Cada tanto recuerdo, un poco consternado, que en algún momento se me ocurrió adelantar las necrológicas de dos autores norteamericanos que admiré en mi juventud, Tobias Wolff y Richard Ford. Hace años que no los releo, recuerdo que eran tristones, pero sé que llevo un rato rumiando la idea mórbida, especialmente ahora que la Parca anda sedienta. Mórbida por doble cuenta: además de la sospecha de que ya tienen un pie en la tumba, yo sólo quería “tener un texto preparado”. Ayer, leyendo algo, volví a pensar en ello (en el cruce de la vida del redactor y la muerte) y revisé la edad que tienen ahora. Me sorprendió descubrir que es más o menos la misma que la de mi padre. No creo que vaya a escribir las necrológicas, seguramente ya están redactadas en algún periódico de gran circulación. Lo que leí:
Bill me muestra el obituario de Beckett recién recortado del New York Times. Le pregunto si alguna vez ha imaginado cómo sería su obituario. “Oh sí”, dice, “durante años ha circulado uno, totalmente redactado y listo para imprimir, excepto el párrafo final. No sé quién lo está escribiendo. Quizá sea más de una persona. Tienen que actualizarlo, les toca reunir todos los datos importantes y así tenerlo listo para el día de mi muerte. Me imagino que debe ser una tarea desalentadora. Recolectar todas esas reseñas, todos esos artículos. Supongo que conmigo el trabajo básico ya está hecho. Sólo les queda añadir el final. Las circunstancias de mi muerte. Y en cuanto a los restos corporales, hay un pequeño nicho en el cementerio de St. Louis junto a los demás Burroughs. Me voy bajo tierra. Pudrirse me parece formidable, qué carajo.
Lo escribe David Ohle en Mutar o morir: con Burroughs en Kansas (2007), un breve diario sobre el tiempo que frecuentó a William Burroughs durante la última década de su vida, en Lawrence. ¿Recuerdan a David Ohle (Nueva Orleans, 1941)? En 2013 Periférica publicó una traducción de su novela Motorman (1972). ¡Pues el traductor, Juan Cárdenas, y Ohle han vuelto! La versión en español de Mutar o morir inaugura el catálogo de Romário en Febrero, la editorial del bar Felina, acá en la provincia de la Ciudad de México.
En plan periodista cultural: el libro se presentó el pasado 8 de agosto en el bar mencionado, estuvieron presentes Guillermo Fadanelli, Daniel Guzmán (algunos dibujos de su serie Carne negra acompañan al volumen) y los editores, Rodrigo Márquez Tizano y Tania Lili, quien diseñó el libro. Todos hablaron, obviamente, sobre el libro y la editorial, pero no pude escuchar nada porque unos gringos groseros que estaban a mi lado no pararon de hablar durante la presentación.
Puedo reportar que la charla de los gringos –algo sobre las zonas más baratas para rentar en la ciudad, o sobre cómo se habían enchilado en no sé dónde– hubiera enervado a Burroughs, quien en sus conversaciones con Ohle volvía a los temas conocidos (la especie humana como parásito, las malas vibras que emanan de ciertas geografías, el azar como fuerza creativa, los extraterrestres, el veneno…). El libro es breve; sin contar las páginas ocupadas por los dibujos de Guzmán, apenas alcanza las 36 páginas, pero cada tanto da la sensación de entrar en ese ritmo que sólo una relación larga e íntima brinda. En el Borges de Bioy Casares, por ejemplo: “Comen en casa Borges y Wilcock”. Acá: “Patti Smith anuncia que viene de visita”; “Dean Ripa llega a casa en un Cadillac blanco”; “Jueves por la noche. Bill en su habitación, fumando hierba y tomando vodka-cola, habla de manera sostenida, torrencial”.
En plan promotor cultural: el libro está muy bien, puede conseguirse en el bar Felina o, para la gente sobria, en algunas librerías independientes de la ciudad. En plan pájaro de mal agüero para los completistas: hay varios libros de Ohle que aún necesitan traducirse al español. En la órbita de Burroughs también publicó, en 2006, Maldito desde la cuna, sobre la breve vida de William S. Burroughs hijo, que tradujo hace diez años la barcelonesa Dirty Works.
Para finalizar y espantar a la muerte: en el fondo no tengo nada en contra de los gringos groseros. En lo particular sí pero en el fondo no, porque al final nadamos en la misma jalea de miedo y deseo. Creo en la felicidad, en su sentido profundo, pero paro las antenas y hago caso a Burroughs: “Los americanos creen erróneamente que la felicidad es un objetivo loable. Incluso lo han puesto en la Constitución. La felicidad es un subproducto de la función. Lo que necesitamos es una nueva meta, un nuevo propósito, algo que dé sentido a nuestra existencia más allá de esta ansia porcina de alcanzar la así llamada felicidad”.
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