“Me gusta colgar máscaras en las paredes de mi casa, los animales, las figuras de animales en miniatura, los cocodrilos y los volcanes. Adoro leer los Red Hand Files de Nick Cave y, por supuesto, a Nick Cave, gran sacerdote de la música. Ritualizo la escritura. Juego a la PS4”. Es la respuesta de Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) cuando se le pide describirse a partir de algunos rasgos característicos. La escritora ecuatoriana ha publicado tres novelas –La desfiguración Silva (2014), Nefando (2016) y Mandíbula (2018)–, dos libros de poesía –El ciclo de las piedras (2015) e Historia de la leche (2019)– y una colección de cuentos –Las voladoras (2020). Conversamos sobre este último trabajo, que le ha dado una visibilidad singular entre los narradores contemporáneos de la lengua, dentro de lo que algunos críticos llaman gótico andino.
Publicaste Las voladoras en Páginas de Espuma, cuyo catálogo incluye a escritoras como Samanta Schweblin, Guadalupe Nettel o Liliana Colanzi. ¿Hay puntos en común?
Sí, creo que todas nos preocupamos por lo escondido, lo que no se ve del todo bien y que con la escritura se tantea y se intuye aun conservando su misterio. Tenemos estéticas y temas muy diferentes, pero me atrevería a decir que eso nos une.
Los cuentos de Las voladoras se adscriben al llamado gótico andino. ¿Qué características unen a esa región con la literatura gótica?
Lo gótico andino es una forma de pensar el miedo en una determinada geografía, con su historicidad, sus tradiciones, sus mitos, sus paisajes. Cada sociedad tiene una manera de temer propia. Está moldeada por las marcas que la historia ha dejado en cada pueblo. Por ejemplo, es difícil pensar en el terror de Estados Unidos sin volver a las masacres escolares y al horror racial. La historia de Estados Unidos nos habla de esto: personas linchadas por ser negras, niños que llevan armas al colegio. En los Andes el terror tiene también su propia historia: hay terror racial, hay mitos coloniales en torno al miedo al incesto, pero también miedos contemporáneos que tienen que ver con la violencia escondida: la que sucede dentro de las casas, la que se pone sobre el cuerpo de las mujeres y que ocurre en lo privado y en lo público. Hacer gótico andino, o rioplatense, o santacruceño, es investigar cuáles son los miedos de nuestras sociedades y de dónde vienen. Es investigar qué nos cuenta aquello a lo que tememos.
En “Slasher”, uno de los relatos, escribes: “Ella disfrutaba escarbando en el horror de los demás, asustándolos para verlos encogidos, diminutos muy adentro de sus sombras”. ¿Qué tiene el miedo que resulta tan atractivo en literatura?
“El miedo es una emoción que nos determina, que nos paraliza y a la vez nos impulsa, y la literatura es uno de los tantos espacios en los que podemos pensar sobre lo que es ser un ser humano.”
Normalmente no nos preguntamos qué tiene de atractivo el amor en la literatura, asumimos que es atractivo porque todos amamos. La respuesta es la misma con el miedo: es atractivo porque todos tememos, y tememos porque estamos vivos, somos frágiles y vamos a morir. En el miedo están las preguntas filosóficas más importantes que un ser humano se hace respecto a su identidad y a su lugar en el mundo. El miedo es una emoción que nos determina, que nos paraliza y a la vez nos impulsa, y la literatura es uno de los tantos espacios en los que podemos pensar sobre lo que es ser un ser humano. El miedo es una emoción misteriosa, y no importa cuánto escribamos sobre ella, siempre estaremos tanteando en la oscuridad.
¿Crees que el cuento, como género, tiene el reconocimiento que merece?
Sí, sin duda. La labor que hacen las editoriales que se dedican al cuento, o que lo trabajan junto a otros géneros, es inmensa. Son motores de difusión y permiten que los lectores tengan al alcance de la mano libros de relatos maravillosos.
En Candaya has publicado dos de tus novelas, Nefando y Mandíbula. Es una editorial con un catálogo muy interesante, con muchos nombres de América Latina. ¿Cómo surgió tu relación con la editorial catalana?
Los conocí mientras era estudiante en Barcelona y, como yo estaba estudiando en el Máster de Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y ellos tenían un plan de publicar los mejores relatos de los últimos años de ese máster (hablamos de 2011), escogieron el mío [Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos, 2013]. Así empezó nuestra relación. Luego les envié el manuscrito y ellos quisieron publicarlo. Olga y Paco son editores apasionados y personas maravillosas. Hablo en presente pese a que Paco murió este año, porque para mí sigue vivo en cada decisión de la editorial y en la gente que lo conoció y que lo admira. El trabajo que los dos han hecho con Candaya es un ejercicio de curaduría y de resistencia.
Mandíbula es “una historia de crueldad, violencia y relaciones perversas entre mujeres”, se ha dicho. Para ti el lenguaje es un fin más que un instrumento. ¿La crueldad, la violencia y la perversión hacen que ese lenguaje nos llegue con toda su fuerza?
“No veo la oscuridad como un lugar hostil en la escritura: la noche de la escritura es amable, en mi opinión. Pienso mucho en el miedo, en la violencia y en deseos prohibidos, y el lenguaje es un cuerpo al que afectan estas cosas.”
En literatura ni la palabra ni los temas son instrumentos, así que no, no utilizo la crueldad ni la violencia ni la perversión. Para mí la escritura es un ejercicio de pensamiento, y el pensamiento es emocionante, así como la emoción dinamita el acto maravilloso de pensar. No hay nada desafiante en pensar aquello que es fácil, así que mi cabeza tiende a ir por territorios oscuros. Eso sí, no veo la oscuridad como un lugar hostil en la escritura: la noche de la escritura es amable, en mi opinión. Pienso mucho en el miedo, en la violencia y en deseos prohibidos, y el lenguaje es un cuerpo al que afectan estas cosas. Cada escritora tiene sus obsesiones, supongo, y quizás las mías sean estas.
En Nefando hablas de “unos jóvenes estudiantes que comparten piso en Barcelona. Sus habitaciones, convertidas en campos de batallas personales, son los escenarios en donde se gestan sus creaciones y mi escritura”. ¿Cómo surgió esta novela? ¿Tomaste algún elemento de la realidad?
Es una novela que trata de algo muy real: el deseo y su relación con la violencia, lo que somos capaces de hacerle a otros, la identidad con respecto al deseo, el horror con respecto al deseo. Y aborda los abusos a niños, pero también el deseo infantil. Va sobre todo esto. Yo creo que es mi novela más oscura, la más difícil.
Publicar en España ¿ha facilitado que tu obra haya sido traducida o crees que las editoriales latinoamericanas ofrecen, también, una buena salida al extranjero de los autores que editan?
Ahora mismo no es necesario publicar en España para que tu obra sea traducida, pero es cierto que todavía tienes que pasar por allí, y eso es algo que debería cambiar. Es decir, puedes empezar publicando en tu país y, si a tu libro le va bien, lo normal es que acabe publicándose en otros países latinoamericanos y luego en España. Después llegan las traducciones, si es que llegan. Hay muchos autores y autoras que publican en España y no han sido traducidos, una cosa no lleva a la otra. Los mecanismos son más complejos. Tiene que ver más con cómo le vaya a tu libro mercantilmente hablando, o en si tu libro ha tenido la suerte de encontrar una red en donde lo que importe sea la calidad literaria y no los números. Y esto puede ocurrir publicando en España o en Latinoamérica.
¿Cuáles son tus próximos proyectos editoriales? ¿Novela, libro de cuentos?
Novela. Y la acabo de terminar. No puedo decir más, sólo que estoy muy emocionada y asustada a la vez. Cruzo los dedos.
La entrada Mónica Ojeda y la escritura del miedo se publicó primero en La Tempestad.
from La Tempestad https://ift.tt/cwy8q9o
via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad
No hay comentarios:
Publicar un comentario