Algunas obras de ficción tienen como origen y tema casi excluyente la creación y la exhibición de una voz narrativa, entendida ésta como el resultado de una cierta combinatoria de variables como la distancia y la perspectiva empleadas, el narrador y el nivel narrativo en el que éste se sitúa; la recurrencia a algunas de estas combinaciones permite a los lectores identificar rápidamente ciertas voces narrativas que recorren toda la historia de la literatura pero suelen gozar de mayor popularidad en momentos históricos específicos. Nuestra época ha hecho de la del niño una de sus voces narrativas preferidas, pero toda la literatura moderna dispone de ellas.
Unos años atrás, John Mullan enumeraba en The Guardian los, en su opinión, diez mejores libros que emplean la voz infantil, y mencionaba obras recientes como Paddy Clarke, ja, ja, ja de Roddy Doyle, El curioso incidente del perro a medianoche de Mark Haddon y Tan fuerte, tan cerca de Jonathan Safran Foer, pero también obras anteriores como Huckleberry Finn de Mark Twain, La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson y las extraordinarias Songs of Innocence de William Blake. Aunque Mullan –se ve– se concentra exclusivamente en la tradición anglosajona, la literatura en español también cuenta con excelentes ejemplos de este tipo de obras. Este lector recuerda relatos de César Aira, Juan Rodolfo Wilcock y Celia Dosio, pero existen decenas, y en esa tradición se inscribía también, con su primera novela, en 2010, el mexicano Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973).
En Fiesta en la madriguera (Anagrama, 2010) Villalobos –que a continuación sería el autor de Si viviéramos en un lugar normal, Te vendo un perro, No voy a pedirla a nadie que me crea y Peluquería y letras, entre otros libros– crea a Tochtli, un niño al que le gustan los sombreros, los samuráis, las decapitaciones y los franceses; también le gustan los animales exóticos y su sueño es agrandar el zoológico que su padre tiene en su casa –que Tochtli llama “el palacio”– con una pareja de hipopótamos enanos de Liberia. Fiesta en la madriguera narra el viaje de Tochtli y su padre a ese país africano para hacerse con los animales y cómo los obtienen finalmente, de algún modo; pero también es la historia de cómo Tochtli se hace a una vida cotidiana enrarecida habitada por asesinos, prostitutas, políticos corruptos, sirvientes y guardaespaldas y cómo legitima y acepta y comprende a su padre, Yolcaut, un narcotraficante para el que nada es imposible.
Al igual que en el magnífico Cándido de Voltaire, el asunto de este libro no es tanto qué le sucede al protagonista sino cómo este percibe el mundo que lo rodea y cómo su mirada sobre ese mundo se convierte en una denuncia. Algunos podrán considerar que la escritura de una novela cómica sobre el pozo de violencia y terror en el que parece haber caído irremediablemente México es una frivolidad, pero Fiesta en la madriguera demuestra que hay en la comicidad una potencia subversiva a la que todo escritor puede recurrir: a más de una década de la publicación de este libro, y habituados como estamos a la “novela del narco”, a las películas de narcos y a la “serie sobre el narco” con su predecible, banal, reparto de responsabilidades, su telurismo de exportación y su –a menudo– calculada exhibición de horrores, es posible que sólo la comicidad pueda sacudirnos. Juan Pablo Villalobos se valió precisamente de ella para entregar una muy buena primera novela, cómica y dolorosa a un tiempo, aparentemente simple y, sin embargo, tan compleja como los sentimientos de un niño hacia un padre que le miente y del que sabe que es un asesino y como la tragedia mexicana, que es su tema subterráneo.
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