La cuarta temporada de True Detective, estrenada recientemente por HBO, ha generado reseñas generalmente elogiosas. En esta nueva entrega la actriz Jodie Foster, que curiosamente vuelve a interpretar a una policía/detective –como en El silencio de los inocentes, de 1991–, protagoniza una historia que se desarrolla en Ennis, pueblo imaginario localizado en Alaska. En ese lugar inhóspito –cuyas locaciones se filmaron en Islandia– se entretejen la violencia, el misterio y la lucha por la sobrevivencia en un territorio hostil.
Más allá de los detalles de la trama, conviene analizar Night Country (el título de la cuarta temporada) a partir del auge que ha cobrado la narrativa policial en estos años. Hay una suerte de afición que apenas puede ser satisfecha por decenas de títulos en las plataformas de streaming. En algunos casos se explota el morbo cuando se trata de historias reales producidas en formato documental. Sin embargo, más allá de la ficción o la realidad, muchas veces la narrativa del género policial rehúye las preguntas incómodas para sumergirse en un voyeurismo colectivo que se regodea en sociedades en crisis y marcadas por la violencia.
Partiendo de las claves que ofrece la narrativa noir, en Night Country seguimos las pesquisas de un par de policías (Liz Danvers, interpretada por Jodie Foster; Evangeline Navarro, interpretada por Kali Reis) que –según la línea marcada por las anteriores temporadas de True Detective– intentan sobrevivir a su investigación mientras lidian con todo tipo de demonios personales. Como dictan los cánones hay un misterio central, en este caso dos asesinatos que se entretejen: la muerte inexplicable –casi sobrenatural– de un grupo de científicos que trabajan en secreto en un búnker lejos del pueblo y el asesinato sin resolver de una mujer de la comunidad. La jefa de policía de Ennis, Danvers, se hace cargo de la investigación, cuyas ramificaciones apuntan a la intervención de una empresa minera que prácticamente es dueña de los destinos de la mayoría de los habitantes. Durante el proceso se une Navarro, una ex compañera con quien comparte un evento traumático del pasado.
Hay algunos elementos interesantes en el abordaje de la serie. En primer lugar destaca la mancuerna entre las dos policías, cuya relación tormentosa recuerda a los personajes de la primera temporada interpretados por Matthew McConaughey y Woody Harrelson. Hay también un gancho que funciona en los capítulos iniciales: los cadáveres de los científicos enterrados en un inmenso bloque de hielo y los esfuerzos por desentrañar los elementos que los llevaron a una muerte terrible. El inicio de la oscuridad en Alaska –que coincide con la cercanía de la Navidad y el Año Nuevo– funciona como una metáfora de la oscuridad personal que envuelve a los personajes, particularmente los que son extraños a las dinámicas y los mitos que rodean Ennis.
Uno de los problemas de la serie es la obsesión por hiperbolizar el comportamiento de los personajes volviéndolos, en la mayor parte de los capítulos, unidimensionales. Parece que no hay salvación para los que se internan en las calles congeladas del pueblo. En este sentido, Night Country no problematiza las razones por las cuales ocurre el mal, sino que exhibe, con placer culposo, las vidas disfuncionales y al borde del límite de los involucrados en la trama. El misterio principal comienza, mientras tanto, a revelarse: los científicos muertos estaban investigando un organismo que podría cambiar el rumbo de la humanidad a través de la cura milagrosa de muchas enfermedades. También se evidencia la complicidad de la mina en el destino de los hombres y sus efectos en la comunidad a través de la contaminación que genera en el agua.
Un aspecto criticable de Night Country es, justamente, el tratamiento del mal. Por un lado, la mina perteneciente a una corporación es retratada como un villano casi de caricatura cuya acción material, a la postre, permanece invisible al espectador. Por supuesto: la intervención de la mina y el envenenamiento del agua que surte al pueblo es patente en algunas escenas, pero las dinámicas de explotación en las llamadas “zonas de sacrificio”, es decir, lugares erosionados por el capitalismo necesitado de materias primas, permanecen ajenas al espectador. Por si fuera poco, los dilemas sembrados en la historia se resuelven en el último capítulo con la rapidez de cualquier blockbuster que no puede evitar una moraleja final. Si las autoridades y los habitantes recién llegados a Alaska salen mal parados en casi todas las escenas de la serie, el retrato de los habitantes originarios de la región remite a estereotipos que los despojan, casi, de cualquier agencia. Resalta, en particular, el abuso de un misticismo étnico visto de una manera arquetípica que contrasta con la venganza violenta que toma un grupo de mujeres nativas. No hay mayores atisbos de una organización comunitaria y queda la sensación de un grupo impenetrable, incapaz de interactuar de forma política con su entorno social.
Una última anotación: es curioso que la directora y guionista de esta cuarta temporada, Issa López, haya querido mostrar –según declaraciones suyas– una versión femenina que sirviera de modelo alternativo al mostrado con los protagonistas masculinos de las primeras temporadas. Una vez que llegamos al final de Night Country asumimos, con desaliento, que la inclusión de mujeres en los roles principales en muchas series que abordan la violencia imita el comportamiento machista que se debería, al menos, problematizar. De esta manera tenemos a las dos policías –Danvers y Navarro– incapaces de relacionarse de manera inteligente entre ellas, recurriendo a los golpes y, sobre todo, al dolor causado al otro como única forma de expresión en el hielo de Alaska. El determinismo en el guion de la cuarta temporada de True Detective –apenas disfrazado por una preocupación social que nunca va más allá de la superficie– es un buen ejemplo de las series de las principales plataformas de streaming, productos que tienen buena manufactura técnica pero que quedan a deber en su visión de la compleja realidad social de este siglo.
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