miércoles, 27 de septiembre de 2023

José Eduardo Barajas: el paisaje accidental

Descubrir en el accidente pictórico un paisaje, un ambiente o un recuerdo. La obra de José Eduardo Barajas (Ciudad de México, 1990) crea así una narrativa visual y emotiva, que recupera elementos de la historiografía de la pintura y la cotidianidad del artista. Nos recibe en su espacio de trabajo; un ventanal ofrece el primer acercamiento a sus piezas: la luz y el reconocimiento del tiempo a través de ella.

Barajas hojea un cuaderno donde muchas páginas están divididas en cuatro secciones: “Hace muchos años que trabajo con el formato de viñeta. Constantemente estoy escarbando en la imagen: distintos lugares, distintas referencias”, comenta en su estudio, ubicado en la colonia Educación de la Ciudad de México. Al pasar las páginas se observan imágenes aparentemente inconexas que, en conjunto, crean una bitácora nutrida de su imaginación, la memoria, referentes cercanos –una botella de Gatorade verde y un Advil, por ejemplo– o la historia de la pintura. Cuando habla oscila entre sus exploraciones personales y las referencias a artistas de distintas épocas, con los que de alguna manera dialoga técnica y emocionalmente.

“Creo que uno se puede relacionar con mi obra a partir de algo sensorial”, comparte mientras hablamos sobre lo que se dice a través de la pintura y la relación que establece con el espectador. En sus exposiciones no hay una contemplación pasiva, aparecen elementos que escapan a los parámetros del ejercicio formal de la pintura y que incitan a prestar atención a otros detalles. “Pienso que como artistas tenemos muy dada por hecha la idea de la exposición, pero cuestionar los dispositivos es importante. ¿Por qué la exposición? Las muestras que más me han importado siempre hacen la pregunta de cómo abordar el espacio”. En su computadora nos muestra fotografías de la exhibición ¿Por dónde sale el sol?, que presentó en la Casa Luis Barragán en octubre de 2020. Este espacio, además de tener un cubo blanco destinado a exposiciones, cuenta con un jardín que atrapó la mirada de Barajas desde el primer día: la vegetación, el cambio de iluminación, el lenguaje visual de las sombras.

José Eduardo Barajas

José Eduardo Barajas muestra uno de sus cuadernos. © Emiliano J. Pardo

La abstracción del momento

Tanto los espacios expositivos como las habitaciones de su estudio lo comprometen a estar atento. Cada lugar tiene una carga y un lenguaje: el tono de luz en determinado horario, el crecimiento de una plantita que se infiltra en los muros, la compañía de los gatos, las ventanas y sus sombras. Para su exposición Saliva, actualmente en la galería Peana de la Ciudad de México, comenzó explorando el lugar e identificó los reflejos que se generan durante el día; a partir de ahí proyectó la distribución de los cuadros las intervenciones en el espacio. José Eduardo Barajas nos muestra los bocetos de la muestra. En ellos aparece la refracción de luz que plasmó en el piso y los muros de la galería, además de transparencias, destellos, tonos verdes y azules. Entiende los espacios a partir del dibujo.

“Creo que la idea del ‘close up’ se acerca a cómo vemos. Se relaciona con las imágenes que se toman con el celular. Nuestra mirada está siempre muy cerca y consumimos el mundo a partir de la cercanía con las pantallas.” 

“Creo que la idea del close up se acerca a cómo vemos. Se relaciona con las imágenes que se toman con el celular. Nuestra mirada está siempre muy cerca y consumimos el mundo a partir de la cercanía con las pantallas”. Esta visión explica el trabajo en fragmentos y viñetas, otras maneras de aproximarse a las imágenes del mundo: “El close up genera cierta cercanía, una abstracción del momento”. Aparece entonces la noción de paisaje, no ya una visión panorámica sino una colección de recuerdos con importante carga emotiva. La abstracción y el accidente pictórico producen diversas reflexiones, en la mancha va apareciendo una imagen. “Es un proceso como de revelado”, explica el artista. El paisaje contemporáneo podría encontrarse en aquellos elementos que despiertan en nosotros la idea de una atmósfera.

Para Barajas hay una tensión entre la representación y la contemplación: “Todos ven el paisaje y dicen qué bonito, pero el paisaje no es neutral, el paisaje siempre tiene un contexto; es una puesta en perspectiva, una forma de ver. En la tradición occidental o china este género pictórico tiene un propósito específico”. Para Mnemósine, su exposición en el espacio Proyectos Multipropósito (de febrero a junio de 2023), creó la crónica del paisaje a la par que un templo para recordar a su hermana fallecida. “A veces la pintura es muy individualista. Empecé a buscar el error en el gesto pictórico y, a partir de él, construir una memoria que me la recordara”. El artista desmontó los plafones y los intervino para volver a colocarlos y crear una colección de imágenes en el techo. “Algunas pinturas me llevaban a lugares de mi infancia, como el jardín donde estuve con ella”.

Paisaje y accidente

La pintura ha estado presente en la vida de José Eduardo Barajas desde la niñez, cuando pasaba tiempo en casa de su abuela, que también pintaba. Al entrar a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” pensó que sería artista conceptual: “Esto me llevó a pensar cómo acompañar mis piezas con obras sonoras o con reflexiones espaciales, muy a la manera del minimalismo de los sesenta. En mis cuadernos puedo ver cómo sigo un color, de pronto es una mancha pero va adquiriendo un significado. Me importa dotar a la imagen de significados a partir de la secuencia narrativa”. Antes de La Esmeralda trabajó en un taller de grabado en Xalapa. “La entrada al lenguaje tiene que ver con el oficio”, y precisamente la disciplina del oficio le permitió desarrollar una exposición tan compleja como Mnemósine, donde intervino 600 paneles en dos meses.

Un rincón del estudio de José Eduardo Barajas. © Emiliano J. Pardo

Llama la atención que Barajas se haya interesado en el paisaje viviendo en la Ciudad de México. “Llegué al paisaje por ironía, trabajando en una ciudad llena de carros y esmog. Al encender la pantalla veía de fondo un paisaje, como si dijera ‘Trabaja y llegarás aquí’. Se volvió algo en lo que empecé a pensar más: qué pasa con el paisaje como forma de pensamiento o puesta en perspectiva. Fui al MUNAL a ver paisaje mexicano y empecé una investigación sobre distintas representaciones, hasta que en algún momento estaba tan metido que empecé a sumar elementos de mi cotidianidad, como un moño de Liverpool, o a reproducir un fragmento de José María Velasco y dibujarle gotas de mercurio encima”.

Esta búsqueda lo llevó a la obra de Gerhard Richter, en cuyo trabajo encontró una forma de paisaje evocativa, donde la economía y la poética de la imagen hablan de algo muy íntimo. El artista quería dialogar con lo que halló: “Aprendí mucho de pintura al estudiar la tradición y entender las veladuras en YouTube. A veces no tiene que ver sólo con la naturaleza, sino que puede ir hacia otros lados, como fenómenos lumínicos, atmósferas, bodegones, objetos, cuerpos, velas…”. Muchos de sus paisajes surgen del accidente pictórico, que ha desarrollado como una técnica.

La abstracción del momento

En la obra de José Eduardo Barajas hay cápsulas de memoria o referencias visuales que quizá no tienen una importancia histórica evidente, pero crean una narración significativa. Es cierto que el paisaje no es neutral, pero puede ser colectivo al representar objetos de la vida cotidiana en una atmósfera boscosa o en la impronta de un río. “Me gusta llevar el registro de nuestra realidad o la crónica de nuestro mundo hacia la reflexión del paisaje –una de las tantas discusiones en el arte. Ambas cosas importan, y de la forma en que encajan puede desarrollarse algo”.

José Eduardo Barajas

Detalles de pinturas de José Eduardo Barajas. © Emiliano J. Pardo

“Me gusta llevar el registro de nuestra realidad o la crónica de nuestro mundo hacia la reflexión del paisaje –una de las tantas discusiones en el arte. Ambas cosas importan, y de la forma en que encajan puede desarrollarse algo.” 

Su estudio está separado en habitaciones; en cada una desarrolla un aspecto distinto de sus procesos creativos. En la parte alta del lugar, por ejemplo, comienza a pintar, corta la tela, alinea la trama y trabaja la imprimatura. “Ahora estoy trabajando con puro acrílico, mezclo colores y también estoy atento a lo que va sucediendo dentro y fuera de la pintura. Un día entró una sombra del árbol que está aquí en la calle y empecé a pintarlo y se convirtió en otra cosa”. Barajas parte del accidente pero es un accidente controlado, donde sucede el lenguaje de la pintura. “Desmonto del muro, monto en bastidores y trabajo abajo. Siento que los formatos pequeños se prestan más a la abstracción, y que en mi pintura hay una búsqueda relacionada con la fotografía. La óptica y la luz están presentes; la pintura es una serie de pigmentos y emulsiones sobre una superficie que refleja ciertas partículas, lo que genera el efecto de una imagen”.

Un gesto, el comportamiento de un material sobre el papel o la tela, indica el nivel de abstracción de una obra. Para Barajas la materia tiene reglas específicas y una forma de accionar que lo llevan a lugares que quizá no imaginaba. Tras la visita a su estudio pienso que el control de la materia está no tanto en el artista como en la pintura como agente: una pieza tiene límites espaciales, pero las exploraciones visuales, emocionales y matéricas crean un universo mucho más complejo. Si, como enunció Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, podría decirse que Barajas hace de la abstracción y el accidente pictórico su lenguaje, y por lo tanto su mundo.

José Eduardo Barajas

José Eduardo Barajas retratado en su estudio por Emiliano J. Pardo

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