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Por razones que sería muy largo intentar enumerar aquí, desde hace varias décadas algunos artistas han propuesto mecanismos de proceder en la producción de sus obras trasladando hacia el espacio del arte objetos tomados de la cotidianidad. Más allá del ready made duchampiano, lo que se propuso muchos años después del gesto del francés fue recuperar lo cotidiano como evidencia, como una forma de decir esto ha sido producido por nuestro tiempo y lean con cuidado todo lo que hay ahí, todo lo que ese objeto nos dice. Generalmente estos objetos llegan cargados simbólicamente, aluden a algún acontecimiento en particular y no son cualquier residuo. Ya no se trata solamente de un gesto sino que la separación de ese objeto nos enfrenta (como lectores-espectadores) a una serie de enunciados precisos, a hechos puntuales y a lugares claramente ubicados en el mapa de las violencias contemporáneas, de los éxodos contemporáneos y, en general, de las consecuencias de una historia arraigada en el control y en despliegue de poder (político, económico, racial, etc.). Ante ese objeto tendrá que desplegarse también una narrativa que aluda a un hecho en particular. Mayo de 2019, 58 Bienal de Venecia: una plataforma marítima traslada un enorme barco de acero en los canales de esa ciudad hacia los Arsenales, es la obra del artista suizo-islandés Christoph Bucher, titulada Barca Nostra, y se trata de un barco hundido en el Mediterráneo en 2015 con 700 migrantes abordo, objeto que ahora presenta Bucher en este espacio internacional dedicado al arte.
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Desde sus obras más tempranas, las maneras de proceder de Dulce Chacón tomaban distancia de los mecanismos de apropiación de ciertos objetos, evidenciando contenidos a través de estos procesos. Si es cierto que su generación creció observando esas maneras de trabajar y que muchos de los artistas que despuntaban México a principios de este milenio se veían fuertemente influenciados por esos mecanismos, también es cierto que Dulce ya indagaba en otras posibilidades, en abrir otras rutas y generar procesos que no solamente tomaran o señalaran o se apropiaran de un objeto o de un acontecimiento sino que dicho proceso fuera capaz de afectar y de referenciar, pero también de hacer injertos o alteraciones en ese referente, de ubicar, de afirmar y negar, de objetivar y subjetivar, de orientar y desorientar. Dulce siempre ha tenido particular interés por la narrativa, por indagar sobre ciertas historias cuya veracidad ha sido documentada a través de mecanismos matéricos e históricos, pero también tiene particular interés en reubicar sus materiales en una nueva temporalidad y especialidad problematizando el dibujo. Interesada en provocar narrativas abiertas, la creadora maduró sus procesos al expandir los enunciados (o fragmentos) en el espacio. A una historia lineal ella ha respondido con una trama cruzada y caótica que puede replantearse siempre, que puede mutar o ser afectada tanto por la propia artista como por los lectores.
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En ese sentido, vale la pena hablar de los huecos y de los espacios vacíos que suceden entre un fragmento y otro, frente a una imagen y otra en el emplazamiento de la obra. Referirse al trabajo de Dulce en términos de acontecimiento, en un constante sucede, nos permite hablar de una obra que no quiere ser fija, que no se fija como una sola impresión sino que podemos hablar de rutas y trayectos, de historias que se van transformando con el despliegue de dicho acontecimiento, de los fragmentos que aquí y allá van dando pautas para entrar o aproximarse a la manera en que fue pensado y conceptualizado (insisto: siempre hay un acontecimiento ahí, y ese acontecimiento no puede separarse del propio pensamiento como acontecer, como suceso). Dibujar-pensar, dibujar-especular para ir hacia una obra cuya intención central es apuntar a un hecho, señalar un contenido, abordarlo, rodearlo y, finalmente, desplegarlo.
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Hace unas semanas Dulce Chacón desplegó, en el Nivel 5 del Museo de Sinaloa (MASIN), en la ciudad norteña de Culiacán, un proyecto titulado Vanitas Portus. Un proyecto que inició y se presentó en la Bienal de Manila el año pasado pero que en el MASIN se expande incorporando nuevas reflexiones visuales. El primer momento de esta pieza atiende la relación México-Filipinas y recurre a diversos tiempos de ese trayecto marítimo con dos piezas centrales, dos mantas de gran formato ejecutadas con grana cochinilla (aludiendo a uno de los materiales que mayormente se exportaban desde el puerto de Acapulco hasta Manila). Las piezas narran y trazan rutas de navegación, rutas de comercio y rutas que dejan ver el mundo colonialista: un corte, un fragmento y unos cuantos materiales de una muy larga historia mercante. A las dos mantas centrales Chacón suma nuevas piezas, mapas, constelaciones, personajes míticos, ciudades existentes y nunca transitadas por la artista: lugares mentales como ciudades invisibles. En la obra todo es real en el sentido en que se posiciona críticamente frente a una historia concreta y desde un presente donde ganan terrenos los estudios decoloniales. Desde ahí Chacón traza/dibuja/relata una serie larga de contenidos críticos o como dice Balam Bartolomé en el texto de sala: “En distintos niveles, Vanitas Portus articula un nuevo imaginario a partir de la presencia de lo otro, del avistamiento de un puerto lejano y la idea de un nuevo mundo. Los dibujos cartográficos de Chacón, realizados con grana cochinilla, ofrecen una narrativa geopoética contenida en dos tiempos históricos. La obra se plantea como un mapa en transformación, un espejo dónde reconocerse a partir de la diferencia”.
De diversas maneras encontramos que ese reconocerse en la diferencia le ha permitido a Dulce posicionar varias reflexiones en su trabajo, desde aquellas que tienen que ver específicamente con la problematización del dibujo hasta narraciones que abundan sobre el presente, el tiempo, la mirada y, claro: el otro, los otros.
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Pensando en la manera en que Dulce Chacón se relaciona con los objetos contemporáneos, con aquellos que dan cuenta de nuestro presente y de las violencias derivadas de nuestro tiempo sería interesante pensar en cómo su producción dialoga con las obras que trasladan físicamente objetos, que dan fe de cierto hecho y entran al espacio del arte para su custodia, para ofrecernos algo que se convirtió o mutó en otra cosa. Si esos objetos dan cuenta y hablan de condiciones humanas específicas (¿no sería realmente ese el verdadero eje e importancia de esos objetos?), si ellos hablan y desdoblan contenidos que selecciona el artista, entonces podríamos preguntarnos qué tipo de diferencia genera el trabajo de Dulce Chacón al abordar, investigar, relacionar y vincular objetos/acontecimientos en un despliegue bidimensional donde el dibujo y sus dispositivos o el dibujo como dispositivo no sólo muestra, no sólo da fe, sino que ese hecho ya es otro al ser enunciado desde un pensamiento específico del arte, desde una cierta acción, desde cierta corporeidad que se apropia y afecta al objeto, al hecho, al tiempo y a la historia.
Mayo, 2019, Salvador de Bahía, Brasil
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