Son tantas las estrellas que nadie las oiría
entre las llamas negras que defienden la noche,
cuando todo son manos que buscan por el mar
las ramas de tu nombre.
Es un mito que amerita volver a contarlo siempre, sobre todo porque es un ejemplo elocuente para ilustrar lo que llamamos “inspiración literaria”: “Un día del verano del año 1966, Juan Eduardo Cirlot vio una película en una sala de cine barcelonesa. En medio de la oscuridad habitual que suele inundar las salas de cine, especie de tinieblas del siglo XX, vio la luz. Pero no era sólo la luz de la pantalla; era la luz de Bronwyn / Rosemary Forsyth”. Así describe Victoria Cirlot, hija y albacea del poeta, la génesis del ciclo Bronwyn.
La película que vio Cirlot, a quien conocemos principalmente como autor del Diccionario de símbolos (1968), era El señor de la guerra de Franklin Schaffner. No ocurrió nada inmediatamente después de ver la película sino hasta algunos meses después, mientras el escritor español veía una adaptación rusa de Hamlet: la imagen de Ofelia en el agua le trajo a la mente a Rosemary Forsyth emergiendo como Bronwyn de un estanque. El efecto fue similar al que el rayo divino de luz rosada produjo en Philip K. Dick. A partir de entonces, y hasta su muerte pocos años después (1973), sobre la obra del poeta pesaría la imagen de Bronwyn (“Temo que no sabré cortar la cuerda de hierba violácea que me ata a la doncella jamás contemplada en su verdad terrena”). En esa conjunción de eventos se encuentra la semilla de uno de los ciclos poéticos más intensos y fascinantes del siglo XX: Bronwyn.
El primer poema del conjunto apareció en 1967, en una edición de cien ejemplares pagada por el autor. Este mismo patrón se repetiría con todos los libros que conforman este ciclo poético, que comienzan con la misma dedicatoria: “A la que renace de las aguas”. Raúl Hernández Garrido observa: “El ciclo Bronwyn comprende a su vez tres pequeños ciclos consecutivos cronológica y temáticamente, en los que se nos reitera la misma historia, a través de tres enfoques diferentes. Esa historia común que anima cada uno de los tres ciclos es el siguiente: la identificación del poeta con el guerrero, la conciencia de la pérdida de la doncella, su búsqueda y finalmente el acceso a un nuevo encuentro con ella”. La principal característica formal de estos poemas es sonora. El poeta utiliza en su composición permutativa la “aplicación inconsciente de los principios de la música llamada serial o dodecafónica”. El sentido se genera o se pierde entre la priorización de la sonoridad y los rompimientos sintácticos (“Un altar es un bosque, y es un bosque, / Bronwyn, lo junto a ti donde tu blanco / desvanecerse todo junto a ti”).
En el poema abunda la aliteración, en parte como resultado de estas permutaciones y en parte por la búsqueda de un sonido arcaico y más cercano a la poesía medieval inglesa que a cualquier otro referente en la tradición hispánica. En sus cimas más apasionadas pierde todo sentido y la musicalidad queda cortocircuitada. Un ejemplo claro son los fragmentos que conforman “Browyn, n”, donde el poema se vuelve balbuceos o intentos desesperados de reconstruir el nombre de la doncella: “Wyn // Ynwyn / Ynbynyn / Yn /Ynn // Nyn / Nynn // Wyn”, “Yrroyn / Yrrow / Nyrrw // Rwnyrrwb ronwyn / Rwunwyn”. En otros momentos del ciclo, como las “Ocho variaciones fonovisuales sobre el nombre de Bronwyn”, el autor combina las letras del nombre de su virtual amada, realiza collages usando esas letras e imágenes tomadas de la película o de libros de historia. Un posible referente de estos experimentos es la poesía visual religiosa de George Herbert (1593-1633), precursor de la poesía concreta.
La “trama” de los poemas que conforman el ciclo recrea oblicuamente la de la película de Schaffner. La voz poética suele ser la del protagonista, Crisagón de la Cruz, interpretado por Charlton Heston aunque transmutando al personaje original. Sin dejar de ser Crisagón, esta voz también se convierte en la de un poeta romántico, en la de un filósofo e incluso en la de algunos caballeros del ciclo artúrico. Es una voz poética que vive mil muertes. En otros poemas quien habla es la propia Bronwyn, doncella que a lo largo de los diferentes libros va transmutando sus propiedades: es la luz, es el grial, es Cristo, es Ofelia, es Shekina (la parte femenina de la deidad, según la Cábala), es la materia, es Venus, es el universo, es la narrataria, musa, idea, imagen religiosa, una y mil, personaje conceptual o figura filosófica. Bronwyn funciona como las notas de investigación sobre un mito artificial, como un poema de amor intensísimo (“Te amo al atardecer cuando estoy muerto / y mis ojos se mezclan con las hierbas / y estoy lejos del mar y escucho el mar / y tus ojos me miran desde el viento / y es al atardecer cuando estoy muerto”), como un rezo o un conjunto para invocar a una deidad ficticia (“Bronwyn / Bronwen / Bron ven/ Ven Bronwyn, ven // Te llevo entre mis llamas mientras llueve / en el llano que llora con mi llanto”), o acaso para crearla.
Con tu nada y con tu nunca
El tercer fragmento del poema de Parménides postula lo siguiente: lo que es, es pues no es posible que no sea, y lo que no es no es porque es posible que no sea. Parece una obviedad, incluso un lugar común (César Aira tiene un par de cosas que decir al respecto), pero para Clément Rosset este pasaje esconde un tono trágico y melancólico: en realidad Parménides nos está hablando de la imposibilidad de los sueños y de lo fantástico, de escapar de ciertas condiciones materiales. De igual manera, siguiendo esa lógica, toda calamidad o desgracia sería inminente, incluso necesaria. En el tono del ciclo subyace un dolor similar al descrito por Rosset:
Bronwyn, mi corazón,
si nunca has existido eres posible
porque la realidad es muerte viva.
Bronwyn, mi corazón,
tócame con tu nada y con tu nunca.
El ciclo de Bronwyn fue para su autor el escape subjetivo de un sistema cultural que no le satisfacía, y del contexto general de este sistema cultural: la represión tediosa y antiintelectual del franquismo. La comunión con Bronwyn es redención de la realidad prosaica. Sin embargo, dentro de su ensimismamiento el poeta es consciente y doliente profundo de la inexistencia de la amada:
Brumas, resurrecciones y saber
que la luz es lo no
que lo nunca eres tú,
que la nada es la mano que levanto.
Raúl Hernández Garrido añade: “La imagen de la Doncella en la película tiene el valor de un resto arqueológico, con la diferencia de que eso, que debería estar muerto, lo vemos vivo. Y con la contradicción de que esa mujer que vemos vive en algún lugar de este mismo tiempo”. La creación de Bronwyn coincide con un sueño que tuvo Juan Eduardo Cirlot, en el que era un arqueólogo que descubría los restos de una mujer fascinante de la que lo separaba una distancia de siglos pero con la que se sentía en total comunión. Al entrar en el tiempo-Bronwyn el poeta se convierte en un guerrero filosófico que muere múltiples veces:
Mi cráneo destrozado por el hacha
bajo el yelmo de hierro.
Mis manos incendiadas y mis tristes,
y mis hundidos sentimientos sombra.
Victoria Cirlot comenta que en búsquedas como Bronwyn Cirlot trabaja en la “construcción de un mundo ‘otro’ como negación irremediable del mundo existente o en convivencia disonante”, y evoca un testimonio del poeta sobre el estado mental en el que se encontraba antes de ver El señor de la guerra: “empecé como en un estado segundo, a verme viviendo en la alta edad media. Yo había sido amado por una doncella céltica y yo había muerto de una lanzada en una batalla”. El ciclo Bronwyn es un testimonio del poder de la imaginación del poeta y del dolor de saberse completamente infeliz en su entorno. Todos los poemas de este ciclo, se ha mencionado ya, circularon en ediciones mínimas y casi en secreto, entre los allegados al poeta, hasta que fueron reunidos en su totalidad por Victoria Cirlot para ser editados por Siruela. El tomo es potencialmente la piedra fundamental, aún por descubrirse, de una línea poética de corte vanguardista. Bronwyn es un testimonio tan triste como rabioso de los poderes del lenguaje.
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