La invitación al error no suele ser uno de los recursos más célebres a la hora de hacer música, tal vez la primera forma de arte a la que podría colgarse la etiqueta de disciplina. Para Carlos Bergen Dyck el error o el accidente suelen ser el inicio de la obra en sí. Nacido en el estado de Chihuahua en 1992, ha encontrado en la apertura ante lo contingente una vía para mantenerse interesado en la exploración y darle vitalidad a cada una de las numerosas canciones en las que ha dejado su impronta, como parte de los proyectos en los que participa. El más conocido es Belafonte Sensacional, la banda de la que es integrante desde hace varios años y que le ha llevado a participar en un circuito de conciertos de alto perfil.
Su trabajo fuera de Belafonte Sensacional ha estado presente en una larga lista de discos y canciones (que no siempre han sido publicadas), de bandas más o menos duraderas, con listas de integrantes variables, que podrían agruparse en un colectivo de límites difusos. Cuando habla de su obra suele usar la primera persona del plural, no como un recurso retórico para despojarse de responsabilidad o para dotar de autoridad a su discurso, sino para afirmar que gran parte de su trabajo es una colaboración. Él se refiere a este entorno como una comunidad.
Carlos Bergen es conocido entre las personas con las que toca por su capacidad de invitar sonidos inesperados a las sesiones y por su proclividad a la experimentación. Esta inventiva está, en parte, fundada en una disposición para interesarse o dejarse sorprender ante rasgos de lo cotidiano que, para casi todo mundo, pasan de largo sin dejar huella. En Perritos Genéricos (su proyecto más personal, aunque en él siempre colabora con una larga lista de personas) las canciones pueden partir de la contemplación de un microbús, insectos, la comida callejera o la contaminación del aire. Llegan a ser disonantes y tiernas a la vez, con una exuberancia sonora casi invariable. Lo único que puede darse por sentado en sus álbumes es la llegada de un tema, sonoro o lírico, que causará sorpresa o intriga (o ambas cosas a la vez) al minuto siguiente.
Además de tocar una larga lista de instrumentos, Bergen trabaja como programador (recientemente ha estado explorando la música generativa) y desde hace unos meses imparte talleres de música. Conversé con él hace unos días. Sus reflexiones en voz alta siguieron un curso parecido al de su método creativo: deambulan, encuentran (y nos regalan) iluminaciones de bolsillo, muchas risas, para luego regresar o, las más de las veces, derivar hacia un punto muy lejano del inicio. Hacen olvidar la necesidad de encontrar un propósito en todo y persuaden de entregarse al recorrido.
Desde hace tiempo puedes tocar, con Belafonte Sensacional, ante cientos o miles de personas. A la vez tienes proyectos que no son de tan alto perfil; varios, de hecho. También trabajas como programador y das talleres. ¿Cómo balanceas esto?
Se debe a que procuro no exigirme tanto. Busco tener una actitud más relajada en cuestión de que no necesito ensayar un montón o tocar con demasiada precisión, sino que trato de aportar la presencia. Intento bajarle al tiempo que le dedico. Me empezó a pasar que tocaba o ensayaba muchos días seguidos y es cansado. Además está el asunto de que el trabajo en la música suele ser nocturno y soy un ser diurno. Las desveladas me afectan. He estado pensando en eso y creo que la música puede existir a toda hora. Hemos tenido tocadas en la mañana y también funcionan muy chido. Es una constante búsqueda de balance, la verdad es que no tengo una fórmula. Voy tropezando por ahí.
Los discos de Perritos Genéricos son muy afines a esta era de hiperconectividad. En ellos parece que puede pasar cualquier cosa de un momento a otro. ¿De dónde sacas temas para tus canciones? ¿Qué es lo que te hace decir “sobre esto quiero hacer una canción”?
Cuando estoy haciendo música no le pongo mucha intención. Creo que es un asunto de fluir, de hacer cosas a lo pendejo. Siento que si empiezo a pensar mucho las cosas me quedo en un ciclo mental. Y éstas son canciones que no tienen ningún objetivo, pero en las que, por pura intuición, salen cosas que conectan con las personas. Siento que es una especie de diario: todo el tiempo estoy haciendo cancioncitas. El método puede ser muy variado. Puede ser que de pronto agarre una guitarra o esté probando algo en la computadora, agarro un sample… es algo que viene de muchos estímulos, sonidos constantemente cambiantes, que no tienen estabilidad, están oscilando ahí. Es un poco como me siento en la vida.
“Me gusta la aleatoriedad, en casi todos los sonidos trato de involucrar algo de azar. Cuando los escucho en Ableton siempre suenan distintos, por los efectos aleatorios se generan diferentes combinaciones. Cada vez que los escucho son una experiencia nueva.”
Me gusta la aleatoriedad, en casi todos los sonidos trato de involucrar algo de azar. Cuando los escucho en Ableton siempre suenan distintos, por los efectos aleatorios se generan diferentes combinaciones. Cada vez que los escucho son una experiencia nueva. Me di cuenta de que con un método más tradicional de hacer música se hace algo parecido a tomar una foto y dejar retratado un momento estático. Eso también me ha llevado a buscar otras formas, como lo que intento hacer en los talleres: encontrar y compartir música que puede variar e incluye algo de azar.
Estamos en un momento en el que muchos artistas, no sólo en la música sino en otros ámbitos, están inclinándose a sobredeterminar su obra: “lo que hice trata sobre esto, funciona de esta manera y debe leerse así”, además de trabajar con metodologías muy fijas. Creo que lo que haces se encuentra fuera de esos corsés discursivos.
Sí, es valioso el proceso del descubrimiento. Más que haber pensado o creado mis canciones ellas me hacen pensar en algo, me llevan a otras reflexiones. A veces trabajo con rolas que son loops, que dejo correr y me pongo a escribir todo lo que se me viene a la mente mientras los escucho. Esa necesidad de determinar todo puede que venga de creer que se tiene una respuesta previa o una idea completa de las cosas, cuando siempre hay algo de incertidumbre. Y no es malo que algo sea incierto, ese elemento aporta riqueza y vida. Hay muchas cosas sucediendo que no entendemos y no pasa nada, las podemos procesar con otros medios: emociones y sensaciones.
Trato de estar abierto a la riqueza del día a día. Creo que a veces no se le da el valor que merece a lo cotidiano: hacerte comida, bañarte, limpiar la casa, ver a tus amigos. Luego de pasar varios días tocando tanto me faltaba esta parte de conectar con el presente, con el cuerpo y con mi espacio. Por eso también he estado entrándole al circuit bending: lo uso para meditar. Más que pensar, veo el objeto y reacciono, pruebo cosas, me pongo a soldar… El hecho de tener una actividad manual constante permite que la invención fluya.
Además de la vida y la música, ¿qué obras tomas como referencia para crear?
Estoy leyendo un libro que se llama La locura lo cura. Lo escribió un siquiatra al que metieron en la cárcel en los noventa (Guillermo Borja), en Ciudad Juárez, por hacer sesiones con alucinógenos. Se dedicó a trabajar, ya dentro, con un ala de personas con problemas síquicos. Me gusta que no ve a la locura como algo malo y contempla el tratamiento, o la terapia, como una especie de tratamiento para las dos partes: terapeuta y paciente. También estoy empezando a interesarme en el teatro. El año pasado musicalizamos una obra y entre otras cosas, me gustó que a la gente del teatro le encanta ensayar. Nunca había ensayado tanto en mi vida.
“Cada vez creo menos en la existencia de los errores y siento que son más bien eso: variaciones. En Hermanas [la banda de Bergen con Alejandra Acosta Chávez] nos pasa que se nos olvidan nuestras propias canciones. Alguien se equivoca y nos seguimos.”
El teatro y la música en vivo comparten muchos elementos: tu presencia y las acciones hacen que cada función sea una experiencia única. Hubo una vez que, sobre el escenario, me equivoqué y los actores se siguieron con mi error y esa variación hizo que la función fuera distinta. Todo el tiempo suceden accidentes en el teatro. Ellos y tu estado de ánimo le dan un carácter propio a lo que sucede cada día en el escenario. De hecho cada vez creo menos en la existencia de los errores y siento que son más bien eso: variaciones. En Hermanas [la banda de Bergen con Alejandra Acosta Chávez] nos pasa que se nos olvidan nuestras propias canciones. Alguien se equivoca y nos seguimos.
Una rola me hizo pensar sobre tu disposición hacia el arte: la que incorpora el monólogo de la chica que se viralizó hace unos años, Lady Coral, que además tiene un gran título: “La claridad de espíritu no es lo mismo que la claridad de lenguaje”. Es algo que pasa en otras canciones de Perritos Genéricos: pareciera que es un chiste a costa de la llamada Lady Coral, pero a partir del título y de la interpretación se nota que hay una forma de afecto por ella, incluso una especie de identificación.
Totalmente. Si me hubieran dado el micrófono en ese momento habría dicho algo parecido. En realidad no soy una persona muy verbal, me cuesta trabajo poner las ideas en palabras. Empiezo a decirlas y se hace un espagueti. Sí, siento mucha empatía hacia ella. También me gusta el humor como recurso para explorar, porque te vuelve más abierto a la posibilidad de que sucedan cosas. La música ha sido eso para mí, es un espacio en el que puedo experimentar, sin que sea algo muy pesado. Hacer música con otras personas me ha ayudado a entender cosas y a ser más abierto. Antes me daba pánico el escenario, sentía mucha ansiedad, porque es colocarte en una posición vulnerable.
En esta canción, la de Lady Coral, siento que hay mensajes que pueden ser profundos [la letra es, íntegramente, el monólogo de la chica en el video], como en otras cosas de la vida. Acabo de hacer una canción acerca del momento en que abres un bote de yogur que está en el refri y te encuentras unos frijoles. Empecé haciéndola por cotorreo, pero también puede ser acerca de cuando, en cualquier otra situación, esperas algo que resulta ser una cosa distinta y que, tal vez, de todos modos puedes aprovechar.
De acuerdo con Freud, los chistes revelan algo profundo.
Valoro mucho el humor. El elemento lúdico me parece importante. Hace poco leí una cita de John Cage con la que me identifiqué: “La música es un juego sin propósito, una afirmación de la vida; no un intento de poner orden en el caos, ni de sugerir mejoras en una creación, sino simplemente una forma de despertar a la vida misma que estamos viviendo”. Hasta cierto punto, siento que el juego es algo sagrado: es algo que ofreces al universo, no porque ayude a tu supervivencia ni te otorgue poder sino porque lo estás devolviendo. A veces, cuando eres artista o músico, se te pide una cierta profesionalización, verlo como un trabajo, y para mí no es eso en absoluto.
Sobre la profesionalización, algo que me llama la atención en tu perfil en Bandcamp es que toda la música se ofrece en descarga gratuita. ¿Por qué tomaste esa decisión?
Empecé a hacer música cuando vivía en los campos menonitas, adonde se mudó un amigo que se llama Paul. Él tenía el pelo muy largo, hasta la cintura. Esa comunidad es muy conservadora: me obligaban a cortarme el pelo. A él le gustaba la música y empecé a practicarla, como medio para hacernos amigos. Me mudé a Chihuahua y Paul fue mi rumi. Él tenía un estudio casero, tocábamos todo el tiempo y grabábamos, pero no sacamos nada durante mucho tiempo. Luego me mudé a la Ciudad de México y me empezaron a invitar a cosas, pero no lo buscaba; de hecho lo evitaba, porque me daba pánico escénico.
Poco a poco, a partir de la amistad, le fui entrando más. No es que vea mal la profesionalización, sólo creo que no es la única manera. Es valioso que existan opciones fuera del mercado. Puede ser algo muy inestable: de pronto puedes quedarte sin dinero. Pero hay otras energías que mueven las cosas, además del dinero. Lo que veo es que ahora existe un modelo, distinto al de hace unos años, en el que mucha gente hace música y no todo mundo va a tener un público enorme, como para llenar estadios, pero se generan otros circuitos que pueden ser alternativos, más pequeños.
A la vez está el fenómeno de que nunca ha sido tan fácil publicar (en Internet, por ejemplo).
Estar fuera de la profesionalización abre canales. Me gusta cuando tocamos en tianguis o en la calle. De pronto invitamos a tocar a gente que se detiene y nos ve. Una vez toqué en un puesto callejero y una de las canciones era sobre aminoácidos; en ese momento pasaron alumnos de una secundaria y se emocionaron porque iban a tener un examen de química orgánica. Otro día, en una tocada en la calle, llegó un señor que estaba muy borracho y empezó a hacer lagartijas frente a nosotros. Luego tomó el bajo y empezó a tocar. Nosotros lo seguimos, la canción nunca paró. No sólo se trata del escenario, de lo que hacen los artistas, es algo que está pasando entre todos.
“En una tocada en la calle, llegó un señor que estaba muy borracho y empezó a hacer lagartijas frente a nosotros. Luego tomó el bajo y empezó a tocar. Nosotros lo seguimos, la canción nunca paró. No sólo se trata del escenario, de lo que hacen los artistas, es algo que está pasando entre todos.”
Ahora estás dando talleres (de circuit bending, así como de programación aplicada a la música). Es poco común encontrar artistas que tengan una vocación de compartir, más que de utilizar los grupos para nutrir sus propios proyectos. ¿Qué ha sucedido en esos talleres?
Mucho. En gran parte se ha tratado de lo que decía: abrirme a las posibilidades. Nunca me había considerado tallerista, porque no me gustaba el esquema de maestro-alumno. Lo que pasó es que me tocó dar uno, por trabajo, y aproveché la ocasión para entrarle a algunos temas que me interesaban. Y empecé a aprender cosas, ya no sólo llegaba a enseñar. Sobre todo estoy compartiendo ese aprendizaje en ambas vías. Por eso estoy haciendo un club mensual de circuit bending [en el Centro de Cultura Digital], donde podemos ayudarnos entre nosotros e intercambiar ideas, en un modelo más horizontal.
Hace poco pasó que estuve tocando mucho y empecé a sentirme cansado de este asunto de la industria musical. Tuve un período de depresión. Entonces salió lo de los talleres y, aunque estuvo muy atropellado, creo que funcionó. Se me abrió la mente a estos otros espacios, otros métodos de aprender. Ahora vamos a hacer el taller de circuit bending en la UVA (Unidad de Vinculación Artística) de Tlatelolco. Espero hacerlo más.
¿Por qué sigues haciendo música? ¿Qué te mantiene ahí?
Yo seguiría haciendo música aunque no la publicara. Es algo que siempre está cambiando y me hace descubrir cosas nuevas. Para mí es una forma, como decía, de terapia, de hacer comunidad, de hacer amigos con relaciones profundas. Por ejemplo, ahora vivo con Israel [Ramírez, fundador de Belafonte Sensacional]. Es una amistad que salió de la música y ahora lo considero familia. He estado haciendo una familia y en gran parte es la música donde he conectado con las personas que la forman.
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