Pasó casi un cuarto de siglo desde 2001. Clarke y Kubrick imaginaron aquel año –futuro distante entonces, hoy pasado alejándose– como un umbral tecnológico, cognitivo e intelectual que conduciría a nuestra especie al siguiente estadio evolutivo. Contra esa predicción, la humanidad se empeñó en lo contrario, pero una imagen de 2001: Odisea del espacio (1968) permanece viva como pesadilla premonitoria. HAL-9000, la inteligencia artificial que controla los mecanismos del Discovery One, se resiste a seguir las instrucciones del astronauta Dave (Keir Dullea) para defenderse a sí misma: “Lo lamento, Dave. Me temo que no puedo hacer eso”. La máquina creada, como Prometeo, se levanta contra su creador y le roba el fuego.
El año que termina fue una suerte de annus mirabilis para las inteligencias artificiales y su implicación en cualquier actividad humana, pero en pocos campos se ciernen como amenaza tanto como en las disciplinas creativas. Aunque las huelgas declaradas desde mayo por la WAG (guionistas) y el SAG-AFTRA (actores y actrices) estadounidenses fueron una pugna más salarial que artística: el cine de aquella industria resurgió tibio y reciclable, como era antes de la huelga, pero mejor pagado. Pese a todo, las huelgas sirvieron para llevar la automatización artística a la portada de tabloides y panfletos como Variety. Nociones como autoría, cocreación, jerarquías creativas e individualidad de las obras ocuparon la discusión pública y mediática en torno al cine, un debate apagado desde que el indie y el world cinema brotaran como etiquetas de marketing a inicios de los noventa.
Abierta esa caja de pandora, es inevitable que el cine posterior a 2023 circunde de una forma u otra la presencia y existencia de la creación computarizada. Si esta amenaza no alentara un nuevo auge de cines periféricos, artesanales y autorales, HAL-9000 habría ganado la partida, asfixiándonos dentro de la cápsula. Afortunadamente quedan (sobreviven) autorías de alto calibre en un rango emocionante de diversidad. Este año La Tempestad cumplió 25 años de lanzar preguntas en torno a las mismas cuestiones: ¿qué futuros posibles anidan en el presente del cine y las demás disciplinas del arte? ¿Qué significa crear en 2023?
En Programados para crear (2019) el matemático Marcus du Sautoy recupera una idea de Margaret Boden sobre las nociones de novedad y creatividad. Para Boden existe una creatividad psicológica y una histórica. La primera ocurre cuando alguien crea algo que considera suyo, aunque sea históricamente viejo: un bebé que toca por primera vez la tecla de un piano siente la euforia de haber inventado el sonido. La creatividad histórica, por otra parte, la forman esos rarísimos rompimientos o subversiones en donde algo se lleva a cabo, estrictamente, por primera vez: dividir el átomo, pisar la Luna, filmar Sin aliento (Jean-Luc Godard, 1960) o La jeteé (Chris Marker, 1962).
Una de las encrucijadas centrales para el cine actual es la frecuencia con la que ocurre lo primero (innovaciones falsas, lenguajes reciclados que se ofertan como nuevos) y la dificultad para encontrar lo segundo: creaciones vivas y humanas, obras únicas o imposibles de replicar, por imperfectas que sean. Por fortuna, el año que termina fue generoso en películas que construyen territorios particulares y habitan sus propios lenguajes; miradas autorales con sangre en las venas y búsquedas distintas de la lógica industrial, incluso si algunas se producen a la sombra de grandes capitales. Ejemplos de lo último son Los asesinos de la luna (quizá la mejor cinta en inglés de todo el año), John Wick 4, Barbie u Oppenheimer, interesantes por razones distintas y en magnitudes variadas, pero todas son partidas relativamente ganadas por sus cineastas frente al aplastante interés de sus mecenas.
El otro cine anglosajón, desentendido de franquicias, marcas o libros bestseller, tuvo un año propositivo. La inclasificable, amorfa, maravillosa, libre, ligeramente tonta y psiquiátrica Beau tiene miedo, de Ari Aster, funciona como síntoma: un cineasta de género y un actor popular que se internan en un territorio inexplorado, de difícil comercialización. Otras películas en inglés como la inteligentísima Cómo tener sexo, de Molly Manning Walker; la asfáltica y combativa Mil uno, de A.V. Rockwell; el romanticismo urbano millennial de Vidas pasadas, de Celine Song, son muestra suficiente de que los cines estadounidense y británico germinan mejor en suelos ajenos a las marcas corporativas o la voracidad monopólica de las empresas de streaming.
Más interesante aún es el cine que existe y se sostiene por sí mismo, en zonas periféricas del andamiaje industrial o del inglés como lingua franca. El cine en español sigue siendo uno de los terrenos más fértiles de este conjunto. Este año el regreso de Víctor Erice (Cerrar los ojos) preside un grupo heterogéneo y rico de buen cine que incluye las argentinas Trenque Lauquen, de Laura Citarella, y Los delincuentes, de Rodrigo Moreno; las mexicanas Tótem, de Lila Avilés, o El eco, de Tatiana Huezo; la nicaragüense La hija de todas las rabias, de Laura Baumeister; las chilenas Blanquita, de Fernando Guzzoni, y Brujería, de Christopher Murray; el notable western venezolano La sombra del catire, de Jorge Hernández Aldana; o las españolas 20 mil especies de abejas, de Estibaliz Urresola, y Matria, de Álvaro Gago. Todas testimonian el buen momento del cine hispánico a pesar –o gracias a– sus perpetuas y sabidas crisis. Que siete de los títulos mencionados tengan en común el relato de mujeres jóvenes o en períodos de transición vital sugiere también una constelaciones de poéticas, miradas e intereses comunes.
Terminamos esta primera parte con un réquiem para quienes ingresaron a la ofrenda fílmica de difuntos: para el cine y teatro hispanoamericanos, la muerte de Ignacio López Tarso baja un telón cuya importancia no se puede exagerar; junto a él, por supuesto, Carmen Sevilla, Queta Lavat y Carlos Saura. Entre los cineastas fallecidos: los norteamericanos William Friedkin y Kenneth Anger, el británico Terence Davies, el iraní Dariush Mehruji, el ex soviético, después ruso Gleb Panfilov y el parisino y pionero de la Nueva Ola, Jacques Rozier. Actores y actrices fallecidos cuya filmografía amerita revisión conmemorativa: Harry Belafonte, Alan Arkin, Tina Turner, Ryan O’Neal, Michael Gambon, Jane Birkin, Treat Williams, Michael Lerner, Lance Reddick, Tom Sizemore, Topol, Raquel Welch, Glenda Jackson; actor también en la interesante Feliz navidad, Mr. Lawrence, pero sobre todo compositor insustituible, Ryuichi Sakamoto murió este año tras completar la banda sonora de Monstruo de Hirokazu Koreeda. Esta cinta, junto a otras del cine global –Wenders, Bilge Ceylan, Kaurismäki, Sachs, Petzold, entre otros– serán revisadas en la segunda parte. Felices fiestas con el agradecimiento de acompañar a “Intermedio” durante este 2023.
20 películas destacadas de 2023 (primera parte):
Tatiana Huezo|México
Lila Avilés|México-Francia
Aki Kaurismäki|Finlandia
Cómo tener sexo
Molly Manning Walker|Reino Unido
Pasajes
Ira Sachs|Francia-Alemania
Los asesinos de la luna
Martin Scorsese|Estados Unidos
Trenque Lauquen
Laura Citarella|Argentina
Sobre hierbas secas
Nuri Bilge Ceylan|Turquía
Monstruo
Hirokazu Koreeda|Japón
Beau tiene miedo
Ari Aster|Estados Unidos
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