No es sólo un crítico musical: Simon Reynolds (Londres, 1963) es un cronista de la cultura que usa la música popular como una lente para analizar el declive de la innovación y la ansiedad de nuestro tiempo. Con una prosa tan incisiva como la de un sociólogo y tan ágil como la de un colaborador de fanzines, sus libros y ensayos son lecturas esenciales para entender el final del siglo XX y la primera parte del XXI. Sus temas giran en torno a la relación entre tecnología y arte, la omnipresencia de la nostalgia y su concepto más famoso: la retromanía o adicción del pop a su propio pasado.
Reynolds plantea que la música popular dejó de ser una vanguardia para convertirse en síntoma de un futuro que se detuvo. Esta tesis lo unió a Mark Fisher a través de una “guerra verbal” que, a tres lustros de su génesis, se ha vuelto aún más relevante. Con el pretexto de la aparición en español de su libro Futuromanía (2020), en Caja Negra, y enmarcado por el Hay Festival Querétaro 2025, tuvimos la oportunidad de conversar con el crítico inglés. El eje del diálogo fue el ensayo “Descancelando el futuro”, con el que abre el libro y en el que Simon Reynolds revisa sus propias ideas a la luz de un presente en el que la retromanía cultural derivó en una aterradora “retromanía política”.
Me gustaría comenzar con tu relación con Mark Fisher y la oposición de ambos a la cultura retro. ¿Cuál es el estado de esta polémica en el discurso cultural actual? ¿Cambió algo en la naturaleza de la retromanía?
Mark Fisher y yo formábamos parte de la escena de los blogs. Allí escribíamos, conversábamos uno con el otro y estábamos en sintonía. A pesar de que él era menor que yo crecimos con la misma música: estábamos emocionados con el postpunk, el jungle y el tecno. Ambos tuvimos una reacción similar a lo que sucedió musicalmente en la primera década del siglo XXI. Sentíamos que todo se estaba volviendo lento. Yo, en particular, me había vuelto adicto a U2, oía todos sus discos y sentía que me ahogaba en el pasado, así que gran parte de lo que escribía tenía esa tesitura.
“Mark Fisher y yo formábamos parte de la escena de los blogs. Allí escribíamos, conversábamos uno con el otro y estábamos en sintonía. A pesar de que él era menor que yo crecimos con la misma música: estábamos emocionados con el postpunk, el jungle y el tecno”: Simon Reynolds
Tenía curiosidad por este fenómeno: estábamos en el siglo XXI pero gran parte de la cultura pop se basaba en la de finales del siglo XX. Los sesenta y los setenta revivieron y hubo un gran renacimiento de los ochenta. Parecía extraño, ya que en los noventa, por ejemplo, teníamos prisa por llegar al nuevo milenio. La música tecno se sentía como una previsualización del futuro y sin embargo, cuando llegamos, todo se volvió retro. Incluso la música dance se hizo nostálgica, con muchos “revivalistas” que utilizaban sonidos electrónicos de los ochenta. Me preguntaba: ¿por qué sucede esto?, ¿qué lo causa?
Mark tenía sus teorías y yo las mías, que tenían que ver con la naturaleza de la tecnología. Algo extraño de mi libro Retromanía [2011] es que no hablo de los streamings. Ahora es un libro viejo, creo que no menciono a Spotify una sola vez. El streaming es como una consola gigante donde todo se vuelve intemporal. Puedes escuchar toda la historia de la música y mezclarla; los conceptos de historia y cronología desaparecen. Desde que escribí el libro, sin embargo, han pasado cosas: futuristas, innovadoras, optimistas. Es una de las razones por las que escribí Futuromanía.

Simon Reynolds retratado por Adriana Bianchedi
En el texto que abre Futuromanía, “Descancelando el futuro”, mencionas que la innovación musical se desplazó de los beats a la manipulación de la voz humana, un fenómeno muy notorio en el siglo XXI. ¿Consideras que este cambio refleja una evolución en la sensibilidad de los creadores, que pasaron de explorar las posibilidades puramente técnicas de la máquina a utilizarla como una herramienta para explorar la propia humanidad?
Sí, es una forma muy acertada de decirlo. Kit Mackintosh escribió un libro fascinante llamado Gritos de neón (2021; Caja Negra), en el que, aunque somos amigos, parece atacarnos a Mark y a mí. Su punto de partida es que la llegada del Auto-Tune desmiente nuestra idea de que no hay futuro para la música. No estoy del todo de acuerdo, pero respeto su postura. Kit plantea una distinción muy interesante: mientras en los años setenta y ochenta se usaban máquinas como el vocoder para despersonalizar la voz y hacerla sonar como un robot, hoy el Auto-Tune hace lo opuesto, pues amplifica la excentricidad y las particularidades de la voz humana.
Raperos como Young Thug o Playboi Carti, que en sí tienen voces peculiares, utilizan el Auto-Tune para hacerlas aún más únicas. Es una especie de simbiosis con la tecnología, una prótesis que les permite convertirse en “súperhumanos” sin perder la individualidad. Esta simbiosis refuta la idea de que la tecnología nos deshumaniza; nos volvemos más “nosotros mismos” a través de la tecnología. También es cierto que en la música pop más comercial el uso del Auto-Tune se ha vuelto tan común como los filtros para fotos de Instagram, imitando un estándar de perfección que la gente luego intenta replicar.
Escribí sobre este tema en 2018 y, aunque el Auto-Tune puede haberse vuelto algo aburrido, mi hijo, que tiene 25 años y escribe sobre la escena actual, me dice que la gente sigue buscando maneras de llevar este efecto al extremo. Aún escucho algunas cosas que me gustan, aunque a veces es demasiado para mí.
¿Cuál es el mayor obstáculo para que la música popular recupere su capacidad de movilización social, como en las épocas del postpunk y la rave?
Con el tiempo mi perspectiva sobre este tema ha cambiado un poco. Aunque el postpunk generó música muy valiosa, la energía política de esa época no se tradujo directamente en un cambio significativo. Por ejemplo, en los años ochenta Gran Bretaña vivió un largo período de gobiernos conservadores, a pesar de que la música expresaba sentimientos de alienación y desencanto. No creo que la música sea un sustituto de la acción política. Si quieres cambiar el mundo tienes que involucrarte. A veces eso implica elegir al partido “menos malo”, porque esa opción es mejor que quedarse de brazos cruzados. La política influye más en la música de lo que la música influye en la política, aunque hubo momentos en los que la música empujó a la gente a hacer cosas inesperadas.
“No creo que la música sea un sustituto de la acción política. Si quieres cambiar el mundo tienes que involucrarte. A veces eso implica elegir al partido ‘menos malo’, porque esa opción es mejor que quedarse de brazos cruzados”: Simon Reynolds
El caso de la rave es diferente, ya que su política no se basa en las letras sino en la creación de una comunidad. Su mensaje radica en el sentimiento de estar en un espacio clandestino con personas que quizá no comparten tus valores, pero que podrían formar una sociedad alternativa. Creo que el efecto político más grande de la música es su capacidad para crear comunidad y no tanto para enviar mensajes directos. Incluso las músicas que no tienen contenido político explícito, como el rap y el reguetón, cumplen una función política. Al expresar la identidad de las minorías estos géneros dicen “Estamos aquí, existimos”. Aunque no siempre generen un efecto político, este tipo de expresiones culturales tiene una importancia innegable.
Volviendo a “Descancelando el futuro”, y tras haber analizado la situación actual, ¿qué signos, por pequeños que sean, te hacen pensar que la cultura popular está empezando a reactivar el futuro?
Cuando escribí ese ensayo mi intención no era tanto hablar del futuro como revisar las ideas de Mark Fisher después de su muerte. Quise examinar en qué medida mis propias ideas y las de él habían cambiado. En mi libro Retromanía y en el trabajo de Mark nos quejamos del estancamiento de la cultura y la música. Sin embargo, en el contexto actual ese problema parece insignificante. Lo realmente aterrador es la retromanía política del mundo actual. En Estados Unidos, Gran Bretaña y países europeos y latinoamericanos hay un intento de regresar a una supuesta “edad de oro” que nunca existió.
Esta regresión busca restituir el supremacismo blanco y el patriarcado, se orienta a economías basadas en la extracción de recursos y combustibles fósiles, exacerbando así el cambio climático. En Estados Unidos, por ejemplo, Trump ha atacado las energías eólica o solar, que podrían ayudar a salvar el planeta. Comparado con este terrorífico retroceso político, el estancamiento de la música parece un problema menor.
No estoy seguro de que Mark Fisher hubiera intentado conectar directamente los fenómenos de la música y la política. Sin embargo, pienso que la cultura retro se vio amplificada por las nuevas plataformas, como YouTube y el streaming, que crean una intemporalidad donde todas las épocas de la música se mezclan en una gran base de datos. En este entorno la música del pasado se siente nueva para los jóvenes; ahí se encuentran sus mentes.
Como crítico cultural de la era de los blogs has sido testigo de la evolución del paisaje musical y de la crítica. En un entorno saturado de información, con gran abundancia de música, ¿cómo cambió tu papel? ¿Se ha vuelto más difícil encontrar y destacar la verdadera innovación?
Aún disfruto mucho escribiendo en blogs; de hecho mantengo varios con distintos contenidos. Es un ejercicio divertido que me permite generar ideas que quizás no surgirían en otros formatos. Me encanta la libertad de escribir de manera suelta, sin necesidad de seguir una estructura rígida, e ilustrar mis textos con imágenes. Pero la escena de los blogs cambió drásticamente. Antes había una red de diálogo constante: yo le respondía a Mark Fisher y a otros y ellos me respondían a mí. Era una conversación. En 2006 la energía de esa red colectiva era palpable, casi como un cerebro compartido.
“Pienso que la cultura retro se vio amplificada por las nuevas plataformas, como YouTube y el ‘streaming’, que crean una intemporalidad donde todas las épocas de la música se mezclan en una gran base de datos”: Simon Reynolds
Hoy esa sensación de red se perdió. El blog se volvió un espacio más solitario, donde la gente publica sus ideas y otros responden principalmente en los comentarios. Aún surgen buenas conversaciones, pero la dinámica no es la misma. Me parece que ahora el consumo de contenido es más trivial, se enfoca en cosas graciosas y a menudo redundantes. Ha pasado mucho tiempo desde que vi un video o escuché una canción que realmente me pareciera original y que no estuviera recreando algo del pasado. La interacción que definía a la blogósfera ya no existe como tal.
Has analizado la retromanía y la futuromanía, pero ¿cuál dirías que es la característica principal de la música que se centra en el presente?
Hay muchos tipos de música en la actualidad. Por un lado tenemos el pop mainstream, que es glamoroso pero sigue girando en torno a los temas de siempre, el amor y el baile. Por otro lado, gran parte del hip hop se sigue centrando en temas como el dinero, el éxito y el sexo. Aunque existen algunos grupos de rock interesantes, que intentan cosas nuevas, no logran conectar con grandes audiencias. A decir verdad no estoy seguro de cuál es el “espíritu de la época”.
A principios de 2010 parecía que el tema central de mucha música pop era la fama. Artistas como Lady Gaga y Kanye West eran un claro ejemplo. Raperos como Post Malone o Rae Sremmurd –en su canción “Black Beatles”– muestran su deseo de ser estrellas de rock. Esta observación fue una de las razones por las que escribí mi libro sobre el glam de los setenta [Como un golpe de rayo. . Una de las características de ese movimiento era que se trataba de ser famoso, y esa idea volvió a ser el tema principal de la música pop.
Hay una resonancia política en esta idea: para mucha gente la fama representa la única forma de salir de su situación, no a través de una mejora política colectiva sino de la fantasía personal de una vida perfecta. Pero sabemos que la fama a menudo lleva a la locura y a la autodestrucción, como sucedió con Kanye West. Este fenómeno permanece en artistas como Taylor Swift, cuyo trabajo se centra exclusivamente en sí misma. Tiene esta idea de las eras de su propia vida, como si fuera una persona diferente en cada álbum. Sus fans siguen sus pasos de manera casi obsesiva, buscando pistas en sus canciones y videos. Este enfoque en la cultura de la celebridad es, en mi opinión, parte del problema actual de la música pop.
¿Qué músicos contemporáneos te interesan, ya sea por su capacidad de abrir nuevos caminos o, al menos, de escapar del ciclo de la nostalgia?
No estoy seguro de haber escuchado algo que se sienta como una dirección completamente nueva en la música desde hace tiempo. A veces escucho discos interesantes, pero su impacto es limitado. Creo que lo que me interesa ahora es lo que llamo la desinhibición en la música, algo que se va filtrando y se propaga en la cultura para tener un mayor impacto. Pienso, por ejemplo, en la música psicodélica de los sesenta o en el extraño R&B que hacían Missy Elliott y Timbaland a finales de los noventa. O en el uso del Auto-Tune, que cambió por completo el sonido de la radio.
“A veces escucho discos interesantes, pero su impacto es limitado. Creo que lo que me interesa ahora es lo que llamo la ‘desinhibición’ en la música, algo que se va filtrando y se propaga en la cultura para tener un mayor impacto”: Simon Reynolds
Recientemente escuché un par de discos que me gustaron mucho y me parecieron realmente diferentes. Uno es de ML Buch, artista danesa que está haciendo cosas interesantes con la guitarra. Su guitarra tiene una cualidad extraña, limpia y relajada pero de una forma antinatural, casi como si estuviera bajo los efectos de un medicamento. Hay algo inquietante en ese sonido. Aunque usa una guitarra eléctrica no suena a lo que uno esperaría.
Otro es un chico estadounidense llamado Mk.gee. También él hace cosas interesantes con la guitarra, procesando el sonido para volverlo limpio y cool. Se siente, de una manera muy sutil, como algo nuevo. Me cuesta poner en palabras qué es exactamente lo que lo hace interesante, excepto que es lo opuesto de lo que la mayoría de la gente intenta hacer con la guitarra, en el estilo de los sesenta o los setenta. Lo que él hace se siente como “guitarra para el siglo XXI”.
Ambos artistas son muy respetados en la crítica y, aunque no son demasiado exitosos, otros músicos los aprecian. Mk.gee en particular es visto como el guitarrista. Mucha gente, incluso Eric Clapton, lo ha elogiado. Pensábamos que ya no había nada nuevo que hacer con la guitarra pero él está demostrando que alguien joven puede encontrar una nueva forma de tocarla. Sé que colaboró con Justin Bieber en su último álbum, lo que resulta interesante porque Bieber ha madurado.
Agradecemos a Paulina Ortega su apoyo como intérprete para esta entrevista
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