Durante 2017 y 2018 viví en la casa de mis abuelos. Con ambos ya fallecidos, el lugar que antes cobijaba risas constantes y comida en la cocina se encontraba apagado. Entre las millones de cosas que poseían encontré carretes con diapositivas de color de 35 mm y el proyector que las albergaba.
La casa de los sueños es una reflexión sobre el archivo familiar, sobre las historias que están vivas pero son mudas hacia afuera. Utilicé el álbum de mi familia para revelar la verdad: desde los años ochenta hasta su muerte mi abuelo mantuvo una relación extramarital con la contadora de su empresa. Juntos tuvieron una hija que conocimos 40 años después, cuando mi abuela falleció. Mi experiencia no es única, la práctica es común pero permanece oculta bajo la sonrisa de los hombres que dirigen y gobiernan a nuestras familias.
Mis abuelos nunca se divorciaron, sus hijos aseguran no haber sabido de la existencia de su segunda familia antes de la muerte de mi abuela. Reactivo las fotos a través de proyecciones, que fotografío en el lugar donde sucedieron con 40 años de diferencia: para hacer visibles estas violencias machistas, para traer a la memoria cosas que han sucedido y han sido omitidas, silenciadas. El supuesto espacio “seguro” es un espacio de engaño y opresión. La lectura de estos archivos los trae al presente, esto no ha terminado. Las imágenes nos confrontan con las historias.
En las imágenes de La casa de los sueños se revela el contrato matrimonial: se asume que las mujeres deben ocuparse de las labores de cuidado, sin quejarse; su actividad se reduce al ámbito doméstico y reproductivo. El contrato familiar, heteropatriarcal y sexista, es dictado por los hombres con la expectativa de que, cuando lleguen a casa, lo harán para dirigir y descansar, sin rendir cuentas a nadie.
La maquinaria sexista nos oprime a todes. Mi proyecto busca romper los estereotipos de la feminidad y el amor romántico, convertidos en ideales de la estructura familiar tradicional. La idea de que nos enamoramos de hombres que nos rechazan hasta que logramos tener la familia perfecta es un estereotipo aún hoy promovido por los medios.
Esta violencia controla a los cuerpos femeninos pero también a los hombres: el feminismo tiene la capacidad de liberarnos a todes, es un esfuerzo político cambiante y transformador, para mejorar la vida de las personas. Para que en otra línea del tiempo ni mi abuela ni ninguna otra mujer tenga que quebrarse para satisfacer las necesidades de un hombre que no la ama de verdad.
Gracias a Karen Cordero y Fernanda Ramos por su lectura de mi trabajo en el conversatorio Rehabitar el silencio (9 de junio), que inspira este texto.
La exposición Rehabitar el silencio, curada por Paola Dávila, puede visitarse en la galería Patricia Conde de la Ciudad de México hasta el 20 de agosto. Incluye trabajos de Ana Blumenkron, Tania Bohórquez y Sylvana Burns
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