martes, 2 de septiembre de 2025

Todo en todas partes al mismo tiempo

1998. Segundo año de secundaria. Las noticias llegaban a través de la televisión. En Japón, decían los noticieros, los niños se desvivían por sus mascotas virtuales. ¿Mascotas qué?, nos preguntábamos todos. Virtuales, sí. Ahora el término es evidente, incluso viejo, pero no en aquella época. Recuerdo que mis papás me dieron un tamagotchi como regalo de Navidad. Había que atenderlo, nacía en la pantalla de un diminuto huevo de color como un ente pixeleado, avisaba con un sonido cuando tenía hambre. Si no le dabas de comer, moría. Poco a poco evolucionaba. A veces se convertía en un tierno animal, otras en un ser monstruoso. Cuando pasaba esto último mi corazón de niño me hacía apretar el botón de reinicio.

Nadie aquí lo vivió, pero los noticieros difundieron también el llamado shock Pokémon, el episodio del célebre anime, transmitido en 1997, con una secuencia de efecto estroboscópico que proyectó cincuenta y cuatro planos en cinco segundos, alternando luces rojas y azules. Frente a la pantalla cientos de niños experimentaron visión borrosa, mareos y náuseas. Sin embargo, nada opacó el encanto del color chillante de Pikachu y el resto de las criaturas de su mundo. La cultura japonesa ya había atravesado fronteras convirtiéndose en una expresión pop singular que en una medida u otra tocaba a todos. Supercampeones, adaptación del manga que impulsó la práctica del futbol en Japón, deleitaba las tardes de los niños mexicanos y Alma, compañera de la secundaria de baja estatura, recibía el inolvidable apodo de Tamagotchi.

La muestra ‘Japón: del mito al manga’, en el Museo Franz Mayer de la Ciudad de México, plantea y describe cómo la mitología del país asiático inspira múltiples expresiones artísticas y de diseño desde hace varios siglos y hasta el presente.

Dividida en cuatro núcleos –“Cielo”, “Mar”, “Bosque” y “Ciudad”–, la muestra Japón: del mito al manga, en el Museo Franz Mayer de la Ciudad de México, plantea y describe cómo la mitología del país asiático inspira múltiples expresiones artísticas y de diseño desde hace varios siglos y hasta el presente. Se trata de la reunión heterogénea de objetos de diversa naturaleza, antes presentada en el Young Victoria & Albert Museum de Londres, como las estampas ukiyo-e, la figura de Astroboy, el primer Game Boy, bocetos de las chicas mágicas de Sailor Moon, primero manga o historieta y posterior anime, y la familia de conejos que forman los Ternurines, recién descubierta por una nueva generación. Todas manifestaciones de la cultura japonesa que ya son parte del inconsciente colectivo.      

Japón

Vista de la exposición Japón: del mito al manga, Museo Franz Mayer, Ciudad de México, 2025

Al recorrer la muestra entendí por qué me horrorizaba cuando mi tamagotchi se volvía un personaje hasta cierto punto amenazante por tener una apariencia inesperada. La cultura del país asiático tiene una fluidez particular que ahora se entiende mejor. En su mitología la identidad de los seres es maleable, plástica, su inestabilidad no es un defecto, a diferencia de la rigidez de la cultura moderna occidental. Cuenta una leyenda japonesa que un día un par de ancianos encontró un durazno gigante. Para su enorme sorpresa, al cortar la fruta ¡encontraron un pequeño niño! Lo llamaron Momotarō, que al crecer obtuvo fuerza sobrehumana; junto con sus amigos, un mono, un perro y un faisán, derrotan demonios y roban tesoros y luego vuelven sanos y salvos a casa.

Además de Momotarō, Del mito al manga muestra también cómo en la mitología nipona hay criaturas que cambian de forma como los tanuki (perros mapache) y los kitsune (zorros), así como los yōkai, seres sobrenaturales del folclor japonés que se transforman y que pueden ser espíritus, criaturas y demonios. Por eso es tan común encontrar en manga, anime y cine historias de seres cuya metamorfosis es parte de su naturaleza maleable. Por ejemplo, la princesa Kaguya, leyenda que después inspiró la película de 2013 en la que un pescador salva a una tortuga; en agradecimiento, ésta lo lleva al palacio del rey dragón donde ella misma se convierte por arte de magia en una princesa.

‘La gran ola de Kanagawa’, celebérrima obra de arte japonesa –incluso tiene su propio emoji en WhatsApp–, ilustra de forma significativa la complejidad de significados del imaginario de Japón.

La gran ola de Kanagawa, celebérrima obra de arte japonesa –incluso tiene su propio emoji en WhatsApp–, ilustra de forma significativa la complejidad de significados del imaginario de Japón. Creada entre 1830 y 1833, la estampa de Hokusai, admirada por todos los visitantes del Franz Mayer, recoge la imponente presencia del mar en la isla, fuente de vida y también motor de destrucción. Antes de ser una gran metrópoli con millones de habitantes, Edo, nombre antiguo de Tokio, fue un pueblo de pescadores. Al fondo de la imagen ukiyo-e, la figura diminuta del Monte Fuji, la montaña sagrada que representa a Japón, a merced del estallido de la belleza, pero también de su estruendo violento. Congelada para siempre en el grabado de Hokusai, la ola articula el valor y la relación de Japón con la naturaleza.

Japón

Al fondo, La gran ola de Kanagawa (1830-33) de Hokusai, dentro de la exposición Japón: del mito al manga, Museo Franz Mayer, Ciudad de México, 2025

La lectura se complementa con la presencia de otros objetos con motivos marinos, por ejemplo collares y esculturas, así como grabados donde el pez gato Namasu, un bagre gigante que según la mitología habita bajo el subsuelo de Japón y cuyo movimiento produce los terremotos recurrentes en la isla, genera caos en los habitantes. No hay que dejar de mencionar a Whiscash, el pokémon que al saltar del agua presagia los temblores.

La muestra del Franz Mayer encarna una reflexión profunda sobre la singularidad identitaria de la cultura japonesa: su antiquísima mitología alimenta hasta hoy la creación artística, el diseño, la moda, la tecnología, el entretenimiento.

La muestra del Franz Mayer encarna una reflexión profunda sobre la singularidad identitaria de la cultura japonesa: su antiquísima mitología alimenta hasta hoy la creación artística, el diseño, la moda, la tecnología, el entretenimiento. Se trata, por supuesto, de un plan nacional bien ejecutado. Por ejemplo, el videojuego Ōkami (2006), en el que Amaterasu no Ōkami, la diosa del sol sintoísta, toma la forma de un hermoso lobo blanco de nombre Shiranui, del que se comercializan muñecos de peluche y otros objetos coleccionables. Japón ha conseguido poblar el imaginario colectivo del mundo de forma original, acudiendo a sus propios recursos de folclor, leyendas, imágenes, estampas.

No es algo que se pueda decir de Estados Unidos o México. En el primer caso, la mitología es rica pero reciente y de otro carácter; la sustentan el culto a la fama, sinónimo de éxito, las estrellas de cine y el deporte, la espectacularidad del crimen, el dinero. En México la mitología, tan profusa como fascinante, ha sido borrada y cubierta con otros símbolos; no ha sido vista como incentivo o estímulo de formas creativas innovadoras, modernas o contemporáneas; en ella solo hay una repetición y en los mejores casos una suerte de reinterpretación.

Japón

Vista de la exposición Japón: del mito al manga, Museo Franz Mayer, Ciudad de México, 2025

Japón es un caso único en el que su mitología es, si no el motivo, el aporte auténtico, distinguible, que alcanza niveles sofisticados e innovadores que no dejan de sorprender y seducir. El colorido, la simplicidad, el embalaje: son algunas de las potentes características de sus expresiones. Desde Hello Kitty hasta las aclamadas películas del estudio Ghibli, que también forman parte de la muestra –con fragmentos de cintas como Mi vecino Totoro (1988). La moda de las chicas del distrito tokiota Harajuku, que las cantantes pop occidentales tanto han imitado, y la legendaria marca de diseño de moda que fundó Rei Kawakubo, Comme des Garçons. La cultura japonesa que, como la gran ola de Kanagawa, surge de sí misma, está en todas partes al mismo tiempo. Una hermosa y colorida pieza, una proyección sobre el muro de Shigetoshi Furutani lo esclarece: las luces de neón que iluminan Tokio surgen y también se escurren hacia sus cimientos, parte de su mitología.           

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