miércoles, 23 de marzo de 2022

Glam, fama y Rosalía

En medio de la avalancha de análisis de Motomami a menos de una semana de su lanzamiento, un aspecto que parece haber quedado sepultado entre inventarios de referencias musicales y teorías sobre su impacto cultural es la forma en que el notable disco de Rosalía se cimienta en un renovado e inequívoco ethos glam. Porque, al margen de cualquier manifestación específica, el glam elige la potencia sobre la esencia: no hay nada auténtico que rebuscar dentro de nosotros, lo que nos distingue es la posibilidad de ser cualquier cosa.

“¿Tan espantosa es acaso la insinceridad?”, se preguntó Oscar Wilde, para responderse: “No lo creo. No es más que un simple método por el que podemos multiplicar nuestras personalidades”. Esa filosofía, que atravesó el siglo XX encarnada en las obras de dos de sus figuras centrales, Andy Warhol y David Bowie, hoy tiene una vocera barcelonesa: “Yo soy muy mía, yo me transformo / Una mariposa, yo me transformo / Makeup de drag queen, yo me transformo”. Motomami abre con su manifiesto, “Saoko”, para anunciar un conjunto de canciones que son, también, mutaciones: reguetón jazzeado, bulería sintetizada, bolero sampleado…

El nuevo disco de Rosalía, así como sus estrategias promocionales, podría ocupar un espacio en las “Réplicas” de Como un golpe de rayo, el libro de Simon Reynolds sobre el glam. Ahí desfilan, a partir de los setenta, las figuras que, de uno u otro modo, han extendido su legado, hasta llegar a las emotivas páginas finales sobre la muerte de Bowie. Ahí, una poderosa reflexión sobre la fama muestra la forma en que las lecciones ambiguas del glam siguen vigentes: “A los aspirantes, les promete el cielo y la tierra, como así también cierta forma de inmortalidad; a los admiradores, les ofrece algo que adorar e imitar. La fama, que supo reemplazar a la religión e incluso eclipsar la potencia del amor romántico, es hoy el gran opio de los pueblos. Es una solución imaginaria, potente y seductora para cualquier problema que se presente, ya sea una deficiencia personal o vinculada a los orígenes sociales”.

Podría hacerse un amplio inventario de las canciones que se ocupan de la fama y sus peligros en el ámbito pop, y no resulta casual que uno de los sencillos de Motomami esté dedicado al tema. En este devenir latinoamericano (otra manera de leer el disco), Rosalía elige el género de la bachata, conocida en sus orígenes como “música de amargue”, para hablar de la fama como amante traicionera. El poder seductor de la pieza se sostiene en la ternura de la voz, pero también en guiños geniales, como hacer de The Weeknd un émulo de Romeo Santos. “La fama” es el “Ashes to Ashes” de la cantante española, y sintetiza la sabiduría glam que ha acumulado desde que apareció El mal querer. Rosalía atrae las miradas con un transformismo que explota como nadie las plataformas donde hoy se consumen la música y las imágenes, asaltando las pantallas de los celulares y dominando la conversación pública.

No debería ignorarse la importancia de los gestos glam en un momento como el que vivimos, donde se nos demanda mantenernos fijos en determinadas identidades. Especialmente de género y raza. Como nos enseñó Bowie, la sensación de inautenticidad es parte esencial de la experiencia moderna. Rosalía, que en sus inicios fue acusada de apropiarse del flamenco y hoy lo es de adueñarse de los géneros caribeños, ha puesto su capital (no sólo) simbólico al servicio de una idea de la transformación que le permite saltar del bolero al dembow y, en medio, producir una pieza de deslumbrante complejidad percusiva como “Cuuuuuuuuuute” junto a Tayhana (donde, por lo demás, asoma una de las figuras tutelares del álbum, M.I.A., reconocida en “Bulerías”). Al final, se trata de un perpetuo devenir donde la cantaora puede producir un perreo abrasivo o, vía autotune, otorgarle al flamenco una melancolía robótica.

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