La ocasión más reciente a la que asistí a una proyección accidentada fue en febrero. Se trató de Largo viaje hacia la noche (Bi Gan, 2018), que este año fue el plato fuerte del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM). El murmullo, las toses nerviosas y el débil brillo de las pantallas de los teléfonos en la oscuridad poco a poco se transformaron en cuchicheos y miradas de reojo. ¿Realmente estamos viendo a cabalidad la película por la que pagamos? Más miradas, pero sin disimulo: ¿quién va a salir de la sala para confirmar la duda? Luego de poco más de una hora la proyección se detuvo porque la copia del filme estaba mal. Eso dijeron los empleados del Cinépolis Diana.
Varios meses antes de esa experiencia frustrada vi en ese mismo complejo El libro de imágenes (2018), la más reciente película de Jean-Luc Godard, que hoy, finalmente, llega a las salas.¿Hace cuántos años que el realizador no hace una película narrativa? Cada que Godard estrena una película se espera que sea más osada que la anterior. O quizá más extraña. Aquella función, que era parte de la programación de la 65 Muestra, fue peculiar.
El filme –una colección de imágenes sobre la retórica de la representación (o algo similar)– comenzó sin mayores problemas. Sin embargo cuando alguien de la fila de atrás (otro solitario como yo, aunque de más edad) argumentó en voz alta que la imagen y el sonido se interrumpían, generó varios efectos. La reacción a la primera queja fue nula, aunque unos minutos después me pregunté si se trataba de una falla o de lo que Godard quería que viéramos. Cuando la imagen dejó de concordar con el sonido, el quejoso explotó y abandonó la sala. A los pocos minutos la película volvió a comenzar. Al llegar al punto en que se interrumpió la proyección, la falta de concordancia volvió a evidenciarse. Más espectadores se marcharon acompañados de sus sombras.
Por la pantalla vi desfilar muchas imágenes (la que más recuerdo es la de Joan Crawford en Johnny Guitar, el filme de Nicholas Ray de 1954) que me hicieron pensar más en su elaboración que en función. No es poca cosa que Godard, de 88 años, siga insistiendo en el equívoco para evidenciar el disfraz con que se visten el canon y la norma porque antes que un esquema narrativo, el cine es experiencia.
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