jueves, 16 de mayo de 2019

Después de matar a los pasajeros

Finalmente, habemus una novela de ideas, comenta Anamari Gomís a manera de bienvenida en la contraportada de Después de matar al oso pardo, novela de Josemaría Camacho Sevilla, ganadora del Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano 2016-2017.

Esta línea me estuvo estorbando mucho conforme mi lectura del tomo avanzaba, básicamente porque toda la primera parte se trata de una novela exclusivamente de acciones. Acciones descritas y narradas con una maestría fascinante. A partir de una prosa a la que no le tiembla la mano somos testigos de la gradual destrucción de un avión y la muerte de sus pasajeros. Son párrafos crudos y tensos. El protagonista observa con miedo y paciencia su inminente muerte a bordo de una aeronave que acabará estrellándose contra el globo del mar y de la tierra. Altazor a su manera, nuestro héroe le mira los senos a la aeromoza, piensa en la persona que fue al baño segundos antes del inconveniente, piensa en los hombres que abajo legitiman la caída, siente diferentes variaciones de miedo, reconoce los sonidos del armatroste yéndose en picada. Josemaría Camacho nos cuenta el vértigo de un accidente aéreo como yo jamás había leído en una novela mexicana. En esto no hay exageración alguna. Ya desde su libro de cuentos, Los que hablan a gritos, uno podía notar la cariñosa paciencia con que el autor describe la catástrofe. Existe una gotera cuya relevancia corrosiva es fundamental en este libro. Y también la prosa de Camacho tiene gusto a lenta y destructora gotera.

El protagonista sobrevive, más pierde una pierna. La novela entonces se desarrolla a un ritmo menos montañoso. Nos vamos encariñando con el sobreviviente, lo vemos sobrellevar ridículas y teledirigidas sesiones de autoayuda pagadas por la línea aérea, lo vemos recuperar su vida sexual, embriagarse. Retoma la vida, muere su padre. Y es casi al final del libro cuando, en efecto, todo se vuelve un ensayo, es decir: la defensa literaria de una idea.

Recuerdo un standup del polémico cómico norteamericano Louis C.K. en el que comenta que los humanos somos unos malagradecidos con la tecnología ya que, a su parecer, abordar un avión nos transforma en poco menos que dioses griegos. Volamos a toda velocidad entre las nubes del cielo altísimo. En cambio, en vez de maravillarnos hasta las lágrimas, nos quejamos porque el aire acondicionado está muy frío o porque no hay Internet o la película que están pasando ya la vimos.

De alguna manera este sentimiento de insatisfacción le da cierta paz al personaje de Josemaría. Él no se siente un hombre afortunado, él no agradece haber sobrevivido. Él se arranca a contarnos su historia sin buscar justicia ni grandes fortunas ni la gloria ni el paraíso. Y esto lo vuelve una suerte de filósofo de la supervivencia. Y eso transforma al libro en la antítesis de esos libros de mesa de novedades en aeropuerto gringo, baratones y cursis, historias de sujetos que nos quieren enseñar lo padrísimo que es estar vivo luego de que sobrevivieron a un divorcio o a una indigestión en la India. La historia celebrada en Después de matar al oso pardo carece de glorias mínimas, no hay curva del héroe a pesar de que una curva casi mata a nuestro amigo.

Cierto, miembros del jurado, esta es una novela de ideas.

Existen monumentos literarios que narran paso a paso y de forma cruel, precisa, paciente y hermosa la muerte de un ser humano. Beber un cáliz de Garibay. La muerte de Iván Ilich de Tolstoi. Muerte de Schnitzler. El Rey Viejo de Benítez. Los últimos días de Emmanuel Kant de Thomas de Quincey. Son sólo ejemplos que acuden en desorden a mi en esta acalorada noche mexicana. Se podría hacer una colección poderosísima al respecto del tema.

Esto me hace pensar que el resto de la literatura, la que elige otros temas (el amor, la injusticia, la cobardía, el miedo, etcétera), no es sino una constante celebración al aburrimiento que nos provoca seguir vivos. Después de matar al oso pardo es una novela acerca de eso, de seguir vivo a pesar de todo. Uno la lee e ignora el escándalo altísimo de los aviones yendo o viniendo allá arriba, administrando el tarado destino humano. Es una novela que se debe leer sin zapatos, sin llaves en las bolsas, ni monedas y con el cinturón recién desabrochado, con la compu afuera de su estuche.

¿De cuántos libros más saldremos vivos y coleando?

 



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