En 2022 el periodista Gerardo Tecé publicó en el portal CTXT un texto titulado “Nadalización”. El término, derivado del nombre del ahora ex tenista Rafael Nadal, es una suerte de definición del rendimiento deportivo de las grandes estrellas aplicado a la vida diaria de las personas. “Hace un siglo surgía el deporte de masas con el sencillo fin de entretenernos, de poner a descansar de preocupaciones un rato a nuestras neuronas machacadas por duras vidas. Hoy el deporte de élite nos exige, nos marca el camino, nos obliga a una actitud, nos da lecciones. Esfuércese, sufra, aguante, que si lo hace al final le espera el éxito”, refiere Tecé. El tenis, en particular, tuvo un origen aristocrático y así ha seguido hasta nuestro siglo. Sin embargo, como apunta el periodista, simboliza bien la cultura del esfuerzo, la meritocracia y la ideología del ganador que supera todos los obstáculos para llegar a la meta. Nadal, para quien estuvo al pendiente de su carrera deportiva, tuvo que jugar sus últimos años con múltiples dolencias físicas. A pesar de eso, ganó varios torneos antes de su retiro, incluso infiltrado para soportar el dolor en su pie izquierdo. Si él pudo llevar su cuerpo y mente al límite, por qué uno no. Un héroe global como el deportista español nos enseña la ruta para triunfar a costa de lo que sea.
Es difícil llamar “juego” a las actividades profesionales deportivas del siglo XXI. El talante lúdico, comunitario y popular de deportes como el futbol y el basquetbol, entre otros, ha sido sustituido por una maquinaria volcada a la productividad y a la propaganda del éxito. El deporte como esparcimiento sigue practicándose, por supuesto, pero en los márgenes. Lo que desfila en las pantallas globales 24 horas al día es una competencia cuyo objetivo es mover el capital e involucrar al espectador para que se convierta en un consumidor de tiempo completo. Los atletas son las estrellas del espectáculo, pues representan el ideal del capitalismo de nuestros tiempos: su rendimiento para generar dinero involucra su vida privada y no tiene –salvo algunas excepciones– ninguna opinión más allá de las frases hechas que se repiten, como en un bucle, en las entrevistas para los medios. Alrededor de ellos hay un circo mediático que incluye a innumerables especialistas, locutores, marcas de ropa, corporativos, canales de televisión o de Internet, y competencias que parecen no tener fin. Por supuesto, detrás de cada atleta profesional –lujoso trabajador que no puede renunciar fácilmente a su encomienda pues mucha gente depende de él– hay miles o millones que no lo lograron.
El atleta profesional está llegando al límite, sobrepasado por el sistema que busca explotar cualquier resquicio disponible de su actividad. Los tenistas, por ejemplo, ya se quejan del calendario de la ATP y de la WTA, pues éste se extiende casi todo el año con torneos en varias partes del mundo. Muchos de ellos no pueden ausentarse voluntariamente, pues son castigados no dejándolos participar en torneos de Grand Slam. Empleados de lujo encerrados en jaulas de oro, han tenido que fundar un sindicato, la Asociación de Jugadores de Tenis Profesionales (PTPA), para defenderse de un sistema que pone en riesgo su integridad física y mental. Los futbolistas pasaron de un par de ligas al año a varios torneos. En la cancha son medidos todo el tiempo para convertir su actividad en una estadística omnipresente que servirá no sólo para las pláticas en las mesas de debate televisivas sino para darles recompensas o cancelar su futuro. Su vida privada también es auscultada por locutores que les reprochan irse de fiesta en su tiempo libre, pues pierden la concentración para su próximo compromiso, como ha sucedido muchas veces con los jugadores de la Selección Mexicana de futbol. Con esa misma lógica, el jefe de cualquier trabajador podría reclamarle que vaya al cine o que se divierta con sus amigos porque podría arruinar su rendimiento cuando regrese a la empresa.
El caso del futbol, como principal deporte global –por encima del futbol americano, el basquetbol y el beisbol– es paradigmático. Es el más capitalizable y funciona, de facto, como un poder económico trasnacional que moviliza a cualquier gobierno con el pretexto de la creación de empleos y la llegada masiva del turismo. Los campeonatos mundiales de la FIFA son, además, eventos geopolíticos que le lavan la cara a gobiernos autoritarios, como sucedió en el reciente Mundial de Catar 2022. El negocio acelera el flujo de capitales y, por esta razón, aumentó el número de países en la competencia; incluso Gianni Infantino ha declarado que quiere mundiales cada dos o tres años. Mientras tanto, el aficionado tiene que ir no sólo al ritmo incansable de competencias, transmisiones especiales, programas de análisis, estadísticas, apuestas y compra de artículos promocionales; también tiene que desembolsar cada vez más dinero para seguir toda la oferta de futbol que está repartido en varias plataformas que pelean por los derechos de transmisión y que buscan maximizar sus ingresos explotando al espectador con diferentes tipos de membresías y suscripciones. El rendimiento en la cancha también se exige del otro lado de la pantalla con un gasto de tiempo y dinero proporcional.
Los atletas profesionales, además de servir como modelo universal de los corporativos que dominan el deporte, también son un reflejo del ser humano desechable que se exprime en el mercado global. Una lesión grave puede marginarlo del éxito y del dinero que lo acompaña. El riesgo se maximiza con el aumento de competencias y la falta de tiempo para que el deportista se recupere. Quizás el box y las artes marciales mixtas son el mejor ejemplo de esto: un segundo puede acabar con años de entrenamiento y relegar una carrera prometedora a una existencia marginal. Las condiciones del clima son ahora un nuevo riesgo: calor extremo, frío e inundaciones someten a los deportistas a una carrera de resistencia en la que arriesgan su integridad física. El colapso climático vuelve obsoletas las predicciones a largo plazo. Lo cierto es que ya vemos escenarios que parecen sacados de una distopía ecológica: el sindicato de futbolistas FIFPro señaló las altas temperaturas –más de 40 grados centígrados– que habrá en varias sedes de Estados Unidos para el Mundial que se celebrará el año próximo. Sin embargo, no tiene poder de negociación para modificar los horarios de juego por los jugosos derechos de televisión que, por supuesto, son más importantes que la salud de los jugadores. Quizá la FIFA acepte extender el medio tiempo o hacer pausas para que se recuperen los futbolistas. Probablemente, si se aplica esta medida, se ocupe el tiempo muerto para transmitir publicidad que podría incluir, irónicamente, refrescos y bebidas hidratantes. Los deportistas podrían ser los nuevos gladiadores: estrellas para un público enajenado, modelos de una vida llevada al límite por dinero, cuyo destino está en manos de los corporativos del capitalismo del siglo XXI, los nuevos emperadores del mundo.
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