Ese horizonte irregular no es lo único que define al paisaje neoleonés. En esa misma imagen la curadora Abril Zales observa los desniveles sociales: una postal panorámica donde el contorno de los atardeceres igual pasa por la montaña, los edificios y las caóticas conexiones de luz; en ese borde inicia un manto oscuro con los brillos de los coches atorados en el tráfico y las luces próximas a iluminar la noche.
Nuevo León es un estado que concentra la mayor densidad poblacional en su capital, Monterrey, idealizada por su economía y naturaleza, pero también problematizada por las carencias y la contaminación, donde las filas más largas y eternas son para esperar un lugar en el camión rumbo a casa. Sus banquetas y vialidades intransitables son recorridas por innumerables habitantes desesperados; su cuerpos experimentan diariamente la ciudad y sus contrastes.
La exhibición El horizonte no es una línea recta fue uno de los puntos altos de la undécima edición de Salón Acme, durante la Semana del Arte en la Ciudad de México, en el que el estado invitado fue Nuevo León. Estamos frente a un ejercicio curatorial sólido, en el que Zales seleccionó a un grupo de artistas de distintas generaciones, cuya relación con la ciudad tiene un eco en su producción: Gina Arizpe, Inés Bárcena, Paula Cortázar, Lucila Garza, Sandra Leal, Miriam Medrez, Raúl Mirlo, Sol Oosel, Tercerunquinto, Renard, Calixto Ramírez, Oswaldo Ruiz, Tahanny Lee Betancourt, Alejandro Zertuche y Sites con un performance.
Las esculturas de Tahanny Lee Betancourt forman parte de un gran proyecto en el que ha trabajado durante los últimos años acerca del cuerpo y las formas que va adquiriendo en la experiencia materna, cuando se cuida a un ser humano iniciando su vida.
No es común que la artista Gina Arizpe recurra al medio pictórico, y en su serie Anatomía del letargo 1 trabajó con pintura y dibujo como un ejercicio de análisis de la imagen. Los cuerpos que retrata parecen estar en una escena de danza contemporánea, pero en realidad son los efectos del fentanilo en los consumidores. El azul de las pinturas es el tono de la droga, una de las más letales.
La exploración escultórica de Paola Cortázar bien puede vincularse a las montañas, igual que los bloques de concreto de Tercerunquinto o las fotografías de rocas de Oswaldo Ruiz; las tres se asocian a material de naturaleza regia, en todas procesada de manera distinta, pero que también puede verse en las edificaciones exteriores e interiores. Y, más allá del material, las dinámicas en las que está implicado: para edificar una ciudad que no termina de consolidar su progreso por tantos proyectos iniciados y abandonados cada seis años.
Pero la muestra no fue un enunciado político, sino una “sutil exploración de cómo los artistas viven la ciudad”, según declaró Zales. Tan sutil como poético y entrañable. Sin embargo, esa sutileza es un punto de partida para ir desdoblando experiencias, discursos que constantemente dialogan entre sí. La curadora logró reflejar todo esto y, como en una ventana, nos permitió asomarnos a la escena del arte en Monterrey, donde ese diálogo intergeneracional e interdisciplinario es una constante: todos se conocen, todos colaboran en un circuito que está cobrando cada vez más relevancia. También evidencia su músculo curatorial, ejercitado con la iniciativa Desde La Cresta, donde ha explorado la producción artística a partir del cuerpo, su desplazamiento, como soporte o como vehículo.
Aunque esta exhibición tuvo un espacio muy puntual, valdría la pena que tuviese una segunda sede o una nueva edición.
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