse en cualquier cosa, de transformarse en un paisaje fluido rico en indeterminación.

Entrar en el ritmo del devenir supone un desprendimiento; este movimiento muestra que no se puede limitar el lenguaje a una lógica conceptual, reducirlo a la búsqueda de significación y sentido. Hace del lenguaje un momento fluido, de intensa apertura que extrae fragmentos de los lugares y las cosas que la luz le va revelando. Maneras de habitar y maneras de ser nos abren a un mundo de sugerencias inapreciables. Así, a la manera de los haikus, los diálogos en el filme captan y perciben otras realidades no tan visibles, otras sensaciones percibidas como las táctiles o las acústicas.

Al nombrar las cosas, la voz las introduce en una red de relaciones que la convierten en algo distinto de lo que son; de gestos móviles que continuamente configuran y reconfiguran el paisaje. La potencia de las palabras y de la luz se convierte en un fluir en donde las cosas pasan las unas en las otras. De este modo los haikus se convierten en vehículos de la intuición creadora, que conducen del esquema poético hacia una configuración inmanente. Patiño piensa a las imágenes como potencias en vías de transformación.

Lois Patiño

Fotograma de El sembrador de estrellas (2022), de Lois Patiño

En El sembrador de estrellas la naturaleza evasiva de la luz esculpe la percepción provocando una reflexión mundana y sublime sobre el ser y su lugar en el mundo. Se trata de una contemplación fluida, del poder de infinitud contenido en una forma. Dos técnicas en tensión dan cuenta en esta obra de la fugacidad de las cosas. El cine-ojo (para decirlo en términos de Dziga Vértov) no sólo observa fenómenos que se escapan al ojo orgánico sino que observa las operaciones del ojo mismo. El ojo mecánico no sólo prolonga el ojo orgánico, sino que en su doble mecánica emerge de él.

El mecanismo cinematográfico del pensamiento de Lois Patiño revela lo que hay de diverso en sus tomas: la posición del objeto capturado, captado desde la distancia, con un efecto de empequeñecimiento y por tanto de alteración. El ojo natural ve las cosas y rápidamente las reconoce, pero el efecto dislocante del ojo mecánico capta el objeto común visto de un modo inusual. Esto supone un estado metamórfico en donde la luz puede parecer imponente o distante, los barcos reflejados en el agua figuras sólidas o difusas, las confusas siluetas de los rascacielos estrellas fugaces que caen del cielo; sin importar lo que aparentemente podamos saber sobre sus límites, el paisaje entendido de este modo no es más que una representación cercana a lo vital. Un proceso de disolución de nosotros en el paisaje. Una presencia tan física como espiritual que condiciona nuestra comprensión del mundo.

Según la filosofía zen, el hombre accede a la iluminación cuando es capaz de absorber el cosmos en sí mismo, cuando a través de la meditación su mente accede al vacío. Entonces todo es absorbido en su luz. El sembrador de estrellas crea un espacio liminal entre el mundo moderno iluminado electroacústicamente y la iluminación natural de la luna. Un momento flotante que sugiere la eternidad pareciera absorber toda presencia humana; el interior sin forma da lugar a la verdadera interioridad. Así, la tecnología, la filosofía zen y el arte pueden exhibir sus rituales y teatralidades particulares. Modos de ver fundamentalmente humanos van más allá de un simple acto de mirar al permitir que el afecto anule el pensamiento y nos permita pasar a nuevas percepciones y compresiones de nuestro propio lugar y tiempo. La luz divide dando figura a los cuerpos, y por lo tanto también a las ideas. La dialéctica de la luz y la oscuridad, del día y la noche, del caos y el cosmos es más sutil que la lógica de la contradicción-no contradicción. La obra de Patiño nos reintroduce en la contemplación fluida, dirigiendo nuestra mirada a través y más allá de las imágenes y los objetos, a la fuente invisible de luz que engendra un mapa vital rico en enigmas, conexiones virtuales y ordenaciones por venir.

La entrada La escenificación de la luz se publicó primero en La Tempestad.



from La Tempestad https://ift.tt/8SO5p1y
via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad

No hay comentarios:

Publicar un comentario