“Hice un hechizo”, me dijo el artista drag Memo Díaz Martín. Estaba mostrándome una de sus fotos en una exposición reciente en Art Space México. Como soy estadounidense no entendí el término, pero luego de investigar un poco supe que aquello que los drag denominan “hechizo” es una técnica artística que merece ser teorizada.
Mientras miraba las obras de Díaz Martín sobre la historia política mexicana –cortantes y graciosas– busqué la palabra en el diccionario. Una de sus acepciones apela a lo artificioso o fingido, una más a lo postizo, otra a lo hecho a mano y, la última, al acto de hechizar o embrujar. El artista me explicó que tiene otro significado en la comunidad drag.
Para abundar, señaló una de sus imágenes. En ella Díaz Martín satiriza brutalmente al ex presidente Carlos Salinas. El hechizo, me dijo, es que el disfraz sólo parece perfecto desde el frente, cuando se tomó la foto. Detrás se sujeta con cinta adhesiva y alfileres. Así usan las dragas el hechizo: para conjurar la magia de las apariencias. El hechizo está arraigado en la brujería y es animado por la flexión de género. Acaso su definición sea la suma de todas las acepciones enlistadas, mezcladas con algo de magia.
Utilizada en este contexto la palabra no tiene un equivalente preciso en inglés, de donde se han tomado la mayoría de los términos para describir prácticas sexuales y artísticas cuir (algunos ensayarán con el do it yourself, pero mientras este concepto describe a una austera ética individualista del trabajo, blanca y puritana y solitaria, el hechizo habla de un ritual comunitario y lúdico). Intentar una traducción es arriesgar su especificidad local. Esto me hizo pensar en el hechizo como una forma específicamente mexicana de hacer un arte de las disidencias sexuales (que, además, da nombre a un festival drag en Guadalajara).
Paper Cut ha aparecido en varias temporadas de la serie La más draga y es mi draga favorita. El arte de sus prendas crea un juego exquisito entre lo plano y lo encarnado, el papel y el corte. Elle me dijo que usa el término no sólo para describir su drag sino también, constantemente, en su vida cotidiana. Los fabulosos performances de Paper surgen de esta práctica como una delicadeza de transformación alquímica. Sus hechizos abrazan la apariencia como mera apariencia y, al mismo tiempo, insisten en la apariencia como magia transformadora. El hechizo no es sólo un estilo de hacer arte sino un modo de ser de donde surge el estilo como por arte de magia: una confrontación con el ser mismo.
Dice Susan Sontag, en sus “Notas sobre lo ‘camp’” (1964), que lo camp es una sensibilidad. Y añade que “una sensibilidad (en tanto es algo diferente de una idea) constituye uno de los temas más difíciles de tratar”. El hechizo es también una sensibilidad. Y las dificultades para describirla se ven agravadas por problemas de traducción: así como no hay palabra en inglés para hechizo, el español no tiene equivalente preciso de camp. Carlos Monsiváis se refirió al término en Salvador novo. Lo marginal en el centro (2000), y curiosamente usó la palabra “hechizo” para describirlo. En “su ensayo sobre el camp, esa maquinaria de hechizo y autofascinación, Susan Sontag ve en el cultivo del sentido estético una vía de integración de los gays en la sociedad”.
Resulta que camp y hechizo son hermanos y ambos pertenecen a ambientes cuir. Pero se refieren a visiones estéticas completamente distintas. Como explica Sontag, lo camp surge dentro de las clases altas europeas y refleja una evolución decadente en el interior de las estructuras de clase del gusto moderno. Muchas veces, según Sontag, lo camp es la apropiación interpretativa por parte de la clase alta, quien relee el mal arte, o el kitsch, como bueno. Y aquí es donde podemos empezar a ver cómo difieren. Mientras que el primero es principalmente una hermenéutica, o una forma de ver, el segundo es una práctica material. Uno tiene su origen en la aristocracia, el otro es un gesto de resistencia de las clases populares.
Propongo relacionar el hechizo con el estilo artístico chicano del rasquachismo. La artista feminista Amalia Mesa-Bains explica que utiliza los mismos objetos que el kitsch, pero surge de otra política. El kitsch se apropia de la cultura obrera desde arriba, pero el rasquachismo afirma y aclama esta cultura desde abajo: “Es un gesto de supervivencia, afirmación y resistencia a una clase dominante desde dentro de una sensibilidad de barrio compartida”. Para mí, la distinción entre lo camp y el hechizo se vuelve más clara a la luz de lo que Mesa-Bains explica sobre cómo los altares domésticos chicanos encarnan un reconocimiento feminista del poder y las luchas de las mujeres.
Cuando Paper Cut perdió La más draga su foto fue colocada en el altar del Día de Muertos de la serie, con fotos de los otros competidores que fueron expulsadxs del programa. Aunque La más draga sigue la misma fórmula que el RuPaul’s Drag Race, los espectáculos tienen un estilo muy diferente y la versión estadounidense obviamente no tiene altar. En cierto sentido, el drag estadounidense y lo camp son seculares. Pero el hechizo parpadea como una vela votiva.
Así como lo camp se ha globalizado, quizás habría que decir que el hechizo ya es ampliamente latinx e impregna ambientes en todo el hemisferio en lo que José Esteban Muñoz ha llamado el sentido de lo marrón. De hecho, la palabra y la sensibilidad saturan la novela transgénero argentina Las malas, de Camila Sosa Villada. Revitalizando los clichés machistas de la literatura “realista mágica” sudamericana, Sosa Villada celebra una comunidad de trabajadoras sexuales trans cuyo hechizo mágico regala la alegría de sacar de la nada el máximo provecho. En un planeta moribundo, la sensibilidad del hechizo podría ser una herramienta estética para disfrutar.
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