La fotógrafa y poeta Antonia Pozzi (Milán, 1912-1938) ocupa un lugar destacado en la poesía italiana que se produjo a inicios del siglo XX. Creció en el seno de una familia privilegiada, en una época con una alta tasa de analfabetismo en la que el italiano escrito era de uso exclusivo de la alta burguesía y la clase intelectual. En el propio hogar tuvo el primer acercamiento con el italiano estándar: la madre, la condesa Lina Cavagna, era maestra, y enseñó francés e inglés a su hija.
Más tarde Pozzi ingresó en la universidad local, en Milán, y durante este período, en abril de 1929, escribió sus primeros poemas, en los que son notables el habla sencilla y el tono conversacional característicos de su escritura. Después de culminar los estudios universitarios estableció su residencia en Pasturo, en la provincia de Lecco, donde sus padres habían adquirido una finca construida en el siglo XVIII al pie de la montaña Grigna, y donde un año atrás la poeta pasó una larga estadía dedicada a la traducción de textos griegos. Su afición por el montañismo le proveyó una relación íntima con la extensa región de Lombardía, que incorporó en sus poemas.
Con apenas 21 años Antonia Pozzi escribió: “Yo / bajo el oyamel / –en paz– / como una cosa de la tierra, / como un mechón del brezo / quemado por el frío”. Este poema –como muchos otros de Pozzi– revela el plan que, años más tarde, en la madrugada del 3 de diciembre de 1938, la llevaría a ingerir una gran cantidad de barbitúricos. Hacia la mañana de ese mismo día la hallaron recostada sobre la nieve, bajo los árboles del bosque de Pasturo. Fría.
Después de su muerte el trabajo de la poeta padeció todo tipo de alteraciones realizadas por el padre, Roberto Pozzi, sobre todo donde se alude al profesor Antonio María Cervi, con quien ella sostuvo una relación amorosa. En 1989 Graziella Bernabò y Onirina Dino organizaron los distintos cuadernos en un solo volumen y en tres secciones, “Parole”, “La vita sognata” e “Inedeti”, lo que sumó veintiocho poemas que, hasta ese momento, habían permanecido reservados.
–Nota, selección y traducción de Roberto Bernal
Inocencia
Bajo tanto sol
en una barca estrecha
la alegría
de sentir contra mis rodillas
la desnudez pura de un niño
y el ebrio tormento de incubar en la sangre
lo que él ignora.
Santa Margarita [Génova, Italia], 28 de junio de 1929
Solitaria
Si bien el aroma de las flores nuevas te dio
el deseo de calor humano
y el atardecer que todavía no dibuja la noche
te empujó
por rutas lejanas
de la tierra –
hacia los límites apagados del cielo –
para buscar en vano quien pudiera
prometerte durante esta hora seguir
cerca de tu corazón –
también es cierto que nadie
más entrará en tu corazón
inaccesible –
y que sólo está –
condenado a los gritos
de sus golondrinas –
4 de mayo de 1933
Sutil oferta
Desearía que mi alma te fuera tan
ligera
como las hojas largas
de los álamos que se encienden de sol
por encima de los troncos cubiertos
de niebla –
Quisiera guiarte con mis palabras
por una avenida desierta, marcándola
de delgadas sombras –
hasta un valle de hierbas silenciosas,
al lago –
por donde silba la respiración del aire
en los juncos
y las libélulas se divierten
con el agua de los charcos.
Quisiera que mi alma te fuera
ligera,
que mi poesía te fuera un puente
sutil y firme,
blanco – sobre el oscuro desorden
de la tierra.
5 de diciembre de 1934
Pausa
Me pareció que este día
sin ti
sería intranquilo,
oscuro. En cambio, está colmado
de una extraña dulzura, que se ensancha
a través de las horas –
quizá como la tierra
después de un aguacero,
que se queda sola en el silencio a beber
agua caída
y que poco a poco,
en el fondo de las venas, siente que fue
impregnada.
La alegría que ayer fue angustia,
tempestad –
ahora retorna con breves
tonos al corazón,
como un mar calmado:
el apacible sol reapareció brillante,
como un noble regalo,
también en las conchas que las olas
dejaron en la orilla.
7 de diciembre de 1934
Fuegos de S. Antonio
Siento arder mi nombre en las llamas
de la tarde a la orilla
de una costa oscura –
y a lo largo del puerto estallan hogueras
de cosas antiguas,
de algas y de barcos
naufragados.
Y en mí ya nada puede arder;
sin embargo, en cada hora de mi vida,
aún –con el peso indestructible
del presente–
el corazón apagado de la noche
me persigue.
17 de enero de 1935
Más tarde
Cuando tu voz
haya salido de mi casa
volverán de la pared
palabras ásperas de viejos
que nombran en la oscuridad
montañas invisibles.
Escucharé rebaños
cruzar la noche:
el viento –arqueado
sobre el lecho del arroyo–
cavará
valles en el insalvable silencio.
25 de junio de 1935
Viento
Me encuentro
en el aire que se levanta
puntual al mediodía
y lleva hojas y ramas
a la montaña.
Ojalá que así
se elevaran
mis pensamientos un poco cada día:
que no cayeran muertos
nunca más los anhelos
en mi corazón.
8 de junio de 1935
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