jueves, 10 de agosto de 2023

Dos formas de la imaginación como resistencia

A medida que la nostalgia se vuelve la disposición anímica dominante en varios géneros, destacan más las propuestas que encuentran correspondencias distintas entre estilos previos, hasta que sólo algunos sonidos resultan familiares en medio de un todo que resulta más invención que reciclaje.

Es el caso de Teghnojoyg, una obra que homenajea las fiestas de distintas épocas y lugares, pero que no suena a ninguna conocida. Firmado por Babe, Terror, seudónimo del paulista Claudio Katz Szinkier, el álbum dibuja un encuentro que no sucede en un lugar concreto, pero que toca simultáneamente varias fiestas clandestinas en periferias de ciudades brasileñas durante la década de los ochenta, así como en barrios de ciudades con población afrodescendiente como Kingston, Detroit o Baltimore. Katz Szinkier visitó estas últimas, así como las del São Paulo actual, y la música en Teghnojoyg se siente por momentos, efectivamente, como estar en varias de ellas a la vez.

Las piezas están hechas a la manera de transparencias, con capas que se superponen y crean formas distintas mientras se mueven: drones, beats e instrumentos analógicos (destaca el bajo en varias secciones). Este trabajo destaca frente a varios de los anteriores de Babe, Terror por su nitidez y dinamismo. Las capas se alejan y se aproximan alternativamente, en un juego de planos. Cuando los beats predominan se siente como estar en una versión onírica de una pista de baile, donde el piso no es firme. De hecho, la exuberancia sonora no está al servicio del baile tanto como de la estupefacción.

Katz Szinkier rechazó abiertamente darle una vocación nostálgica al álbum. En su lugar buscó formarlo a partir de recomposiciones y flujos magmáticos entre distintas épocas y lugares. Las referencias a estilos de años lejanos (o a sonidos aislados que los poblaban) nunca se pueden situar con claridad. Se trata, más bien, de un álbum especulativo: ¿Qué habría pasado si esas fiestas en lugares distantes se hubieran comunicado de pronto, por medio de portales? ¿Cuáles habrían sido las correspondencias y de qué forma habrían sumado sus capacidades de resistir quienes hubieran estado en ellas?

Según Katz Szinkier la dualidad que mejor define a Brasil tiene, por un lado, el miedo y la desesperanza de las mayorías y, del otro, la arrogancia patrimonial de las élites. La fiesta clandestina, al menos la casera, sobre todo en los barrios populares, supone una salida provisional de ella, un entorno de alivio, aún si es sólo momentáneo. Al escuchar Teghnojoyg se siente, además, como si hubieran acudido todos los fantasmas de la zona a colaborar en la fiesta.

Si en el álbum de Babe, Terror se dibuja un espacio colectivo, como terreno para explorar las posibilidades de resistencia, otro álbum creado en São Paulo y lanzado hace pocas semanas aborda el espacio íntimo como punto de partida para ensayar formas de emancipación. Darlene, artista nacida en el estado costero de Goiás, llegó a la mayor megalópolis brasileña en busca de un entorno de libertad favorable para su obra.

Don’t Love You But Want To, segundo álbum que lanza para el sello Municipal K7 (luego de uno que grabó bajo el alias de Cocodrilo Slam), fue escrito y grabado, casi en su totalidad, en su habitación. Ella describe el mundo exterior (el espacio público) como una fuente de amenazas constante, en especial debido a su identidad transgénero. La violencia acecha a la vuelta de cada situación y pronto el estado de alerta le lleva a una fatiga sensorial. Su casa es el lugar adonde debe regresar el mayor tiempo posible.

Su álbum nace en parte de esta vulnerabilidad, pero no lleva el sello opresivo que podría esperarse. Su forma es sumamente flexible y el ánimo, la mayor parte del tiempo, sorprende por la liviandad. De un momento a otro la música parece canalizar la voz de personajes distintos, cada uno en una situación sentimental particular, especialmente aquellas de rechazo al amor romántico y las formas de opresión que plantea.

La música es igual de fluctuante, pero jamás se siente fracturada, sino que se mueve con la gracia de lo líquido. Las canciones se mueven entre varias tendencias del pop lo-fi más o menos oscuras (sobre todo, las que sí lo son) y que, al contrario de tanta música que cae en ese género, aprovecha de formas expresivas las posibilidades de la baja fidelidad. Mientras oscila de los murmullos a los riffs, en menos de media hora logra un eclecticismo mayor del que parecería luego de una escucha superficial.

El humor está presente la mayor parte del tiempo y en vez de interferir con la honestidad y la tristeza, las amplifica. A veces no es un humor velado en absoluto: al final de “Don’t Love You But Want To III” aparece de sorpresa una interpolación de “Just a Friend”, una de las canciones menos solemnes que pueda imaginarse, reescrita para aludir al tema del título del disco.

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