Se cumplen cien años del nacimiento de un autor cuya obra tardó más de cuarenta años en cristalizar. José María Fonollosa Margelí (Barcelona, 1922-1991), poeta secreto de fama esquiva, fue un escritor para el que la poesía, su escritura, no suponía un disfrute, al contrario. Como él mismo reconocía: “Sufro, pero escribo por el sentido de la obra. Quiero durar, pero no busco ni el halago ni el éxito”.
En 1990 aparece el libro Ciudad del hombre: New York, cuya historia editorial tiene su origen en 1959. Un adolescente Pere Gimferrer lee, en ese año, los poemas que Fonollosa presenta al premio Ciudad de Barcelona, y dicha lectura quedó fija en la memoria del futuro poeta y académico catalán. Años más tarde, y de forma casual, entra en contacto con Fonollosa y, gracias a su intervención, el prestigioso editor Jaume Vallcorba publica 97 poemas de los 237 que forman la obra.
Sale a la luz, en ese momento, la obra de un poeta realizada en soledad, al margen de influencias y lejos del mundo literario. Surge un poeta que, como señaló el crítico Julià Guillamon, “es el artífice de una obra global que no podría equipararse a ninguna otra, pero también un complemento para la descripción de un período, alguien que, en su rareza, obliga a redefinir lo que se creyó agotado de sentido”.
En 2016 Edhasa publicó la que sería la edición definitiva del libro, tal como la concibió el poeta barcelonés. Los títulos de los poemas ya no son las calles de Nueva York, como en la edición de la desaparecida Sirmio, sino que regresan a Barcelona. El título del libro: Ciudad del hombre. El propio Fonollosa lo explica así: “El título se me ocurrió un día que vi en un escaparate La ciudad de Dios de san Agustín. Y pensé: ‘A mí me interesa la ciudad del hombre, no la de Dios’. Y entonces decidí cambiar el título de mi libro que hasta ese momento se llamaba Con los pies sobre la tierra”.
José María Fonollosa quería describir una ciudad con base en emociones, sin descripciones, como él mismo recuerda, “procurando que la idea de la descripción ya la dé el ambiente”. Como señala José Ángel Cilleruelo en el prólogo, el poeta aspiraba a dar voz a sus deseos y frustraciones, a encarnar “todos los pensamientos que transitan por la ciudad, por las calles de cualquier ciudad del siglo XX. Un yo poético que asume la conciencia de las depredaciones urbanas, desde la inmoral hasta la despiadada. Y también sus sensibilidades, la del joven que sueña con un amor”.
Ama a quien quieras con el corazón,
pero ámame, a mí solo, con tu cuerpo.
Nadie ama solamente un corazón:
un corazón no sirve sin un cuerpo
Estamos ante una poética que el propio Fonollosa quiso singular y alejada de todo cuanto existía, hasta el extremo de dejar de leer a sus contemporáneos. Los temas fundamentales de Ciudad del hombre persiguen “captar el latido de la aglomeración de seres humanos en el espacio urbano, presentándolos con sobriedad, con el rigor que exige la búsqueda de la difícil sencillez”.
El 8 de agosto de 1922 nació un poeta secreto que escribió una obra excepcional. Y, para terminar, unas palabras del poeta: “Siempre he tenido deseo de inmortalidad y me parece que la conseguiré. Quiero dejar una muestra de que yo también he estado aquí”.
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