I
¿Qué sucede cuando cerramos los ojos y escuchamos a profundidad? Ver lo que no se ve, pensar lo que no se piensa, imaginar lo que no se imagina a través del sonido es un desafío. Perderse en la escucha revela un carácter extraño e inesperado del pensamiento. Pensar es estar dispuesto a interrogar aquello que es posible conocer, aquello que nos afecta, que nos interpela e impide la apatía en un mundo colmado de interrogantes. Conocer es dejarse atravesar por las sensaciones, es también ensayar y reconocer la plasticidad de las ideas. Como planteó Jean-Luc Godard, “el cine es una idea que toma cuerpo tanto como una forma que permite pensar”.
Desde el principio de su historia el cine estuvo fascinado por la complejidad de lo real, por aprehender lo visible y lo invisible, lo audible e inaudible. Lois Patiño (Vigo, 1983) parece encontrarse a sí mismo y con su cine en esa bisagra. Conjunta las experiencias meditativa y contemplativa: una multiplicidad de dimensiones traza los diferenciales de su obra, las modalidades que cristalizan su estilo singular. En su trabajo hay, ante todo, un continuum (a partir de lo discontinuo) siempre en movimiento, vibrando en territorios, figuras y atmósferas. A la materia visual y sonora corresponde una percepción en profundidad (en la escucha y en la mirada). Su cine se define por ese estado de fluidez que revela la mixtura de imágenes presentes, pasadas y futuras.
II
La distancia, la inmovilidad y la invisibilidad son tres pilares de la reflexión cinematográfica de Lois Patiño. Se trata de explorar un universo errático redefiniendo sus fronteras, porosas e inestables. El tiempo o, más bien, la duración se convierte en un asunto perceptivo donde una red de procedimientos es utilizada para llegar a experiencias mentales antes que sentimentales. Al cine de Patiño no se lo ve, se lo habita. Sus películas pueden pensarse como espacios liminares de tacto y contacto: mirar al otro, experimentar su extrañeza, mirar escuchando. La imagen mantiene una relación antropológica con el revelamiento de los lugares y del tiempo, devuelve su cualidad táctil al rostro y el paisaje. En su práctica audiovisual sucede lo inesperado, lo irreconocible, lo sensible. No es azar que, en esos ámbitos, Patiño haya buscado lo constitutivo de lo real y lo imaginario en el sonido.
Desde Costa da Morte (2013), con su doble red que recorre las percepciones sonoras y visuales en vastos estratos, Patiño se ha propuesto pensar un nuevo lenguaje cinematográfico. Lo audiovisual es una estructura temporal hipersensible, llena de microsucesos: la vibración del mar, el rumor del aire, el canto de los pájaros, la niebla, el calor, las voces y los gritos. Cada plano capta el flujo natural del tiempo, en el que suceden texturas, reacciones, gestos y miradas, maneras de habitar el paisaje y formas en que éste nos habita. Mezcla de técnicas que expresan percepciones, su enunciación deriva de una lógica muy particular que exige la renuncia a interpretaciones a priori de hechos y comportamientos.
III
Las ideas trazadas en Costa da Morte y Luna roja (2020) están implícitas en Samsara (2023). Al considerar al sonido un organismo viviente, hace de su presencia la portentosa analogía de un mundo microscópico, inaprensible, no lineal y abierto. La exploración sonora busca vínculos entre Oriente y Occidente: se trata de un ambiente oscilante, dispuesto en planos fijos generales, donde destaca la fotografía de Mauro Herce y Jessica Sarah Rinland. Los puntos de vista parecen recoger leyendas y tradiciones, fusionando la acción entre dos lugares, un templo budista en Laos y las marismas de Zanzíbar. Asistimos a una especie de coexistencia entre las fuerzas palpables de lo humano, lo animal, lo vegetal y lo mineral, en una narrativa que actúa como punto de partida y, a la vez, conclusión de un ciclo vital. El sonido es duración, y su empleo como medio de expresión (no de reproducción) otorga a la perspectiva audiovisual una fluidez y una plasticidad peculiares.
Samsara parece experimentar la sutileza temporal del sonido al mostrar las capas que introducen a la escucha. La muerte y la resurrección están presentes, también el tema del surgimiento del ser. La muerte se transforma en una misteriosa “pulsión invocante” (para decirlo en términos de Lacan) que invita a rememorar un universo preexistente, una imagen anterior al nacimiento. En su clímax el filme se convierte en una experiencia meditativa, íntima e introspectiva, en la que al cerrar los ojos el mundo se hace oír. En ese momento de máxima oscuridad, de resonancia y amplificación auditiva, el sonido forma un campo primordial que muestra hasta qué punto se halla en el primer momento de la creación, según las cosmogonías asiáticas.
Podríamos añadir, con Emanuele Coccia, que “la vida en tanto inmersión es aquello donde los ojos son los oídos”. En este sentido Samsara nos conecta con una magia sensorial penetrante e hipnótica, que responde a la concepción budista de la audición como símbolo de revelación suprema, intemporal, de la inexplicable actividad del Universo. Este filme sobre la muerte no deja indiferente a ningún espectador, porque es también un filme sobre la vida. En ese sentido Lois Patiño protagoniza una revolución silenciosa que convierte lo sonoro en piedra angular de la experiencia fílmica.
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