miércoles, 20 de julio de 2022

Siete poemas

La fotógrafa y poeta Antonia Pozzi (Milán, 1912-1938) ocupa un lugar destacado en la poesía italiana que se produjo a inicios del siglo XX. Creció en el seno de una familia privilegiada, en una época con una alta tasa de analfabetismo en la que el italiano escrito era de uso exclusivo de la alta burguesía y la clase intelectual. En el propio hogar tuvo el primer acercamiento con el italiano estándar: la madre, la condesa Lina Cavagna, era maestra, y enseñó francés e inglés a su hija.

Más tarde Pozzi ingresó en la universidad local, en Milán, y durante este período, en abril de 1929, escribió sus primeros poemas, en los que son notables el habla sencilla y el tono conversacional característicos de su escritura. Después de culminar los estudios universitarios estableció su residencia en Pasturo, en la provincia de Lecco, donde sus padres habían adquirido una finca construida en el siglo XVIII al pie de la montaña Grigna, y donde un año atrás la poeta pasó una larga estadía dedicada a la traducción de textos griegos. Su afición por el montañismo le proveyó una relación íntima con la extensa región de Lombardía, que incorporó en sus poemas.

Con apenas 21 años Antonia Pozzi escribió: “Yo / bajo el oyamel / –en paz– / como una cosa de la tierra, / como un mechón del brezo / quemado por el frío”. Este poema –como muchos otros de Pozzi– revela el plan que, años más tarde, en la madrugada del 3 de diciembre de 1938, la llevaría a ingerir una gran cantidad de barbitúricos. Hacia la mañana de ese mismo día la hallaron recostada sobre la nieve, bajo los árboles del bosque de Pasturo. Fría.

Después de su muerte el trabajo de la poeta padeció todo tipo de alteraciones realizadas por el padre, Roberto Pozzi, sobre todo donde se alude al profesor Antonio María Cervi, con quien ella sostuvo una relación amorosa. En 1989 Graziella Bernabò y Onirina Dino organizaron los distintos cuadernos en un solo volumen y en tres secciones, “Parole”, “La vita sognata” e “Inedeti”, lo que sumó veintiocho poemas que, hasta ese momento, habían permanecido reservados.

Nota, selección y traducción de Roberto Bernal

 

Inocencia 

 

Bajo tanto sol

en una barca estrecha

la alegría

de sentir contra mis rodillas

la desnudez pura de un niño

y el ebrio tormento de incubar en la sangre

lo que él ignora.

Santa Margarita [Génova, Italia], 28 de junio de 1929

 

Solitaria

 

Si bien el aroma de las flores nuevas te dio

el deseo de calor humano

y el atardecer que todavía no dibuja la noche

te empujó

por rutas lejanas

de la tierra –

hacia los límites apagados del cielo –

para buscar en vano quien pudiera

prometerte durante esta hora seguir

cerca de tu corazón –

también es cierto que nadie

más entrará en tu corazón

inaccesible –

y que sólo está –

condenado a los gritos

de sus golondrinas –

4 de mayo de 1933

 

Sutil oferta

 

Desearía que mi alma te fuera tan

ligera

como las hojas largas

de los álamos que se encienden de sol

por encima de los troncos cubiertos

de niebla –

Quisiera guiarte con mis palabras

por una avenida desierta, marcándola

de delgadas sombras –

hasta un valle de hierbas silenciosas,

al lago –

por donde silba la respiración del aire

en los juncos

y las libélulas se divierten

con el agua de los charcos.

Quisiera que mi alma te fuera

ligera,

que mi poesía te fuera un puente

sutil y firme,

blanco – sobre el oscuro desorden

de la tierra.

5 de diciembre de 1934

 

Pausa

 

Me pareció que este día

sin ti

sería intranquilo,

oscuro. En cambio, está colmado

de una extraña dulzura, que se ensancha

a través de las horas –

quizá como la tierra

después de un aguacero,

que se queda sola en el silencio a beber

agua caída

y que poco a poco,

en el fondo de las venas, siente que fue

impregnada.

La alegría que ayer fue angustia,

tempestad –

ahora retorna con breves

tonos al corazón,

como un mar calmado:

el apacible sol reapareció brillante,

como un noble regalo,

también en las conchas que las olas

dejaron en la orilla.

7 de diciembre de 1934

 

Fuegos de S. Antonio

 

Siento arder mi nombre en las llamas

de la tarde a la orilla

de una costa oscura –

y a lo largo del puerto estallan hogueras

de cosas antiguas,

de algas y de barcos

naufragados.

Y en mí ya nada puede arder;

sin embargo, en cada hora de mi vida,

aún –con el peso indestructible

del presente–

el corazón apagado de la noche

me persigue.

17 de enero de 1935

 

Más tarde

 

Cuando tu voz

haya salido de mi casa

volverán de la pared

palabras ásperas de viejos

que nombran en la oscuridad

montañas invisibles.

Escucharé rebaños

cruzar la noche:

el viento –arqueado

sobre el lecho del arroyo–

cavará

valles en el insalvable silencio.

25 de junio de 1935

 

Viento

 

Me encuentro

en el aire que se levanta

puntual al mediodía

y lleva hojas y ramas

a la montaña.

Ojalá que así

se elevaran

mis pensamientos un poco cada día:

que no cayeran muertos

nunca más los anhelos

en mi corazón.

8 de junio de 1935

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