martes, 30 de septiembre de 2025

Carla Stellweg: ‘Ser y devenir’

La revista Cubo Blanco es uno de los escasos espacios dedicados exclusivamente a la crítica de artes visuales en español. Desde hace una década ha seguido puntualmente el acontecer de las exposiciones que se realizan en México y ha propuesto debates que animan la reflexión sobre el estado de la escena artística de la capital del país, una de las más dinámicas del mundo.

Como faceta complementaria de su labor como bitácora crítica del ámbito expositivo, e incluso con anterioridad a su aparición en línea, Cubo Blanco ha publicado un puñado de libros que registran momentos significativos del arte mexicano reciente. Ejemplos de ello son Sin límites. Arte contemporáneo en la Ciudad de México 2000-2010 (2013) –sobre artistas que utilizaron a la urbe como laboratorio de ideas–, Déjà vu. Celda Contemporánea 2004/2007 (2014) –dedicado al espacio que revaloró el trabajo de creadores de los setenta y ochenta– o La casa que nos inventamos (2023) –panorama de la escena del arte contemporáneo en Guadalajara.

Con la aparición de Ser y devenir: cruzando fronteras y otras barreras (2025), de Carla Stellweg, se da continuidad a la colección Debate Contemporáneo, que reúne textos de algunos de los principales animadores de exposiciones en México. Al volumen lo anteceden Abuso mutuo. Ensayos e intervenciones sobre arte postmexicano (1992-2013) (2017), de Cuauhtémoc Medina, y El arte de mostrar el arte mexicano. Ensayos sobre los usos y desusos del exotismo en tiempos de globalización (1992-2007) (2018), de Olivier Debroise, volúmenes de referencia para pensar el desarrollo del arte contemporáneo en México.

Carla Stellweg

Carla Stellweg, Ser y devenir: cruzando fronteras y otras barreras, selección de Edgar Alejandro Hernández, Cubo Blanco, 2025

“Adelantada a su tiempo, no sólo fue de las primeras en poner el foco en cuestiones como el feminismo en el arte, sino que también se interesó tempranamente por creadores emergentes que, con el tiempo, llegaron al mainstream”, escribe en la introducción Édgar Alejandro Hernández, director de Cubo Blanco y editor de Ser y devenir, sobre Carla Stellweg (Bandung, Indonesia, 1942), gestora cultural, curadora, galerista y editora de la revista Artes Visuales (1973-1981) del Museo de Arte Moderno.

Stellweg, que fue colaboradora del museógrafo y promotor cultural Fernando Gamboa tanto en exposiciones de arte mexicano en el extranjero como en la creación del Museo Tamayo de la Ciudad de México, ha sido fundamental en la creación de vínculos entre la escena artística mexicana y las de otras capitales del mundo. En 2023 se la homenajeó en la exposición Cultivar (Museo Tamayo), donde Pablo León de la Barra y Andrea Valencia reunieron material de archivo y obra de artistas con los que ha colaborado. Ser y devenir es la oportunidad de leer una selección de su trabajo crítico –sobre temas como las artistas mujeres, la recepción del arte latinoamericano en Europa y Estados Unidos o la fotografía mexicana, entre otros–, hasta ahora disperso en revistas, catálogos y otras publicaciones de difícil acceso. Se trata de una novedad atendible en el panorama de edición sobre arte en México.

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Carla Stellweg: ‘Ser y devenir’

La revista Cubo Blanco es uno de los escasos espacios dedicados exclusivamente a la crítica de artes visuales en español. Desde hace una década ha seguido puntualmente el acontecer de las exposiciones que se realizan en México y ha propuesto debates que animan la reflexión sobre el estado de la escena artística de la capital del país, una de las más dinámicas del mundo.

Como faceta complementaria de su labor como bitácora crítica del ámbito expositivo, e incluso con anterioridad a su aparición en línea, Cubo Blanco ha publicado un puñado de libros que registran momentos significativos del arte mexicano reciente. Ejemplos de ello son Sin límites. Arte contemporáneo en la Ciudad de México 2000-2010 (2013) –sobre artistas que utilizaron a la urbe como laboratorio de ideas–, Déjà vu. Celda Contemporánea 2004/2007 (2014) –dedicado al espacio que revaloró el trabajo de creadores de los setenta y ochenta– o La casa que nos inventamos (2023) –panorama de la escena del arte contemporáneo en Guadalajara.

Con la aparición de Ser y devenir: cruzando fronteras y otras barreras (2025), de Carla Stellweg, se da continuidad a la colección Debate Contemporáneo, que reúne textos de algunos de los principales animadores de exposiciones en México. Al volumen lo anteceden Abuso mutuo. Ensayos e intervenciones sobre arte postmexicano (1992-2013) (2017), de Cuauhtémoc Medina, y El arte de mostrar el arte mexicano. Ensayos sobre los usos y desusos del exotismo en tiempos de globalización (1992-2007) (2018), de Olivier Debroise, volúmenes de referencia para pensar el desarrollo del arte contemporáneo en México.

Carla Stellweg

Carla Stellweg, Ser y devenir: cruzando fronteras y otras barreras, selección de Edgar Alejandro Hernández, Cubo Blanco, 2025

“Adelantada a su tiempo, no sólo fue de las primeras en poner el foco en cuestiones como el feminismo en el arte, sino que también se interesó tempranamente por creadores emergentes que, con el tiempo, llegaron al mainstream”, escribe en la introducción Édgar Alejandro Hernández, director de Cubo Blanco y editor de Ser y devenir, sobre Carla Stellweg (Bandung, Indonesia, 1942), gestora cultural, curadora, galerista y editora de la revista Artes Visuales (1973-1981) del Museo de Arte Moderno.

Stellweg, que fue colaboradora del museógrafo y promotor cultural Fernando Gamboa tanto en exposiciones de arte mexicano en el extranjero como en la creación del Museo Tamayo de la Ciudad de México, ha sido fundamental en la creación de vínculos entre la escena artística mexicana y las de otras capitales del mundo. En 2023 se la homenajeó en la exposición Cultivar (Museo Tamayo), donde Pablo León de la Barra y Andrea Valencia reunieron material de archivo y obra de artistas con los que ha colaborado. Ser y devenir es la oportunidad de leer una selección de su trabajo crítico –sobre temas como las artistas mujeres, la recepción del arte latinoamericano en Europa y Estados Unidos o la fotografía mexicana, entre otros–, hasta ahora disperso en revistas, catálogos y otras publicaciones de difícil acceso. Se trata de una novedad atendible en el panorama de edición sobre arte en México.

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viernes, 26 de septiembre de 2025

Limar los bordes, cuidar el negocio

Vi F1: La película. Que, puesto así, con el apellido “la película”, es menos una declaración de intenciones que una amenaza. Igual que decir La gran aventura Lego o Transformers: el despertar de las bestias, muestras ejemplares de ese punzante y desgraciado género del cine que es el large format content video. Películas que previo, durante y post estreno se desgajan en snackable content (los protagonistas en canales de YouTube generando más contenido, discusiones en Reddit, disfraces de Halloween, memes, cajitas felices, etcétera) con la finalidad de inundar los medios y posicionar la marca. El viejo truco. Lo mismo de Wim Wenders con los baños japoneses en Días perfectos.

Menos evidente y más seductor es que la película se agarra de las dos grandes premisas culturales de la época: el exorcismo de la bestia negra de la mediación y una audiencia incapacitada para procesar data inputs complejos, e incrementar el mayor volumen conversacional posible para extender su consumo. Y si F1: La película lo hace con eficacia y orgullo es porque ahora es, mayoritariamente, un negocio –beingMade in USA. Todo lo cual está en oposición a lo que la Fórmula 1 fue desde 1950 hasta 2017.

Incluso antes de ese 13 de mayo de 1950 en Silverstone, la Fórmula 1 ya albergaba al fondo de su corazón un antagonismo irresoluble que acabaría siendo su mito fundante: la relación, fatalmente dialéctica, entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Fatal porque la resolución de esa contradicción implica su muerte como deporte y su resurrección como circo gracias a la espectacularización y la fluidez como vectores organizativos. En consecuencia ese desenlace traerá una nueva contradicción: la melancolía por el deporte versus la rentabilidad del negocio.

F1: La película

Brad Pitt y Javier Bardem en F1: La película (2025)

En el universo Fórmula 1 nada escapa al campo gravitacional de aquel antagonismo. Sucede con los pilotos. Los apolíneos: Lauda, Prost, Vettel. Los dionisíacos: Senna, Verstappen, Schumacher. También con los circuitos: está ese aborto entre Monza y el Hungaroring que es el Hermanos Rodríguez (apolíneo) y el mercurial Interlagos (dionisíaco). Pasa con los modelos de negocio para gestionar la gallina de los huevos de oro: Liberty Media y Bernie Ecclestone. No hay idea, juicio o elemento dentro de la Fórmula 1 que pueda escapar a esa lógica. La cual, digamos todo, es lo que moviliza el deseo del capital más importante que tiene ese negocio-espectáculo-deporte: la atención de su fandom. (El futbol, por ejemplo, aún no cumple esa transustanciación. Es un negocio y un deporte pero aún no un espectáculo. Después, cuando por un tema de mercado se vuelva mixto, quizá lo logre.)

El capital de la Fórmula 1 (lo que le vende a anunciantes y promotores), que va de personas de 75 años a niños de seis, consume las carreras desde esa polarización congénita pero también desde la cultural –y política– que nace siempre de cómo los integrantes de un grupo sienten amenazada su particular forma de goce. La Fórmula 1 se consume entre la nostalgia por los viejos y auténticos días de gloria donde los pilotos se mataban y la microgestión higienizante de un ecosistema al que hay que limarle los bordes cortantes para no provocar a ningún sector de su audiencia. Ése es el tema de F1: La película y, aunque no la mayor, una de sus desgracias. La otra es Lewis Hamilton.

Entonces, para cumplir con el amplísimo espectro de su audiencia y reconciliar el antagonismo nostalgia-higienización, los productores se agarran del recurso más pedestre: “yassificar” Días de trueno. Jerry Bruckheimer produce las dos. Lewis Hamilton una. Y de esa condenable cruza tenemos F1: La película. Bruckheimer pone la misma estructura narrativa de Días de trueno y Hamilton la llena con su inconsciente: su progresista anhelo de tener siempre lo bueno sin lo malo. Sí carreras, sí rebases, sí accidentes, sí fuego, sí hospitales. Pero sin consecuencias. Épica sin riesgo. Si se necesita una, hay que alinearse al espíritu de la época: que sea la de la capitalización del fracaso.

F1: La película

Fotograma de F1: La película (2025), de Joseph Kosinski

En Días de trueno Rowdy Burns y Cole Trickle sufren un accidente fatal. El primero lo pierde todo (patrocinios, salud, memoria, volver a subirse a un auto de carreras). El segundo cae en la cuenta de que no importa qué haga o pase, no puede ni renunciar ni escapar al impulso de subirse, una y otra vez, a un auto de carreras y, tal vez, matarse. En F1: La película nadie pierde nunca nada. No Rubén Cervantes (Javier Bardem), que al final recupera su equipo de un venture capital. No Sonny Hayes (Brad Pitt), que pierde el asiento en APXGP pero se gana otra oportunidad en la vida. No el finance bro del capital de riesgo, que sabe cómo sacar rédito de cualquier eventualidad. Menos “JP” (Damson Idris), el talentoso novato que, en el accidente más inverosímil posible, se quema tantito las manos, sólo lo justo para poder correr nuevamente y ganarse el corazón del equipo. Hay peligro, sí, pero presupuestado. Ya lo dijo Žižek: quieren café descafeinado, chocolate sin azúcar, amor sin dolor.

Jerry Bruckheimer fue siempre un viejo lesbiano. La representación de las dinámicas sociales, la cosificación de las mujeres y la masculinidad impune en Días de trueno son deplorables, y eso se sabía ya en 1990. En 2025 tienen aún menos cabida, incluso cuando en la práctica poco haya cambiado en los últimos 35 años. Pero hay que apelar a la atención del target +45 o de cualquier otra edad con los mismos actitudinales. ¿Cómo hacerle? Pues con un Brad Pitt en plena decadencia, interpretando el papel más atroz de su carrera. El piloto con su know how y expertise ganado en la pista que lo hace refractario a la misión, valor y visión de la microgestionada escudería APXGP. O sea alguien que, equivocadamente, entiende la libertad como una aptitud, una capacidad del sujeto. Sonny Hayes es un viejo meado, sí, pero es sobre todo el excedente deportivo-social del que ninguno de los sobreescolarizados ingenieros de la escudería, y menos “JP”, se pueden hacer cargo: el riesgo. Es el significante amo de los gringos, un cowboy.

¿Y para la otra audiencia (y los shareholders)? Bueno, para eso está el buenito de Lewis Hamilton. A quien, por cierto, sería un error identificar con “JP”, más allá de que uno sea una joven promesa y el otro lo haya sido, o porque Hamilton sea contendiente al status de GOAT en la F1 (no lo será). Actualmente, desde ese mausoleo que es Ferrari, Hamilton es Hayes: el piloto que viene de vuelta y tiene algo que enseñarnos, aunque ya no pueda hacerlo en la pista sino en la ficción de su propia fantasía hecha película. Pero también es Joshua Pearce, “JP”, el futuro del deporte: incluyente, humilde, accesible, a la moda, apegado a sus raíces. Una contradicción: una superestrella humilde. En su carrera Hamilton nunca supo decidir si entregarse a su dionisíaco talento (como novato le destruyó la carrera al entonces vigente bicampeón del mundo) o ser el apolíneo embajador de sí mismo. Gracias a F1: La película ya no tendrá que decidirse, porque reconcilia felizmente ambas figuras.

F1: La película

Damson Idris y Brad Pitt en F1: La película (2025)

Pero para que la película represente la mejor versión de la Fórmula 1 y del mundo, según Hamilton, no puede haber ambigüedades, antagonismos, claroscuros. Nada puede contradecirse ni ser complejo. Lewis es de los que cree que existe un metalugar, un afuera de la ideología, desde donde se puede pensar la Fórmula 1 o el contexto donde acontece. Un lugar de pureza donde se encuentran las almas bellas. Por eso el villano de la película (si lo hay) es el finance bro que hace trampa. Él no puede pertenecer al universo de la Fórmula 1. Es un extranjero, con otra agenda, otras intenciones. Alguien que amenaza el goce de los habitantes de F1: La película. Sin embargo, eso es refutable con las figuras de Flavio Briatore, Bernie Ecclestone, Max Mosley y un largo etcétera.

No sorprende entonces que el cenit de la película sea una mise en scène del trauma reprimido de Lewis Hamilton, Abu Dhabi 2021. Una carrera que significa la espectacularización de la Fórmula 1 resultado de la exégesis de un oficial de automovilismo. Un árbitro, pues. El fin de una época: el reinado de Mercedes-Benz y, sobre todo, la posibilidad de que Hamilton terminara su carrera con la mayor cantidad de títulos en la historia. La consecuencia de esa carrera y de esa temporada fue haber sacado al genio de la lámpara. Un genio que, desde ese día, es el azote de Liberty Media, Stefano Domenicali, Mohammed Ahmed ben Sulayem, Hamilton, Apple y toda la industria de la Fórmula 1. Enter the chat Max Verstappen, con su inmenso talento y flagrante ingobernabilidad. Fue el único que no asistió a la premier de la película. Prefirió quedarse en casa con Lily. Tampoco aparece mucho en los 155 minutos de running time. No le importa, no tiene tiempo para eso. Verstappen vive en la Fórmula 1. Lewis Hamilton en F1: La película.

Pero ahora que ya tenemos esta beginner’s guide a la Fórmula 1, donde David Croft y Martin Brundle (¡y hasta Murray Walker!) nos explican cuadro a cuadro qué estamos viendo (porque somos idiotas y no tenemos acceso a Internet) y cuáles son sus implicaciones (para que nos quedemos tranquilos sobre qué podemos y qué no podemos interpretar, o qué debemos y qué no debemos interpretar), se abre el largo y rentable camino hacia el F1 Cinematic Universe. Habrá F1: La película II. Será una precuela ambientada en los supuestos años dorados de la Fórmula 1: finales de los ochenta, principios de los noventa. Austin Butler como Sonny Hayes, Adam Driver como el Javier Bardem joven. Una línea de playeras, sudaderas y gorras en H&M. Luego una serie en Apple TV. Coachella tendrá lugar en el Circuito de las Américas de Austin el mismo fin de semana de la carrera. Una atracción en Disneylandia. Meta comprará los derechos y transmitirá el mundial, que entonces tendrá 30 carreras al año (sólo tres en Europa: Mónaco, Monza y Silverstone), en vivo, en 9:16 y ganará el piloto con el view through rate más alto. Éste es sólo el inicio, “It’s lights out and away we go!”.

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Limar los bordes, cuidar el negocio

Vi F1: La película. Que, puesto así, con el apellido “la película”, es menos una declaración de intenciones que una amenaza. Igual que decir La gran aventura Lego o Transformers: el despertar de las bestias, muestras ejemplares de ese punzante y desgraciado género del cine que es el large format content video. Películas que previo, durante y post estreno se desgajan en snackable content (los protagonistas en canales de YouTube generando más contenido, discusiones en Reddit, disfraces de Halloween, memes, cajitas felices, etcétera) con la finalidad de inundar los medios y posicionar la marca. El viejo truco. Lo mismo de Wim Wenders con los baños japoneses en Días perfectos.

Menos evidente y más seductor es que la película se agarra de las dos grandes premisas culturales de la época: el exorcismo de la bestia negra de la mediación y una audiencia incapacitada para procesar data inputs complejos, e incrementar el mayor volumen conversacional posible para extender su consumo. Y si F1: La película lo hace con eficacia y orgullo es porque ahora es, mayoritariamente, un negocio –beingMade in USA. Todo lo cual está en oposición a lo que la Fórmula 1 fue desde 1950 hasta 2017.

Incluso antes de ese 13 de mayo de 1950 en Silverstone, la Fórmula 1 ya albergaba al fondo de su corazón un antagonismo irresoluble que acabaría siendo su mito fundante: la relación, fatalmente dialéctica, entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Fatal porque la resolución de esa contradicción implica su muerte como deporte y su resurrección como circo gracias a la espectacularización y la fluidez como vectores organizativos. En consecuencia ese desenlace traerá una nueva contradicción: la melancolía por el deporte versus la rentabilidad del negocio.

F1: La película

Brad Pitt y Javier Bardem en F1: La película (2025)

En el universo Fórmula 1 nada escapa al campo gravitacional de aquel antagonismo. Sucede con los pilotos. Los apolíneos: Lauda, Prost, Vettel. Los dionisíacos: Senna, Verstappen, Schumacher. También con los circuitos: está ese aborto entre Monza y el Hungaroring que es el Hermanos Rodríguez (apolíneo) y el mercurial Interlagos (dionisíaco). Pasa con los modelos de negocio para gestionar la gallina de los huevos de oro: Liberty Media y Bernie Ecclestone. No hay idea, juicio o elemento dentro de la Fórmula 1 que pueda escapar a esa lógica. La cual, digamos todo, es lo que moviliza el deseo del capital más importante que tiene ese negocio-espectáculo-deporte: la atención de su fandom. (El futbol, por ejemplo, aún no cumple esa transustanciación. Es un negocio y un deporte pero aún no un espectáculo. Después, cuando por un tema de mercado se vuelva mixto, quizá lo logre.)

El capital de la Fórmula 1 (lo que le vende a anunciantes y promotores), que va de personas de 75 años a niños de seis, consume las carreras desde esa polarización congénita pero también desde la cultural –y política– que nace siempre de cómo los integrantes de un grupo sienten amenazada su particular forma de goce. La Fórmula 1 se consume entre la nostalgia por los viejos y auténticos días de gloria donde los pilotos se mataban y la microgestión higienizante de un ecosistema al que hay que limarle los bordes cortantes para no provocar a ningún sector de su audiencia. Ése es el tema de F1: La película y, aunque no la mayor, una de sus desgracias. La otra es Lewis Hamilton.

Entonces, para cumplir con el amplísimo espectro de su audiencia y reconciliar el antagonismo nostalgia-higienización, los productores se agarran del recurso más pedestre: “yassificar” Días de trueno. Jerry Bruckheimer produce las dos. Lewis Hamilton una. Y de esa condenable cruza tenemos F1: La película. Bruckheimer pone la misma estructura narrativa de Días de trueno y Hamilton la llena con su inconsciente: su progresista anhelo de tener siempre lo bueno sin lo malo. Sí carreras, sí rebases, sí accidentes, sí fuego, sí hospitales. Pero sin consecuencias. Épica sin riesgo. Si se necesita una, hay que alinearse al espíritu de la época: que sea la de la capitalización del fracaso.

F1: La película

Fotograma de F1: La película (2025), de Joseph Kosinski

En Días de trueno Rowdy Burns y Cole Trickle sufren un accidente fatal. El primero lo pierde todo (patrocinios, salud, memoria, volver a subirse a un auto de carreras). El segundo cae en la cuenta de que no importa qué haga o pase, no puede ni renunciar ni escapar al impulso de subirse, una y otra vez, a un auto de carreras y, tal vez, matarse. En F1: La película nadie pierde nunca nada. No Rubén Cervantes (Javier Bardem), que al final recupera su equipo de un venture capital. No Sonny Hayes (Brad Pitt), que pierde el asiento en APXGP pero se gana otra oportunidad en la vida. No el finance bro del capital de riesgo, que sabe cómo sacar rédito de cualquier eventualidad. Menos “JP” (Damson Idris), el talentoso novato que, en el accidente más inverosímil posible, se quema tantito las manos, sólo lo justo para poder correr nuevamente y ganarse el corazón del equipo. Hay peligro, sí, pero presupuestado. Ya lo dijo Žižek: quieren café descafeinado, chocolate sin azúcar, amor sin dolor.

Jerry Bruckheimer fue siempre un viejo lesbiano. La representación de las dinámicas sociales, la cosificación de las mujeres y la masculinidad impune en Días de trueno son deplorables, y eso se sabía ya en 1990. En 2025 tienen aún menos cabida, incluso cuando en la práctica poco haya cambiado en los últimos 35 años. Pero hay que apelar a la atención del target +45 o de cualquier otra edad con los mismos actitudinales. ¿Cómo hacerle? Pues con un Brad Pitt en plena decadencia, interpretando el papel más atroz de su carrera. El piloto con su know how y expertise ganado en la pista que lo hace refractario a la misión, valor y visión de la microgestionada escudería APXGP. O sea alguien que, equivocadamente, entiende la libertad como una aptitud, una capacidad del sujeto. Sonny Hayes es un viejo meado, sí, pero es sobre todo el excedente deportivo-social del que ninguno de los sobreescolarizados ingenieros de la escudería, y menos “JP”, se pueden hacer cargo: el riesgo. Es el significante amo de los gringos, un cowboy.

¿Y para la otra audiencia (y los shareholders)? Bueno, para eso está el buenito de Lewis Hamilton. A quien, por cierto, sería un error identificar con “JP”, más allá de que uno sea una joven promesa y el otro lo haya sido, o porque Hamilton sea contendiente al status de GOAT en la F1 (no lo será). Actualmente, desde ese mausoleo que es Ferrari, Hamilton es Hayes: el piloto que viene de vuelta y tiene algo que enseñarnos, aunque ya no pueda hacerlo en la pista sino en la ficción de su propia fantasía hecha película. Pero también es Joshua Pearce, “JP”, el futuro del deporte: incluyente, humilde, accesible, a la moda, apegado a sus raíces. Una contradicción: una superestrella humilde. En su carrera Hamilton nunca supo decidir si entregarse a su dionisíaco talento (como novato le destruyó la carrera al entonces vigente bicampeón del mundo) o ser el apolíneo embajador de sí mismo. Gracias a F1: La película ya no tendrá que decidirse, porque reconcilia felizmente ambas figuras.

F1: La película

Damson Idris y Brad Pitt en F1: La película (2025)

Pero para que la película represente la mejor versión de la Fórmula 1 y del mundo, según Hamilton, no puede haber ambigüedades, antagonismos, claroscuros. Nada puede contradecirse ni ser complejo. Lewis es de los que cree que existe un metalugar, un afuera de la ideología, desde donde se puede pensar la Fórmula 1 o el contexto donde acontece. Un lugar de pureza donde se encuentran las almas bellas. Por eso el villano de la película (si lo hay) es el finance bro que hace trampa. Él no puede pertenecer al universo de la Fórmula 1. Es un extranjero, con otra agenda, otras intenciones. Alguien que amenaza el goce de los habitantes de F1: La película. Sin embargo, eso es refutable con las figuras de Flavio Briatore, Bernie Ecclestone, Max Mosley y un largo etcétera.

No sorprende entonces que el cenit de la película sea una mise en scène del trauma reprimido de Lewis Hamilton, Abu Dhabi 2021. Una carrera que significa la espectacularización de la Fórmula 1 resultado de la exégesis de un oficial de automovilismo. Un árbitro, pues. El fin de una época: el reinado de Mercedes-Benz y, sobre todo, la posibilidad de que Hamilton terminara su carrera con la mayor cantidad de títulos en la historia. La consecuencia de esa carrera y de esa temporada fue haber sacado al genio de la lámpara. Un genio que, desde ese día, es el azote de Liberty Media, Stefano Domenicali, Mohammed Ahmed ben Sulayem, Hamilton, Apple y toda la industria de la Fórmula 1. Enter the chat Max Verstappen, con su inmenso talento y flagrante ingobernabilidad. Fue el único que no asistió a la premier de la película. Prefirió quedarse en casa con Lily. Tampoco aparece mucho en los 155 minutos de running time. No le importa, no tiene tiempo para eso. Verstappen vive en la Fórmula 1. Lewis Hamilton en F1: La película.

Pero ahora que ya tenemos esta beginner’s guide a la Fórmula 1, donde David Croft y Martin Brundle (¡y hasta Murray Walker!) nos explican cuadro a cuadro qué estamos viendo (porque somos idiotas y no tenemos acceso a Internet) y cuáles son sus implicaciones (para que nos quedemos tranquilos sobre qué podemos y qué no podemos interpretar, o qué debemos y qué no debemos interpretar), se abre el largo y rentable camino hacia el F1 Cinematic Universe. Habrá F1: La película II. Será una precuela ambientada en los supuestos años dorados de la Fórmula 1: finales de los ochenta, principios de los noventa. Austin Butler como Sonny Hayes, Adam Driver como el Javier Bardem joven. Una línea de playeras, sudaderas y gorras en H&M. Luego una serie en Apple TV. Coachella tendrá lugar en el Circuito de las Américas de Austin el mismo fin de semana de la carrera. Una atracción en Disneylandia. Meta comprará los derechos y transmitirá el mundial, que entonces tendrá 30 carreras al año (sólo tres en Europa: Mónaco, Monza y Silverstone), en vivo, en 9:16 y ganará el piloto con el view through rate más alto. Éste es sólo el inicio, “It’s lights out and away we go!”.

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martes, 23 de septiembre de 2025

Paisaje de periodistas que no miran al cielo

Crónica radical de periodismo sensual que fluye como el cielo que contempla: irregular, cíclica, molecular. Reporteo de lo invisible: seguir las cosas tristes que nadie persigue. No ficción degenerada y performática. Excesiva, intensa, peligrosa. La traición de convertirte en lo que criticas. Misterio, nubes y jazz.

 

El color es de pronto el acontecimiento noticioso más importante de todos. 

12 de enero en Ciudad de México.

Y no hay realidad más intensa que la del cielo. 

Quiero narrar el hecho de que ahora la existencia de las nubes es más intensa que cualquier desgracia. 

El comienzo es la suave discreción del viento. 

Bastaría cualquier mínima destemplanza en su fuerza, temperatura o resistencia para disminuir la importancia del panorama.

Incluso lo enturbiaría su ausencia. 

Pero el viento fluye bonancible a merced del poético enigma de la fragilidad celeste. 

“¿Ya viste el cielo?”. 

Desde las primeras claridades del alba, las personas no atinamos a decir otra cosa.

“¿Ya viste el cielo?”.

Quizá nunca cuatro palabras han sido más pronunciadas en la historia del universo.

“¿Ya viste el cielo?”.

 

*

A ver,

abombadas nubes níveas

que parecen caramelizadas

levanta la cabeza 

largas nubes plúmbeas

que parecen espadas

y dime:

              ¿En el futuro de este cielo hay tormenta o calma?

 

El misterio en la distribución de estas nubes es perfecto porque nada revela. 

Tranquilidades o tragedias nada son ni nada pueden contra el equilibrio de su existencia definida por el

 

polvo 

 

como concepto genérico para designar también otras partículas microscópicas que lo habitan

 

               polen

                           sal marina 

 

Realidades cromáticas y realidades atómicas. 

 

*

El periodismo narrativo algo debe estar haciendo muy mal. 

Su existencia tóxica es odiosa. 

A pesar de que hemos abandonado diarios y revistas, el influjo de las crónicas que ahí se publican termina por filtrarse en nuestros teléfonos en forma de posts y cadenas 

 

que nos transmiten

                           angustia

                                      MIEDO

                                               desesperación

                                       FOMO

                             ansia

 

que desde temprano cada mañana cubren parte de nuestros pensamientos en áreas muy precisas de nuestro cerebro relacionadas con parálisis y tedio, pero ahí permanecen increadas, pedazos de sombras, sin ser nunca nada más que principios de asfixia. 

 

*

En el cielo las nubes han comenzado a disolverse. 

Ugh.  

Va de nuevo:

En el cielo las nubes se transforman. 

 

transformaciones cromáticas

                                                  extenso níveo

                                          denso 

                                                                 hacia 

                                          suelto

                                                           plúmbeo 

 

                                  d

                                                       i

                 s

                                                                        p

                                                              e

r

                                  s

                                                       o 

 

               transformaciones gráficas

 

solía ser unidad, 

parecía… 

¿rectángulo mal hecho con cuerno de carnero? 

pero sus dos elementos estaban juntos

…ahora… 

todo es discontinuo: 

me faltan referencias,

aunque me gustan mucho los cuerpos de agua,

así que en esta nueva existencia de la nube 

veo el 

 

t

       r

               a

                         z

                                    o

                                              d

                                                          e

                                                                   u

                                                                           n

                                                                          m

                                                                    e

                                                          a

                                                  n

                                       d

                               r

                      o

 

de un río que da la vuelta alrededor

de una montaña. 

O también otra opción posible es 

compararla con las imágenes 

que muestran desde muy lejos a las 

galaxias. 

 

*

               Crónica:

                               Herramienta para narrar la realidad. 

¿Y a qué se dedica la industria de la no-ficción mexicana?

 

A escribir historias de superhéroes. 

 

¿Periodista? Ah, entonces conoces la gran crónica latam. Esos cabrones sí son valientes y no mamadas. Uno se metió entre los zetas y fue con un chavo sicario. Imagínate. Comenzó a hacerle preguntas duras: ¿cómo descuartizas?, ¿qué herramientas usas?, ¿te pones hasta el pito antes? Imagínate, este cronista, que se llama 

(inserte aquí el nombre del gran cronista latam de su preferencia),

 se metió a una de esas ciudades donde sólo manda el narco, donde no entra la policía. Entonces está completamente vulnerable, a merced del crimen organizado, que lo puede asesinar en cualquier momento. Y si este cronista se está arriesgando es por nosotros. 

 

*

El influjo que el cielo tiene sobre nuestros sentimientos es inexorable. 

          cielo protector

                                      no para Kit Moresby

          cuando está encapotado 

 

                                      cielo trágico

          cuando el alba está cerca

                                                         y sigue 

                                                      g

                                                o

                                            t

                                      e

                                a

                                n

                                d

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

                                o o o o o o o o o o o o o o

 

*

Si este cronista se está arriesgando es por nosotros. Para explicarnos esta realidad de brutalidad que todos deberíamos entender. Así que para protegerse debe hablar las netas como ellos las hablan, nada de entrevistas a modo o correctas. Le pregunta, así, al chile: ¿te pones hasta el pito antes de descuartizar a una persona? Y el chavito sicario siente confianza y se lo suelta. Le cuenta qué herramienta usa para ir haciendo cortaditas en la córnea y cómo, con unas pinzas de esas para manipular cables eléctricos, pone a prueba su fuerza con el reto de hundir un estómago con una punta chata mientras escucha en Spotify una playlist que se llama “música banda para acompañar tu carnita asada”. 

 

*

El cielo también nos instala en los nervios raras fantasías de una sensualidad extravagante y cochina. 

De pronto, la visión de dos nubes ovaladas me hace sentir que las tomo en la mano, estrello suavemente contra la pared de la regadera, únicamente para abrirles una grieta, y mientras el agua caliente escurre sobre mi nuca ladeada comienzo a quitarles la cáscara. 

 

*

Hay otro cronista famoso que se hizo pasar por pederasta creo que en África y pagó por estar con un niño y cuando se sentó con él en la cama le comentó que sólo quería entrevistarlo, y pues describe cómo en un país hermoso, de paisajes que quitan el aliento, puede existir lo peor de la putrefacción humana. Lo cuenta crudo, pero bien poético, o sea te describe el agua turquesa, sacada de una maqueta, y arriba cuervos; los campos de arroz preciosos, blancos, mientras abajo de ellos se oxidan los cadáveres de jovencitos que murieron desangrados por el ano después de que sus madres los vendieron a sus violadores y asesinos. Todo bien periodismo literario, ¿ves? 

 

*

Claro, el influjo que sobre nuestros sentimientos ejerce el cielo es una cuestión de percepción. 

Bajo el influjo de un cielo protector Kit Moresby fue destruida. 

Bajo el influjo de un cielo trágico yo fui concebido. 

Meras apariencias. 

La inexorabilidad de la presencia del cielo sobre nosotros es lo importante.

Una especie de destino. 

El cielo como representación de lo divino. 

Nos oxidamos, es inevitable. 

Mientras tanto lo mejor que podemos hacer es seguir la voz de las nubes, 

silenciosas diosas suaves. 

 

*

Por cómo me miras veo que no estás convencido. Pero mira: a ti que te gusta la música, voy a buscarte un ejemplo que entiendas. Piensa en esas construcciones narrativas de la ópera verista, como cuando Puccini contrapone dos escenas: 

1) Scarpia chantajea a Tosca (tu amado Cavaradosi salva la vida si dejas que te coja). 

Mientras en el cuarto de junto: 

2) Torturan a Cavaradosi y sus gritos de dolor retumban en la estancia donde Scarpia le acaricia las tetas a Tosca. 

Ya sabes bien efectistas, bien evidentes, bien eficaces con la explotación del morbo para llamar la atención. ¿Qué piensas?

 

Esta narrativa sólo interesa a gente muerta.

Las grandes narrativas fálicas de lo grande le interesaron a nuestros abuelos y padres. Nunca a nuestras abuelas y madres.

Tampoco a nosotros, que despreciamos las estruendosas voces de los dioses terribles para seguir voces de silenciosas diosas suaves.  

 

*

12 de enero, 14:05 hrs en Ciudad de México. 

Carmen publica en Instagram, junto a una foto del cielo:

 

¿Qué pedo? 

Me desperté endeudada, odio a mi jefa, sintiéndome gorda, y de pronto, pum, todo está bien de nuevo con este cielo de enero. 

 

Ahora coloquemos a 

(nombre de cualquiera de esos 

grandilocuentes hombres 

que en México 

publican crónica) 

ante el misterio de las nubes. 

¿Cómo responden ante una realidad sensual? 

Mandan a otro reportero superhéroe a cubrir la ruta del narco para que nos intenten explicar, de sus fálicas y grandilocuentes maneras, por qué la brutalidad de estos terribles días mexicanos es lo que más nos tendría que importar. 

Editores y editoriales han sido incapaces de detener estas miradas posesivas, ambiciosas y violentas. 

¿Poderosos hombres? cuya única manera de ¿mantener su poder editorial? es replicar lo que aprendieron que es un deber ser. 

Periodistas que no miran al cielo. 

O si miran al cielo, el cielo les da miedo.

 

*

La no ficción tiene un compromiso con la imaginación y la magia. 

Se trata de activar lo real, no de explicarlo. 

Activar el color. 

Activar el sonido. 

Activar el calor. 

Activar el frío. 

 

*

Es más fácil narrar el terror que la ternura. 

Es más fácil narrar la denuncia que el amor.

 

*

Las nubes sin agua tienen dos nombres según su forma.

 

Cirros: 

            altas, transparentes y esbeltas. 

                                                            Parecen 

                                                            m

                                                            e

                                                            c

                                                            h

                                                            o

                                                            n

                                                            e

                                                            s

 

Estratos: 

                planas, uniformes y sin definición en los bordes. 

                                                            F

                                                                         i

                                           g

                                                    u 

                                                           ras 

                                                           abs

                               ¡trac!

                                ¡tas! 

 

Y de la abstracción, las nubes estratos pueden convertirse en nubes altoestratos (traslúcidas, grisáceas y extensas) y entonces ya se vuelven agoreras de futuras precipitaciones. 

 

Imaginemos ahora que la humedad atmosférica se calienta y que las corrientes de aire ascienden y que es mayo en vez de enero. 

Imaginemos que estas nubes sin agua se convierten en nubes con agua, específicamente en nubes de tormenta, que se llaman:

 

Cumulonimbo:

             Crecimiento vertical. 

             Parte superior con forma de yunque. Su tonalidad oscura puede alcanzar los territorios del negro. 

                          Existencia promedio: entre los 30-65 minutos. 

                          Intensidad desbocada: 

                                rayos, truenos, tornados y descargas eléctricas. 

             Su furia máxima podría tirar aviones. 

 

Imaginemos entonces que comienza a llover. 

Gotas: moléculas móviles que explotan cuando chocan. 

La naturaleza ruidosa del agua es algo que me encanta. 

 

*

Recuerdo que era sábado. 

Habíamos ido al teatro. Tuve una breve participación al final de la pastorela. Al descubrirse el engaño del diablo yo tenía que despegarme del regazo de una pastora y correr hasta él para jalarle la cola. 

Pero también lo pateé en la espinilla. 

El demonio gritó de dolor y en el coche de regreso mamá y papá se reían de que hubiera sido real mi furia. 

Tenía cinco años. 

Quería acabar con el mal. 

Las gotas comenzaron a caer cuando me metí a la cama. 

Es mi primer recuerdo sonoro.  

La casa de mi infancia tenía un techo de policarbonato que cubría el pasillo entre mi cuarto y el patio.

Un estruendo cariñoso. 

Transmitía protección, nunca peligro. 

La lluvia nocturna se convirtió en mi secreto hermoso. 

Lo recibía en el cansancio y me sumía en un estado cercano al misticismo.

Recuerdo también haberme sentido atravesado por la belleza a causa del agua. 

Habría tenido 12 o 13. 

Entonces la gran novedad en mi vida eran las primeras masturbaciones.   

La lluvia de esa noche: lenta y continua, aguda, insistente. 

Eyacular siempre terminaba por ponerme triste.

Algo relacionado con estar vivo. 

Y no entenderlo. 

De pronto, la posibilidad de estar dentro de otro cuerpo. 

Un orgasmo y semen en mi mano. 

El misterio del erotismo hacía que el corazón se me hundiera de acedia.

Ser vida que no entiende el porqué del cielo. 

Ni la razón de la lluvia. 

A pesar de no entenderla, con el pensamiento me acerqué a la existencia de las gotas. 

A su existencia más tranquilizadora:

Su existencia sonora. 

Creo que llovió toda la noche. 

Por primera vez pude fantasear con el coito y eyacular libre de tristeza. 

Me dormí contento. 

Algo relacionado con la protección del cielo. 

Con la idea de que iba a volver a llover. 

Quizá mañana, seguro alguna vez. 

Algo relacionado con la tranquilidad de pensar en el retorno del agua.

Con el cobijo de lo cíclico. 

Cuando desperté seguía lloviendo. 

Durante mi luto por haber dejado de ser niño el consuelo me lo dio la lluvia nocturna. 

Y ahora, tanto tiempo después, cada vez que veo el cielo siento un poco de ese agradecimiento. 

 

*

Pero ahora no está lloviendo. 

Aunque tampoco diría que el cielo está seco. 

Entre humedad y aridez, habita el interregno. 

Ni fecundo ni marchito.

Es un cielo tan hermoso que resulta ofensivo querer imaginarlo distinto. 

Quisiera poder entregarme a su influjo sin imaginar nada más. 

Ser bajo este cielo piel atravesada por nervios. 

Ya no simiesca inteligencia. 

Mera sensación. 

Sin insistir en imponerle algo que no es. 

Algo que no tiene. 

 

*

Meditar a través del cielo. 

Eso quiero. 

Emprender la fantasía sensual de diluirme.

 

*

Y, sin embargo, ahora mismo vuelvo a caer. 

Me contradigo así como respiro. 

Imaginemos que la temperatura de la tierra comienza a descender. Que baja mucho. Tanto que la configuración molecular de las nubes se transforma y comienzan a tirar hielo. 

Acabo de leer en Imposible decir adiós tres cosas que me hipnotizan. 

     1. Es suficiente una ceniza para crear un copo de nieve. 

     2. Y cuando la nieve cae aumenta su volumen, y para llegar al suelo puede demorar una hora en su descenso. 

     3. La nieve es tan liviana a causa de que los espacios vacíos absorben y encierran el sonido, y que esa es la causa del silencio que se produce cuando nieva; que las distintas superficies de los cristales reflejan la luz en incontables direcciones, y que por esa razón no retienen ningún color y se ven blancos. 

El cielo como posibilidad absoluta de silencio. 

 

*

Y supongo que es eso: 

La gran tradición de la crónica latam nos impone estruendosos dioses terribles. 

Sin saberlo (esperemos) trabajan para que nuestros días se llenen de asfixia. 

El periodismo sensual busca lo contrario. 

Sirve a voces de silenciosas diosas suaves. 

Como este cielo, que no tiene nieve ni tiene agua. 

Que no es demasiado frío ni demasiado caliente. 

Con nubes que no están demasiado altas ni demasiado bajas. 

Se está haciendo tarde. 

Las 17:47 hrs. 

El ocaso se acerca. 

 

*

De pronto es obvio:

Ante la contemplación del cielo el periodismo narrativo sólo puede tener una obligación:

Ser jazz. 

Librarse de cualquier estructura. 

Fluir degenerado. 

Servir a las emociones. 

Convertir crónica en colapsos sensuales. 

Y siempre buscar el lugar donde las cosas se ocultan.

¿Quién decide el derrumbe?

Y luego buscar el lugar donde las cosas pueden ser nuevas otra vez. 

 

*

Los primeros rojos aparecen. 

Pero no lo son. 

Supongo que lo mejor es sincerarme:

Son colores que no conozco. 

Hago un esfuerzo:

Supongo que algo tiene de frambuesa.

Pero no el color de la fruta como tal. 

Más bien cuando la estrujo y los dedos se me manchan. 

Pero ahora ya está siendo otro.  

Nadie nos enseña a entender la realidad de los colores. 

La existencia del cielo es un interminable ciclo de distintas combinaciones cromáticas efímeras.

No tiene miedo de que el desequilibrio lo rompa. 

 

*

Una persona periodista se cree tan poderosa que jura derribar a un presidente. 

Eso es lo que de la realidad le importa.

Y no mira el cielo. 

O mira el cielo, y el cielo le da miedo.  

Y otra persona periodista, mentiras esnifa cocaína, escribe un libro sobre cómo el tráfico de droga es lo que define la identidad de América Latina. 

Y no mira el cielo. 

O mira el cielo, y el cielo le da miedo.  

 

*

El periodismo sensual acarrea el peligro de lo ridículo y extraño. 

También de lo excesivo.

Es raro y adorable.  

Porque si ante la realidad no te interesa construir explicaciones, ¿de qué vas a escribir?

De sensaciones. 

Y los periodistas que no miran el cielo, o que lo miran y el cielo les da miedo, llenan nuestros teléfonos con pedazos de sus crónicas bravuconas. 

Pero nosotros, con nuestros teléfonos, ¿qué compartimos?

¿Enlaces a sus grandilocuentes crónicas bravuconas?

No. 

Lo que compartimos son fotos del cielo. 

Al que miramos. 

Y sentimos asombro, no miedo. 

 

*

El cielo es real. 

A pesar de ser tan grande resulta abarcable. 

No vemos su final pero sí sus bordes. 

Quizás es la realidad más evidente que tendremos a lo largo de cada una de las noches y días de nuestras vidas. 

Nunca rebasaremos sus límites. 

Eso ¿nos tranquiliza?

 

*

Mandamos nuestras fotos del cielo a gente querida. 

Y nos llegan las respuestas: 

Más fotos del cielo. 

 

*

Las miramos y las fotos del cielo nos provocan asombro, no miedo. 

 

*

Estas polícromas nubes que ahora, tan cerca del ocaso, parecen flores. 

      Nubes color hibisco. 

                                        Nubes color cereza. 

 

*

Ya se oscureció el rojo.  

Polen, ceniza, sal marina y polvo. 

Bajo este cielo casi negro es mucho más fácil ser tiernos. 

Un periodismo sobre absorción del sonido. 

Un periodismo sobre retención de luz. 

¿Qué podemos ante la realidad del color?

Y si pudiéramos ¿para qué querríamos poder algo contra eso?

Un cielo puede ser refugio contra el desamparo. 

Un periodismo sobre eso. 

El periodismo sensual busca proteger todo lo que amamos. 

Proteger el sonido. 

Proteger el color. 

Proteger el cielo. 

 

*

Escribir historias como ésta, que nos ayuden a mirar al cielo y sentir asombro, no miedo. 

 

*

         nubes color

                               lavándula 

que despegan 

                         y abren alas 

                                                       mariposas

         nubes color 

                                                         malva 

 

        que se estiran 

                                     y humean 

                                                          cigarros

nubes que se 

                         queman 

                                          y huelen a 

                                                              canela 

 

*

Lo único que sabemos es lo que sentimos. 

Sentir es lo único que podemos explicar de la realidad. 

 

*

Supongo que si existió y existe una crónica que nos acostumbró a la brutalidad y leerla nos asfixia también puede existir un periodismo que nos acostumbre a la ternura. 

Al final de cuentas el pensamiento es vulnerable. 

Se puede moldear a través de la insistencia. 

Insistamos en la belleza. 

En narrar las cosas tristes que nadie persigue. 

 

*

Las nubes se han desgastado. 

Aunque quizá el problema está en mis ojos. 

Las veo grises, meros contornos. 

El sol ha desaparecido. 

Sus reflejos ya son un poco más brillantes que el gris. 

No encuentro la luna. 

La imagino ancha y plateada. 

De alguna forma primitiva, sería exacto decir que el cielo se ha ido. 

Pero va a regresar. 

Para ser el mismo sonido, los mismos átomos y el mismo color. 

Mañana.

 

*

Ahora sólo es la noche. 

Que es algo muy distinto al cielo en mi imaginación. 

 

*

Ya todo es desequilibrio. 

Sombras. 

Viento frío. 

Enigma. 

 

*

La ternura es nuestro don. 

 

*

Como cronista me enseñaron a siempre preguntarme:

¿Cuál es el acontecimiento noticioso más importante de todos? 

Al escribir no-ficción la realidad es lo único que hay. 

La forma en que la gran tradición de la crónica latam lo aborda es usando la palabra “límite”:

“Debes limitarte a la realidad”. 

Pero ¿cómo pedirles que sean menos estúpidos?

Son periodistas que no miran el cielo. 

O si miran el cielo, el cielo les da miedo. 

Hoy nada hay más importante que el cielo. 

El color ha sido el acontecimiento noticioso más importante de todos. 

 

*

Ahí, al fondo del cielo, por fin, aparece la luna. 

Le veo forma de ojo. 

Ahora sí el cielo y la noche pueden ser en mi intimidad por fin unidad. 

 

*

Bajo este cielo nocturno, la activación de la realidad más elocuente que podemos hacer es darnos y recibir placer.

La necesidad de lamerle el clítoris a la mujer que amo se me instala en la lengua con insaciabilidad 

                                            y

          quiero que sus muslos me ahoguen un poquito.

 

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