La editorial Cátedra ha publicado, en su colección Letras Universales, una nueva traducción de Juliette o Las prosperidades del vicio, a cargo de la profesora Lydia Vázquez, autora además del esclarecedor prólogo. La portada del libro representa un retrato de Marie-Louise O’Murphy, Joven recostada, de François Boucher, y la elección no es casual. Diderot, del que se dice que fue uno de los primeros críticos de arte, señaló que “en él, la degradación del gusto, del color y del dibujo van de la mano con la depravación de las costumbres”.
Donatien Alfonse François de Sade (1740-1814) supo crear una obra literaria de gran poder de sugestión. Fue durante muchos años un escritor olvidado en su propio país, hasta que a principios del siglo XX Guillaume Apollinaire publicó una selección de su obra, dando al divino marqués una nueva vida. Como recuerda el crítico norteamericano Edmund Wilson: “Al final de la Primera Guerra Mundial los dadaístas quedaron fascinados por él, considerando su obra una explosión de inhibiciones, y superaron el pudor al mencionar su nombre”.
Juliette o Las prosperidades del vicio se contrapone a su obra anterior, Justine o Los infortunios de la virtud. Juliette representa, en palabras de Apollinaire, “a la mujer nueva que él [Sade] entreveía, a un ser del que aún no se tiene idea, que se libera de la humanidad, que tendrá alas y renovará el universo”. Una visión de la mujer de plena actualidad.
La estructura narrativa de la novela es simple. Una serie de personajes se reúnen para escuchar al narrador de la historia, en este caso Juliette. Como se señala en el prólogo, “las aventuras de Juliette, encadenadas unas tras otras, recuerdan a la novela picaresca española, de la que, en buena parte, imita la estructura. […] Se desdobla en dos personajes, la Juliette narradora y la Juliette personaje, con una diferencia temporal entre la acción y la narración que hace pensar en el relato-memorias”. Tiene en el Decamerón de Boccaccio un digno antecedente.
El marqués de Sade imprime a sus obras, y Juliette es un claro ejemplo, una fuerza evocadora. Utiliza en sus novelas una escritura muy visual, teatral y gráfica. Como apunta Lydia Vázquez: “Si las ilustraciones contribuyen a una representación gráfica de los ‘cuadros’ más expresivos de la obra, también es verdad que la descripción de Sade de dichos cuadros parece, en muchos casos, un auténtico guion cinematográfico o de cómic”, lo que le imprime modernidad. Juliette interpela continuamente a sus interlocutores, o a nosotros mismos como sus lectores, para saber si han/hemos “imaginado bien”.
La edición de Cátedra viene acompañada por las ilustraciones que aparecieron en la edición original de L’Historie de Juliette. Su autor, Claude Bornet (1733-1804), fue pintor, grabador, dibujante y comerciante de estampas. Sade, en el momento de la edición de la novela, se encontraba recluido en la prisión de Vincennes, debido a sus ideas moderadas durante la Revolución. Sin embargo, fue capaz de realizar minuciosas anotaciones en las ilustraciones que le transmitía Bornet secretamente: “En medio del gabinete, cuatro muchachas desnudas están tumbadas en el suelo y entrelazadas, de manera que solo ofrezcan sus nalgas”. La Biblioteca Nacional de Francia ha cedido los derechos de reproducción.
El marqués de Sade sufrió durante su vida cautiverio en cárceles y manicomios como el de Charenton, en el que transcurrieron sus últimos años. Quizás no estuviera enajenado: “Su único delirio es el vicio”, según el parecer de su psiquiatra.
Sin embargo, el propio D.A.F. de Sade reconocía que
No se es criminal por hacer la pintura
De las extrañas inclinaciones que inspira la naturaleza.
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