martes, 29 de marzo de 2022

La normalidad como crisis

A partir de eventos como la invasión de Ucrania ha vuelto al ojo público la miniserie británica Years and Years. Creada por Russell T Davies y coproducida por la BBC y HBO en 2019, muestra la vida de una familia inglesa establecida en Mánchester desde el año en que inició la transmisión hasta 2034, es decir, durante 15 años. Si antes las distopías nos llevaban a un futuro dos o tres generaciones más adelante, ahora las tenemos a la vuelta de la esquina.

Hay muchas lecturas de la miniserie y, por supuesto, críticas. Una perspectiva interesante es cierta reinvención del colapso social. El imaginario cinematográfico nos ha acostumbrado a robots asesinos, asteroides que destruyen la Tierra, guerras nucleares o catástrofes ambientales que aniquilan al ser humano de un día para otro. El mérito de Years and Years es presentar el colapso justo como sucede ahora: de forma gradual aunque cada vez más acelerada. En todo el cine de desastres, un solo evento destructor se cierne sobre la humanidad y las personas tienen que echar mano de sus instintos sociales para poder vivir un día más. Incluso los gobiernos cooperan, aunque sea a regañadientes, y rescatan la dignidad de un nuevo ser humano que, suponemos, habrá aprendido de sus errores para así heredar la Tierra. A contracorriente de esta narrativa, Years and Years nos enseña el futuro a través de la cotidianidad de una familia, los Lyons, y su adaptación a cambios cada vez más desconcertantes, al menos en su horizonte de posibilidades. El único aprendizaje es, quizá, una catarsis que se disuelve lentamente con el paso de los días.

El mundo que presenta la miniserie británica es un territorio desbocado que no sigue un plan a largo plazo. No hay un amo que mueve los hilos, y las teorías de la conspiración que intentan encontrarlo son meras especulaciones sin fondo. A partir de fenómenos como el Brexit o personajes como Donald Trump, Years and Years extiende las líneas narrativas del presente para especular qué podría pasar y qué cosas, que pensábamos imposibles, son bombas a punto de detonar. Por ejemplo: antes de la amenaza revivida por el conflicto entre Rusia y Ucrania, la serie especula con un ataque nuclear estadounidense a una hipotética isla artificial china. Los Lyons siguen toda la noticia, asombrados, mientras celebran el año nuevo. El espectador espera que ese punto de inflexión cambie, definitivamente, sus vidas. Sin embargo, el ataque nuclear se diluye en medio de otras crisis y la normalidad adopta esa nueva catástrofe para integrarla a las efemérides futuras. Mientras tanto los nacionalismos se exacerban en un escenario cada vez más inestable.

En Inglaterra cobra popularidad Vivienne Rook, una empresaria metida a política, interpretada por Emma Thompson. Se podría decir que el personaje, que finalmente llega a ser primera ministra, y el partido político que funda son de ultraderecha, pero la incoherencia de su discurso hace difícil vincularla a cualquier movimiento histórico o ideología. Todo es superficie. Mientras la nueva élite política se presenta como la cara pública del poder, tras bambalinas medran financieros sin escrúpulos que se encargan de robar lo poco que queda. Por otro lado, quienes tienen oportunidad de hacerlo, sobre todo los más jóvenes, se entregan a ensoñaciones tecnológicas, son transhumanos que, en el afán de abandonar la realidad, modifican sus cuerpos y sus mentes para evadir el mundo en el que viven sin importar el costo a pagar.

Uno de los elementos actuales que se aceleran en la serie es la disolución de las fronteras entre la mentira y la verdad. La inteligencia artificial conduce los destinos de una humanidad que, incapaz de discernir lo que le conviene, reacciona instintivamente, sometida a emociones manipuladas por los medios masivos de comunicación. Justamente lo más difícil de distinguir, cuando llegamos al final de la serie, es si estamos ante una distopía para la élite del Norte Próspero o ante una realidad cotidiana en el Sur Global.

Una de las líneas narrativas sigue a Viktor Goraya, refugiado ucraniano que está temporalmente en Inglaterra. En un campo de ayuda humanitaria conoce a uno de los Lyons, Daniel, que se enamora de él y busca ayudarlo. Viktor no puede regresar a su país, pues ha sido invadido por Rusia y la homosexualidad está prohibida. El refugiado es deportado y logra escapar de último momento de Ucrania para intentar volver a Inglaterra. En el trayecto, ayudado por Daniel, le pagan a un traficante de personas para que crucen a su hogar, vía marítima, desde España. En una escena vista muchas veces en los noticieros, la balsa inflable en la que viajan Viktor y Daniel naufraga y sólo el primero sobrevive. La diferencia es que las víctimas habituales de estos desastres son africanos o migrantes del Medio Oriente.

En otro ejemplo, Stephen Lyons –un adinerado asesor financiero, hermano de Daniel– pierde su dinero gracias a la quiebra de un banco y termina pedaleando una bicicleta para ganar el sustento en una empresa parecida a Uber Eats. Esa distopía, por supuesto, es la constante actual en muchos países latinoamericanos o, incluso, para los habitantes marginales del Primer Mundo, personas desechables que ya viven el futuro que les espera a los que están arriba de ellos en la pirámide social. Podríamos decir entonces que Years and Years es una distopía o una realidad dependiendo del lugar del tablero en el que nos encontremos. El final de la serie esboza un guiño esperanzador a través de cierta toma de conciencia que desenmascara a la primera ministra Vivienne Rook. Sin embargo, especulo, una hipotética segunda temporada mostraría que esa revuelta sería asimilada y, posteriormente, integrada a las numerosas crisis que ya son nuestra normalidad.

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