jueves, 18 de julio de 2024

Paradojas de la masculinidad

En junio de este año se publicó el estudio “Impacto de las olas de calor en la calidad del semen: un estudio retrospectivo en Argentina entre 2005 y 2023”. La investigación apareció en la revista Science of the Total Environment y, a grandes rasgos, vincula el aumento de la temperatura con la baja calidad del semen. No es, en absoluto, la primera investigación que registra los efectos del cambio climático, y sobre todo la contaminación, en la fertilidad humana. Desde hace más de una década se han publicado estudios sobre este problema. A la ecuación se suma la tendencia, particularmente en el Norte Global, de que las parejas decidan no tener hijos o tengan menos que las generaciones precedentes.

De tal manera, según las proyecciones recientes, muchos países no podrán sostener su población y se enfrentarán a un declive poblacional –“invierno demográfico”, suele llamarse– que no podrá ser contenido por la migración. Esto, como es previsible, enfrentará al mundo a muchas tensiones que apenas se discuten en los foros globales, enfrascados en las crisis inmediatas. La novelista británica P.D. James previó en su novela Hijos de hombres (1992) –cuya adaptación cinematográfica dirigió Alfonso Cuarón en 2006– un mundo futuro sin nacimientos y la esperanza en una mujer embarazada perteneciente a los grupos rechazados por la élite global.

El declive poblacional es un tabú para los medios de comunicación, pues conduciría a diferentes polémicas relacionadas con la gestión de recursos, a planear un futuro con una población cada vez más envejecida y poner, sobre la mesa, una sociedad con menos seres humanos. Es, de alguna manera, aceptar la transitoriedad de nuestra especie. El invierno demográfico y la caída en la fertilidad, en particular la masculina, plantea, también, una ironía curiosa: la pérdida del poder seminal del hombre y, por otro lado, el auge de algunos grupos que promueven el regreso de una masculinidad desplazada por el mundo moderno y amenazada, en especial, por las mujeres.

En México, por ejemplo, Luis Castilleja, conocido como el Temach, se ha convertido en una especie de gurú para hombres que buscan recuperar su papel como figura de autoridad y, sobre todo, dignidad supuestamente perdida. En la era de los llamados influencers, en la que los filtros existen pero sólo para potenciar mensajes que explotan lo emocional gracias a los algoritmos, personajes como éste ponen en jaque a las instituciones, pues éstas tienen que lidiar con discursos que, gradualmente, abandonan la marginalidad para intentar crear un nuevo statu quo a partir de la demonización del otro, en este caso las mujeres.

La masculinidad, entendida como un comportamiento hegemónico y la autoridad del más fuerte, se vincula simbólicamente con muchos aspectos de nuestra sociedad actual. En términos económicos, por ejemplo, representa la competencia llevada hasta el límite y el exterminio del más débil. La imposición, en lugar del consenso, es otro comportamiento asociado al hombre. No está de más recordar el uso que se le dio a la masculinidad por los regímenes fascistas del siglo XX. Sin embargo, estamos ante un fenómeno que, a partir de su éxito, gesta su propia derrota. La sociedad capitalista, reflejo de la hegemonía masculina, creó muchos hombres aislados, deprimidos, obsesionados con el sexo y la victimización al no tener acceso a él, especialmente en países como Estados Unidos.

Este contexto, apropiado para el fortalecimiento de la ideología de extrema derecha, también se obsesionó con la tradición y, dentro de ella, el papel del varón como fecundador y la mujer como un simple conducto para tener hijos. Margaret Atwood, en su novela El cuento de la criada (1985), especuló con una sociedad futura en la que el hombre controla a la mujer a través de la fecundidad y la reproducción. Sin embargo, la sociedad del siglo XXI puede que nos sorprenda con una historia diferente: el hombre, contaminado de diferentes maneras, será cada vez menos capaz de cumplir el papel que le fue otorgado por la naturaleza, fuente de legitimidad para que el –en apariencia– fuerte se apropie del débil. La pérdida de la fertilidad coincidirá con reivindicaciones cada vez más agresivas de la hombría, apelando a una era dorada en la que lo masculino ordenaba el mundo.

Ante este futuro probable el paradigma que se ha construido en torno a la masculinidad acentuará sus contradicciones. Una sociedad de hombres llevados al límite, buscando culpables, ávidos de pertenencia en un mundo fragmentado, ya genera reacciones violentas. Desde hace varios años son frecuentes los casos de asesinos que se han radicalizado en foros de Internet. Los llamados incels (involuntary celibate o celibato involuntario) han protagonizado homicidios de mujeres a partir del odio que les provocan. Eternos perdedores en la competencia sexual encuentran en la inmolación un motivo suficientemente heroico para desechar sus vidas.

El caldo de cultivo, mostrado por periodistas como Laura Bates en su libro Los hombres que odian a las mujeres (2023), está conformado por miles de individuos conectados a redes de incels que potencian sus inseguridades, pero que también les ofrecen apoyo para expresar un resentimiento que se expresa, en algunos casos, a través de pensamientos suicidas, pero también a través de la cosificación y la agresión a la mujer. Estos hombres –mayoritariamente blancos y heterosexuales– caminan por la cuerda floja del extremismo y, sin embargo, nunca son etiquetados como terroristas cuando ocurre la tragedia. La probable llegada de Donald Trump para un segundo mandato –un político que reivindica, o al menos normaliza, el supremacismo blanco– pondrá a prueba a la sociedad estadounidense y a los países que comienzan a experimentar el mismo colapso social. Este personaje, disfrazado de outsider, también promete, con su retórica incendiaria, el regreso de un mundo idílico dominado por los ideales asociados a una masculinidad que busca el triunfo del más fuerte.

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